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-Tengo un Congreso en Boston desde este lunes hasta el
treinta y uno. Aunque cogiese el último vuelo del día no
llegaría a Madrid antes del mediodía del día uno.
-No me jodas, Sara. ¿Y no puedes cambiarlo? ¿No
puede… no sé, ir alguien en tu lugar? Alguien qué no
tenga a su familia a ocho mil kilómetros de allí, por ejemplo
–intento fingir un malestar que sin embargo ya no soy
capaz de sentir como propio. Por lo menos no en la dosis
que parecería oportuna. ¡Es trabajo, sólo trabajo! ¡Mi
novia no puede venir a verme porque tiene que trabajar!
¡Ja, chúpate ésa, BonJovidebolsillo! ¡Vete a lloriquear a
tu cama de rosas como la mujerzuela que siempre has sido
porque Sara es mía! ¡Sólo mía!
-No, cielo, lo he intentado todo antes de llamarte, créeme,
pero no hay forma de que lo evite. No sin perder la beca.
-Está bien, está bien. Qué le vamos a hacer. ¿Vendrás de
todas formas? Aunque sea el día uno –toda vez que he
logrado tranquilizarme y la amenaza de una cruenta ruptura
ha vuelto a DEFCON 4, me entrego con denuedo y
rigor a la tarea de interpretar el papel de Abnegado Novio
Moderno Comprensivo y Respetuoso con la Carrera Profesional
de su Pareja y lo hago tan bien que si hubiera
unos premios en los que se reconociese esta labor yo debería
estar nominado, sin duda alguna, junto a Mary Jane
Parker-Watson y, quizá Carmela Soprano, aunque de ésta
tengo mis dudas ya que dejé de ver la serie después de la
tercera temporada. Igual que de Alfred Pennyworth, el
flemático y sacrificado mayordomo de Bruce Wayne que,
si bien ha hecho méritos sobrados para entrar en este se-
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