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sión de lamentos, palabras de consuelo y espurias promesas<br />
de futuro que no conducen a ninguna parte. Así que<br />
cuando por fin cuelgo el teléfono la sensación que me<br />
queda es la de haberme peleado con un oso pardo durante<br />
una hora para terminar dándonos la mano como dos cordiales<br />
enemigos eternos antes de irnos cada uno por nuestro<br />
lado.<br />
Exhausto, me recuesto en el sofá y miro a mi alrededor<br />
y de golpe todo lo que me rodea me resulta ridículo y<br />
absurdo, innecesario y prescindible, definitivamente fuera<br />
de lugar, como un número de malabares en mitad de un<br />
entierro. Me siento terriblemente solo y abandonado y me<br />
dan ganas de patear la bandeja y esparcir las patatas llenas<br />
de kétchup y la Coca-cola de medio litro por todo el salón.<br />
Ya no tengo ganas de comer y desde luego no me voy a<br />
poner a ver Big-bang theory ni nada por el estilo.<br />
Puta mierda de Navidad, murmuró mientras me levanto<br />
para recoger. En la televisión el telediario de CNN+<br />
vuelve a empezar y de nuevo hablan de los trescientos cretinos<br />
atrapados en el Charles de Gaulle de París y esos<br />
pobres desgraciados que hace menos de una hora me parecían<br />
los seres más desdichados del planeta, de buenas a<br />
primeras se me antojan los inmerecidos portadores de un<br />
billete de lotería premiado. Apago la televisión y justo en<br />
ese momento me suena el aviso de mensaje en el móvil. Es<br />
Beatriz: Puedo llevarme los deuvedés de Indiana Jones y<br />
las ponemos después de cenar ¿vale?<br />
Haz lo que quieras, le contesto y un segundo después<br />
de enviarlo me arrepiento de haber sido tan hosco con mi<br />
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