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les, por ejemplo. Tolstoi escribió que las familias felices son todas iguales, pero en cambio las infelices, lo son cada una a<br />
su manera. Desde aquel día no supe distinguir los momentos de felicidad de los demás. La tarde en que las mujeres de los<br />
vestidos con hombreras grandes y faldas pequeñas acompañaron a papá a la salida del cole. Mamá se había puesto enferma y<br />
estaba en el hospital.<br />
A todos nos gusta pensar que somos fuertes, aunque en realidad sólo estamos asustados. Aquel día el miedo me enterró para<br />
siempre. Mi inocencia infantil desapareció e hizo que aterrizara en una realidad que ojalá no hubiera descubierto. La diferencia<br />
entre ellos y las demás madres hizo que me avergonzara profundamente. Todo el mundo nos miraba con desprecio, pero<br />
papá y sus chicas estaban ajenos a todo, sonreían y ni siquiera eran conscientes del fétido olor que desprendían, un olor que<br />
ya asociaría para siempre a los mercenarios de las barras de bar. Papá, ausente y divertido, tapaba un pecho rebelde de una de<br />
ellas que saltaba alegre de su mini camiseta. La más vieja de todas llevaba una boa de plumas, que iba desbrozándose por un<br />
camino que yo no quería seguir. Mientras me acercaba a ellos la madre de Pablito corrió para llevarse a su hijo de mi lado.<br />
El rechazo de su mirada atravesó mi alma e hizo que me sintiera podrida. No quería estar allí, hubiera dado mi juventud por<br />
no estar allí. Me hubiera gustado tener un palito de esos de sabores invisibles en la boca, pero ese día se me había olvidado.<br />
Cuando llegué al lugar donde estaban, una de ellas dijo una frase que no entendí. Sentí de nuevo aquella sensación horrible<br />
que me perseguía cuando mamá lloraba. Me entraron ganas de hacer pis y no pude contenerme. Después risas y carcajadas, y<br />
yo... triste y mojada detrás de ellos arrastrando la cartera.<br />
Lo peor vino después: esa sensación de sucia y meada que descubrí tras los palitos de mover copas y mi familia. Obviamente<br />
dejé de chupar...<br />
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Rosa Aliaga Ibáñez