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Catálogo - Kultur Leioa

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— Tú eres gilipollas. Significa que tiene las tetas grandes, que me lo ha dicho Enrique el del segundo, que es delineante –le dije<br />

ofendido porque a mí la Macanuda me caía muy bien, y por eso le ayudaba a hacer recados por las tardes, bueno, por eso y<br />

porque me daba tres duros a la semana y me los quedaba yo. Me podía ir al cine Gayarre los jueves a la tarde y al Vizcaya o<br />

al Liceo los sábados y domingos, y me sobraba dinero para comprar el Capitán Trueno de la semana.<br />

Me marché dejando a Antonio mirándome con su cara de bobo, sabiendo que le vería más tarde en la Plaza Nueva, jugando<br />

a los iturris con los de Achuri, y me dirigí a la joyería. Ojalá no tuviera que hacer muchos recados, porque ya estaba un poco<br />

cansado.<br />

La Macanuda me estaba esperando con una sonrisa. Era una tienda pequeñita, pegada al portal de entrada a la casa, parecía<br />

una despensa con persianas, pero allí tenía el taller y la tienda, todo junto en el mismo sitio.<br />

— ¿Has estudiado mucho? ¿Has aprovechado el tiempo? Ya sabes que para ser algo en la vida hay que estudiar y no hacer el<br />

vago todo el día y luego lamentarse porque sólo se puede conseguir trabajo de burro de carga –me dijo mirándome fijamente a<br />

la cara–. ¿Has merendado? –concluyó tras su monserga.<br />

— Sí... –le contesté, pero como diciendo que no, a ver si me daba unas cuantas galletas de las que guardaba en una lata de<br />

Colacao.<br />

— ¿Te apetecen una galletas? –me dijo como adivinándome el pensamiento.<br />

— Bueno... –le contesté.<br />

Apoyé la cabeza en el mostrador, observando atentamente la jugada, mientras me preguntaba cuántas me daría. Igual con un<br />

poco de suerte, me sobraba alguna y se la podría cambiar a Antonio por uno de sus estupendos iturris que le hacía su padre.<br />

Porque Antonio tenía padre, no como yo, que era huérfano, porque mi madre era viuda, y vestía de negro ¡porque era su obligación<br />

y le daba la gana! Que era así como respondía a las vecinas, cuando le decían que iba siendo hora de quitarse el luto.<br />

— Hoy te puedes ir a jugar, que no te necesito –me dijo observando mi cara de satisfacción al recibir ¡seis galletas!– y no corras<br />

a ver si te va a pillar un coche..., y vete a casa y estudia para sacar el bachiller y te pones a trabajar, que tu madre... la pobre...<br />

Salí pitando de la tienda, dejando a la Macanuda hablando sola y me dirigí a la Plazuelita de las escaleras de Mallona, mientras<br />

me iba comiendo las galletas. Igual me encontraba con Jesu y me dejaba ver la tele en su casa, daban Viaje al fondo del mar,<br />

y me gustaba mucho. No es que me entusiasmara estar con Jesu, porque era un poco chulito y además fumaba unos cigarros<br />

que se llamaban Jean y otros que eran Celtas, que no tenían boquilla y olían asquerosos, pero era el único que tenía tele, y a<br />

veces su madre nos dejaba verla. Jesu siempre tenía dinero para comprar todo lo que quería. No sé de dónde lo sacaba, pero<br />

una vez le oí decir que se lo cogía a su madre de la cartera, y que no pasaba nada porque ella creía que era su padre quien se<br />

lo quitaba para ir con la cuadrilla a tomar potes por Barrencalle.<br />

Jesu estaba sentado en las escaleras junto a dos chavales de Cantarranas, que siempre olían a pies y se sorbían los mocos<br />

todo el rato. Eran mayores que yo, y por eso a mi hermana no le gustaba que estuviera con ellos. Decía que eran unos cerdos<br />

reprimidos, pero yo no sabía por qué.<br />

— ¡Miguel! –me llamó de lejos cuando me vio– ven, mira.<br />

Todo el mundo me llamaba Miguel porque mi padre decía que aunque ella me llamase Mikel en casa, en la calle estaba prohibido<br />

y en la escuela más que en ningún sitio porque la directora pertenecía a la sección femenina, o algo así, y, era de los que<br />

habían ganado la guerra y nos estaban jodiendo. Esto último no nos lo decía a nosotros, sino a mi amama, cuando nos hablaba en<br />

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