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Catálogo - Kultur Leioa

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euskera, que era el único idioma que sabía, y la pobre casi no podía entenderse con nosotros, porque le costaba mucho hablar en<br />

castellano. Sólo hablaba euskera con mi madre, que también lo sabía, pero no quería enseñarnos a nosotros. Mi amama lloraba<br />

mucho cuando hablaban de esto, y al final mi ama también, y yo las veía llorar a las dos, me abrazaba a ellas y acabábamos los<br />

tres llorando como idiotas.<br />

— Voy –les dije.<br />

Me acerqué hasta donde estaban y me di cuenta de que miraban aquellas revistas francesas de mujeres desnudas, que algunas<br />

veces me habían enseñado y que yo no quería ver más porque el año pasado había hecho la comunión y me tenía que confesar<br />

una vez a la semana. No quería que Don Agustín se enfadara conmigo, ni me llamara pecadoso, aunque luego me dijera que<br />

Dios lo perdonaba todo si rezaba tres padres nuestros y tres avemarías, que era lo que siempre mandaba rezar. Daban igual los<br />

pecados que le confesaras, porque a él sólo le preocupaba una cosa y siempre preguntaba lo mismo: –¿Te tocas, te tocas?–. La<br />

primera vez que me lo preguntó no supe qué contestarle porque no sabía que era lo que creía que yo me tocaba. Así que se lo<br />

pregunté a Jesu, y él me explicó lo que tenía que tocarme.<br />

Me senté junto a ellos, pero sin mirar las revistas.<br />

— Joder, qué gachís. ¡Cómo están! Mira, mira –me dijo Jesu, que tenía los ojos puestos en una señora con unas tetas muy<br />

grandes.<br />

Hice como si mirara, aunque no quería prestar atención.<br />

— Hoy dan “Viaje al fondo del mar”... por la tele –dije como que no quiere la cosa, pero ninguno de los tres me hizo ni caso,<br />

porque estaban alelados mirando revistas.<br />

— ¿Nos vamos a Mallona y nos la cascamos? –dijo uno de los de Cantarranas.<br />

— Vale –le contestaron los dos a la vez–. ¿Vienes Miguel?<br />

— Eh... no. No puedo – titubeé–, tengo que hacer recados..., mi madre que... ya sabéis... es una pesada, mejor otro día, adiós<br />

–mentí y me levanté inmediatamente echando a correr en dirección a mi casa, intentando no oír las risas y las burlas que me<br />

estaban haciendo aquellos tres. No volví la cabeza ni un momento y mientras corría, atajando por los cantones, me vinieron<br />

a la mente las imágenes del 1 de Mayo pasado, día en el que hice la primera comunión. Había mucha gente por el Arenal y<br />

todos corrían, incluso mi madre con nosotros agarrados de sus manos. Corríamos como locos mi hermano el pequeño y yo,<br />

bastante asustados, porque los grises, que así era como llamaban a la policía de Franco, arreaban con unas porras muy grandes,<br />

mientras un camión con una manguera, echaba agua de color rojo y manchaba a todo el mundo.<br />

— ¡Azkar, azkar, que te manchan el traje txakur horiek! –decía mi madre tirando de mí, con bastante mal genio, por cierto.<br />

¡Como si yo pudiera correr metido en aquel traje de marinero y en aquellos zapatos de charol, que eran dos números más<br />

pequeños de lo que necesitaba!<br />

Nos costó mucho llegar a la Gran Vía, que era donde vivían mis tías que debían de ser ricas, aunque mi madre decía que eran<br />

del “régimen”, y que por eso les había ido tan bien. No eran tías mías sino de mi padre, porque eran hermanas de mi abuelo,<br />

pero como tenían chonta, íbamos a verlas de vez en cuando. Después de chuparme la cara con sus besuqueos y decir cuánto<br />

me parecía a mi pobre padre que, aunque rojo, era buena persona, me dieron un chocolate con pastas y la propina, que era<br />

costumbre dar y que luego mi madre se encargaría de poner a buen recaudo, como decían los piratas del Patronato. En el barrio,<br />

las vecinas que ya me la habían dado, así que llevaba los bolsillos llenos de calderillla, y cuando me fui al wáter a mear, me<br />

estaba tan justo el pantalón, que no lo pude subir bien y se me quedó el bolsillo por fuera, lo que provocó que se cayera todo<br />

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