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Sentí la niebla humedecer mi piel.<br />
La adolescencia, ese lugar tormentoso por donde caminamos los humanos, me encontró con el asombro de no saber qué hacer<br />
con mi vida. Ya no era niña... y me adentré en el mundo de los adultos, cerrando y abriendo puertas, a veces gata en celo, a<br />
veces una perra furiosa y las más, perdida en el temblor del cuerpo de un pajarillo. Sufría. Sufría porque mis pechos no daban la<br />
talla, sufría por ellos... no entendían mi llanto, sufría porque buscaba el amor en las miradas y no llegaba. Las noches protegían<br />
mi desconcierto. Sola en la oscura alcoba, cuya ventana daba a la cocina, esperaba a que mis padres se fueran a la habitación,<br />
en la otra parte de la casa. “Ojo con quedarte leyendo, la luz no es gratis”. La novela bajo el colchón es la creencia de que era<br />
un buen escondite. Junto al libro, el pequeño cartel de CASABLANCA. Necesitaba tenerlo cerca. El vacío presente en los ojos<br />
de Ilsa y Rick se parejó con el mío. Y de pronto entraron en mis sueños.<br />
Durante años París había sido para mí únicamente una palabra. Una palabra que me exigía silencio, una palabra que tensaba el<br />
rostro de mi padre, agitaba el pecho de mi madre y hacía suspirar a mi abuela. Junto a la radio, la mano de mi padre sujetando<br />
la rueda del volumen, intentando buscar el lugar justo donde no se oyera demasiado, pero donde no perder ni una noticia.<br />
Esas noticias que no contaba el NO-DO, ni los periódicos, ni las otras emisoras. Era un secreto del que no se hablaba con las<br />
otras niñas.<br />
Luego París me llegó como un recuerdo del exilio y se convirtió en un lugar. El Sena transitaba por mis venas acompasado<br />
por la música que mi padre tarareaba y aprendí las letras de las canciones, ayudada por mis estudios de la lengua francesa en<br />
el colegio y luego en la Academia “...qui la Seine a un amant y son amant est París...”. Recorrí sus rincones de la mano de<br />
los recuerdos de mi padre, olí la primavera en sus jardines, saboreé el café en sus terrazas, conocí a “los garçones” canallas y<br />
la amabilidad de sus policías.<br />
SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS<br />
El aire cálido de la primavera no le despojaba de la gabardina. Las chispas del cigarrillo creaban un círculo luminoso alrededor<br />
de su boca, para luego, rompiendo la oscuridad de su cuerpo, alejado del chorro de luz que dejaba caer la farola el puente,<br />
danzar en su mano marcando un lugar.<br />
Apresuraba el paso, los brazos desnudos, el vestido cuajado de flores, etéreo, caminando con ella, quedándose atrás, las más<br />
de las veces, incapaz de acompasarse a su urgencia. El río llegaba y se iba a su izquierda, una presencia plateada, cuyo rumor<br />
se apagaba por el sonido de sus pisadas en el empedrado.<br />
El fantasma era yo, agazapada en la parte más oscura de un banco del paseo, temblando al sentir la emoción de su pecho. Él<br />
le esperaba en el puente. Un puente de París, un puente sin nombre, un puente de esperanza, de promesa. La veía doblar la<br />
esquina del paseo, subir a la acera, ir deteniendo su carrera. Los dos frente a frente. El cigarrillo muriendo en el suelo. Los<br />
brazos de él abandonados en la cintura de Ilsa. Las manos de ella reconociéndole el rostro.<br />
Se convirtió en mi refugio. Una fantasía juvenil en la que terminé siendo “ella”. A ellos les fueron creciendo las pantalones,<br />
las barbas, los cabellos... según dictan las modas. Cambió el color de sus ojos, la anchura de sus mejillas, la fuerza de sus<br />
hombros... el eco de sus nombres... hasta que llegó él.<br />
¿Existe la amistad entre un hombre y una mujer? Me buscaba, me llamaba, paseábamos, hablábamos. Así durante año y medio.<br />
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