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nos», y hacían oídos sordos a la opmlOn de la sociedad<br />
pagana que les rodeaba. Pero un círculo de criminales, excéntricos<br />
o pervertidos sobrevive exactamente de la misma<br />
forma, haciéndose sordos a la opinión del mundo exterior,<br />
rechazándola como parloteo de entrometidos que «no entienden»,<br />
de «convencionales», «burgueses», gente «del sistema»,<br />
pedantes, mojigatos y farsantes.<br />
Así pues, resulta fácil advertir por qué la autoridad arruga<br />
el ceño ante la amistad. Puede ser una rebelión de intelectuales<br />
serios contra un lenguaje vacío y ampu<strong>los</strong>o, destinado a<br />
captar aplausos y a ser aceptado por todos, o puede ser una<br />
rebelión de quienes defienden novedades dudosas contra<br />
nociones comúnmente aceptadas; de artistas verdaderos contra<br />
la fealdad de lo popular, o de charlatanes contra gustos<br />
elevados; de hombres buenos contra la maldad de la sociedad,<br />
o de hombres malvados contra el bien. Cualquiera que<br />
sea será mal recibida por <strong>los</strong> que mandan. En cada grupo de<br />
amigos hay una «opinión pública» sectorial que refuerza a<br />
sus miembros contra la opinión pública de la comunidad en<br />
general. Toda amistad, por tanto, es potencialmente un foco<br />
de resistencia. Los hombres que tienen verdaderos amigos<br />
son menos manejables y menos vulnerables; para las buenas<br />
autoridades son más difíciles de corregir, y para las malas son<br />
más difíciles de corromper. Por tanto, si nuestros jefes -por<br />
la fuerza o mediante la propaganda sobre la «camaradería»,<br />
o bien haciendo veladamente que la intimidad y el tiempo<br />
libre resulten imposibles- lograran formar un mundo en el<br />
que todos fueran compañeros, no existirían <strong>los</strong> amigos; habrían<br />
suprimido así algunos riesgos, pero también nos habrían<br />
quitado lo que constituye la más sólida defensa contra<br />
la total esclavitud.<br />
Los peligros son plenamente reales. La amistad, como la<br />
veían <strong>los</strong> antiguos, puede ser una escuela de virtud; pero<br />
también -el<strong>los</strong> no lo vieron- una escuela de vicio. La<br />
amistad es ambivalente: hace mejores a <strong>los</strong> hombres buenos<br />
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y peores a <strong>los</strong> ma<strong>los</strong>. Analizar este punto sería una pérdida<br />
de tiempo. Lo que nos interesa no es explayarnos sobre la<br />
maldad de las malas amistades, sino tomar conciencia del<br />
posible peligro que encierran las buenas. Este amor, como<br />
<strong>los</strong> otros <strong>amores</strong> naturales, tiene una propensión congénita a<br />
sufrir una dolencia especial.<br />
Es evidente que el elemento de separación, de indiferencia<br />
o de sordera, por lo menos en algunos aspectos, frente a<br />
las voces del mundo exterior, es común a todas las amistades,<br />
sean buenas o malas o simplemente inocuas. Aun así, la base<br />
común de la amistad es tan intrascendente como coleccionar<br />
sel<strong>los</strong>; su círculo, inevitablemente y con razón, ignora las<br />
opiniones de millones que creen que es una actividad tonta,<br />
y de miles que se han interesado por ella de una manera<br />
superficial. Los fundadores de la meteorología, inevitablemente<br />
y con razón también, ignoraron <strong>los</strong> juicios de millones<br />
que atribuían las tormentas a la brujería. En esto no hay<br />
ofensa. Y como sé que para un círculo de jugadores de golf,<br />
o de matemáticos, o de automovilistas, yo sería un extraño,<br />
reclamo igual derecho a considerar<strong>los</strong> a el<strong>los</strong> extraños al mío.<br />
Las personas que se aburren estando juntas deberían verse<br />
raras veces; quienes se interesan el uno por el otro, deberían<br />
verse a menudo.<br />
El peligro de las buenas amistades consiste en que esta<br />
indiferencia o sordera parcial respecto a la opinión exterior,<br />
aunque necesaria y justificada, puede conducir a una indiferencia<br />
o sordera completas. Los ejemp<strong>los</strong> más espectaculares<br />
de esto pueden verse, no en un círculo de amigos, sino en<br />
una clase teocrática o aristocrática. Sabemos lo que <strong>los</strong> sacerdotes<br />
de la época de Nuestro Señor pensaban sobre la gente<br />
corriente. Los caballeros de las crónicas de Froissart no<br />
tenían ni simpatía ni misericordia con «<strong>los</strong> forasteros», <strong>los</strong><br />
rústicos o labriegos. Pero esta lamentable indiferencia se<br />
entremezclaba estrechamente con una buena cualidad: existía<br />
verdaderamente entre el<strong>los</strong> un elevado código de valor,<br />
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