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cslewis-los-cuatro-amores

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transmitía la impresión de que el<strong>los</strong> eran plenamente conscientes<br />

de vivir en un plano superior al del resto de nosotros;<br />

la impresión de que se encontraban entre nosotros como<br />

caballeros entre rústicos, o como adultos entre niños. Es<br />

muy posible que tuvieran una respuesta a mi pregunta, pero<br />

que comprendieran que yo era demasiado ignorante para<br />

entenderla. Si hubiesen contestado escuetamente «Sería muy<br />

iargo de explicar», yo no les estaría atribuyendo ahora el<br />

orgullo de la amistad. El intercambio de miradas y la risa<br />

constituyen el punto determinante: la personificación auditiva<br />

y visible de una superioridad corporativa que se da por<br />

sentada y es evidente. La casi total inocuidad, la ausencia de<br />

todo deseo aparente de herir o mofarse (eran jóvenes muy<br />

simpáticos) subrayan realmente su actitud olímpica. Había<br />

aquí un sentido de superioridad tan seguro que podía darse<br />

el lujo de ser tolerante, cortés, sencillo.<br />

Este sentido de superioridad corporativa no siempre es<br />

olímpico, es decir, sereno y tolerante; puede ser titánico:<br />

obstinado, agresivo y amargo. En otra ocasión, habiendo<br />

dado yo una conferencia a un grupo de universitarios, seguida<br />

de un correcto debate, un joven de expresión tensa, como<br />

la de un roedor, me interpeló de tal manera que tuve que<br />

decirle: «Perdone, pero en <strong>los</strong> últimos cinco minutos, y por<br />

dos veces, me ha llamado usted mentiroso; si no puede<br />

discutir un tema de otra manera, me veré obligado a marcharme».<br />

Yo esperaba que él haría una de estas dos cosas: o<br />

perder la calma y redoblar sus insultos, o sonrojarse y disculparse.<br />

Lo sorprendente fue que no hizo nada de eso.<br />

Ninguna nueva alteración vino a agregarse a la habitual malaise<br />

de su expresión. No repitió directamente que yo estaba<br />

mintiendo, pero, aparte de eso, siguió como antes. Era como<br />

chocar contra una pared; estaba protegido contra el riesgo<br />

de toda relación propiamente personal, fuera amistosa u hostil,<br />

con alguien como yo. Detrás de esas actitudes hay, casi<br />

con seguridad, un círculo de tipo titánico de autoarmados<br />

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caballeros templarios, perpetuamente en pie de guerra para<br />

defender a su admirado Baphomet. Nosotros, para quienes<br />

somos «el<strong>los</strong>», no existimos como personas; somos especímenes,<br />

especímenes de varios grupos de edades, tipos, opiniones,<br />

o intereses, que deben ser exterminados. Si les falla<br />

un arma, cogen fríamente otra. En el sentido humanamente<br />

corriente, no están en relación con nosotros, sino que cumplen<br />

una tarea profesional: pulverizamos con insecticida (le<br />

oí a uno usar esta expresión).<br />

Mis dos simpáticos clérigos y mi no tan simpático roedor<br />

tenían un alto nivel intelectual. También lo tenía el famoso<br />

grupo del período eduardiano que llegó hasta la asombrosa<br />

fatuidad de llamarse a sí mismo «Las almas»; pero el mismo<br />

sentimiento de superioridad colectiva puede apoderarse de<br />

un grupo de amigos mucho más vulgares. En ese caso la<br />

prepotencia será mucho más descarnada. En el colegio hemos<br />

visto hacer eso a alumnos «antiguos» ante uno nuevo, o<br />

a soldados veteranos ante uno novato; otras veces, a un<br />

grupo bullicioso y grosero tratando de llamar la atención de<br />

<strong>los</strong> demás en un bar o en un tren. Esas personas hablan con<br />

un lenguaje de jerga y de forma esotérica a fin de llamar la<br />

atención, y demostrar así al que no pertenece a su círculo que<br />

está fuera de él. Es cierto que la amistad puede ser «en torno»<br />

a casi nada, aparte del hecho de ser excluyente. Hablando<br />

con un extraño, cada miembro del grupo se deleita llamando<br />

a <strong>los</strong> demás por sus nombres de pila o por sus motes, aunque<br />

el extraño no sepa a quién se refiere, y precisamente por eso.<br />

Conocí a uno que era todavía más sutil. Simplemente, se<br />

refería a sus amigos corno si todos supiéramos -teníamos<br />

que saberlo- quiénes eran. «CoJ:!lo me dijo una vez Richard<br />

Button... », empezaba diciendo. Eramos todos muy jóvenes,<br />

y jamás nos hubiéramos atrevido a admitir que no habíamos<br />

oído hablar de Richard Button. Resultaba obvio, para cualquiera<br />

que fuese alguien, que se trataba de un nombre familiar,<br />

«no conocerlo significaba demostrar que uno no era<br />

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