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Lenka21Mag 2013/07/21

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Nota del autor: licencia Creative Commons.<br />

Podéis compartirlo libremente, siempre que<br />

respetéis lo siguiente:<br />

Autoría. Queda feo colgarse medallas ajenas,<br />

¿no crees?<br />

Contenido. No lo modifiquéis. Será mejorable,<br />

pero es el que es.<br />

Gratuidad. Si yo no voy a sacar provecho<br />

económico de mi relato, no lo hagas tú por mí ;)<br />

Una vez habiendo realizado estas<br />

declaraciones, hago público éste relato:<br />

DIRECTO AL CEMENTERIO<br />

Francisco, o Paco, era un tipo vulgar y<br />

anodino. Un tipo común, como su nombre.<br />

Nunca había destacado en nada ni había<br />

conseguido cosechar grandes éxitos en su<br />

vida. Es más, cuando las cosas empezaban a<br />

encaminarse, siempre terminaban siendo un<br />

espejismo, pues estaba condenado a ser un<br />

fracasado.<br />

Llegó a tener un empleo suficientemente<br />

respetable, un trabajo fijo. Hasta que, a causa<br />

de la crisis económica, terminó por resignarse<br />

a ver cómo se le escapaba de las manos tras<br />

muchos años de dedicación. Esa era su<br />

especialidad: ver cómo todo por lo que se<br />

había sacrificado se evaporaba ante sus<br />

narices. Además, estaba en esa edad en la<br />

que sus padres empezaban a volverse seniles<br />

y sus hijos a comportarse como unos<br />

inmaduros ególatras. Para colmo de males, la<br />

relación con su esposa acababa de fenecer<br />

tras una agonía de años en los que, como si se<br />

tratase de una planta, fue secándose más y<br />

más y perdiendo vigor hasta convertirse en<br />

algo feo y molesto, en lugar de eso tan<br />

hermoso y placentero que había sido. En<br />

definitiva: divorcio.<br />

En consecuencia, Paco fue consumiendo su<br />

Talento<br />

Relato: Directo al cementerio<br />

Daniel Navarro González<br />

25/06/<strong>2013</strong><br />

49<br />

Ver perfil<br />

tiempo y su dinero del paro en vaciar una jarra<br />

de cerveza tras otra en el Bar Manolo y en<br />

esta situación permaneció hasta que, un día,<br />

sin saber muy bien el porqué, decidió que ya<br />

era hora de empezar a plantearse la vida de<br />

otra manera. Si quería recuperar lo perdido<br />

debía luchar y esforzarse al máximo, todo lo<br />

contrario de lo que había estado haciendo<br />

hasta el momento. Así pues, concluyó que,<br />

para empezar, debía convencerse a sí mismo<br />

de que la vida merece la pena y que –aunque<br />

sea un recurso muy egoísta- siempre hay<br />

alguien en una situación peor a la de uno.<br />

Pensó entonces que, aunque sonase frívolo y<br />

cruel, debía rodearse de gente más triste y<br />

desgraciada que él mismo, para poder<br />

aceptar de una vez por todas que su estado, si<br />

bien no era óptimo, no implicaba un vacío<br />

total.<br />

Resuelto a encontrarse con gente más<br />

desgraciada que él, salía a la calle a menudo<br />

a dar paseos y, en cuanto se cruzaba con<br />

alguien con aspecto triste, procuraba<br />

apañárselas para escuchar sus penas, o al<br />

menos adivinarlas. Aun así, terminó llegando<br />

a la conclusión de que la mayoría de gente<br />

triste con la que se topaba por la calle lo<br />

estaba por motivos mucho más absurdos que<br />

los suyos.<br />

Eso le llevó al desánimo. ¡A ver si iba a ser<br />

cierto que no se podía estar peor! Hasta que<br />

una tarde, mientras gastaba la suela de sus<br />

zapatos sobre el asfalto, vio cómo se le<br />

acercaba un autobús. Iba al cementerio. “Un<br />

autobús directo al cementerio –pensó-. Si allí<br />

no encuentro gente afligida, no sé dónde la<br />

voy a encontrar”. Decidido, hizo señales al<br />

autobús para que se parara, cosa que no hizo,<br />

así que tuvo que perseguirlo durante un<br />

puñado de decenas de metros hasta que,<br />

ahora sí, se detuvo en una parada oficial.<br />

Al montarse le cobraron un precio<br />

descomunal por el billete, pero aceptó, dando

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