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La búsqueda<br />
La ventana se cierra.<br />
Manuela abrió los ojos lentamente al nuevo día. Un día más lejos de los suyos y de<br />
su país, donde las montañas nevadas tocaban al sol y arrojaban fuego hasta quedarse sin<br />
aliento Ecuador. Un día más, sin ver la sonrisa de su hijito pequeño o la arrugada cara de su<br />
madre. Arrugas formadas por mil soles y mil pesares, pero siempre calmada y siempre<br />
resignada. Otro amanecer sin ver el despertar de la selva tan sobrecogedora y tan<br />
grandiosa, pero a pesar de su añoranza Manuela estaba contenta. Pensaba en la suerte que<br />
había tenido al ser acogida en el hogar de estos señores, que le facilitaron los trámites de la<br />
emigración y le abrieron las puertas de su casa. Aun recordaba la triste despedida de los<br />
suyos, el horror del aeropuerto el miedo al avión y después al llegar a la Aduana y pasar el<br />
trancito las palabras tranquilizadoras de su nueva patrona.<br />
- ¿Eres Manuela? Bienvenida, yo soy Carmen<br />
Carmen le dio un abrazo y sin parar de parlotear subieron a un automóvil que las<br />
esperaba en el aparcamiento del aeropuerto.<br />
- Estarás muy cansada supongo. ¿Tienes hambre? Si quieres nos paramos en la<br />
carretera en algún bar a tomar algo.<br />
A Manuela no se le ocurría otra cosa que contestar: No señorita. Si señorita .Como<br />
usted disponga señorita. Pero le daba la impresión que Carmen en realidad no esperaba<br />
ninguna respuesta<br />
Subieron al lujoso automóvil que las esperaba, ella nunca se había subido a un<br />
coche así, solamente a la guagua que de vez en cuando, las llevaba, durante la primavera al<br />
mercado de Otavalo, acompañando a su padre para vender los cestos y los ponchos que<br />
durante el invierno habían tejido, o al mercado de las flores con los cestos llenos de bejucos<br />
y de la orquídea que da la flor de la vainilla, las magnolias, las dalias o los gladiolos. Por<br />
unas horas, el suelo rojo de la plaza se cubría con los colores del arco iris. La humedad de<br />
la selva besaba los pétalos de las flores, acariciaba los cestos, las piedras del pavimento y<br />
los ladrillos de las paredes. Después las flores sobrantes se dejaban al pie del altar de la<br />
Iglesia, al lado de los ángeles de oro puro que mas grandes que una persona, había en el<br />
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