Las señales inequívocas - Juventud Rebelde
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juventud rebelde DOMINGO 17 DE MAYO DE 2009<br />
OPINIÓN 05<br />
Aladinos de otras alfombras<br />
por RICARDO RONQUILLO BELLO<br />
digital@jrebelde.cip.cu<br />
HAY quienes pretenden ofrecernos una<br />
alfombra de apología. Una especie de<br />
Aladinos que quieren hacernos volar<br />
siempre sobre un mundo de ensueños.<br />
Narcisistas cuidadosos de que nada<br />
ensombrezca los brillos que reflectan<br />
sus espejos de marcos dorados. La<br />
imagen real pretenden sustituirla por<br />
alguna virtual. No hay que reflejar el<br />
país que es sino solo el que se ansía.<br />
Lo meditaba a propósito de un encuentro<br />
nacional de estudiantes de Periodismo<br />
promovido por la universidad<br />
holguinera; un hermoso y profundo<br />
ejercicio de academia y pensamiento.<br />
Los que llevamos años en esta<br />
profesión pudimos observarnos desde<br />
las pupilas inquisitivas de esos<br />
que están por comenzar ahora, o dentro<br />
de poco tiempo. No era nuestro<br />
análisis, sino el de ellos.<br />
Mirada en muchos sentidos: qué<br />
hemos hecho y qué hay que hacer.<br />
Qué debe respetarse y qué desechar.<br />
Qué contraer y qué expandir.<br />
Cómo reconstruirnos en eficacia<br />
desde el respeto y la reverencia a la<br />
mejor tradición. Un puente de respeto<br />
y crecimiento entre generaciones<br />
que deben conducir sin fracturas<br />
el periodismo revolucionario cubano<br />
hacia un desafiante y apasionado<br />
futuro.<br />
Me hicieron recordar el día en que<br />
—iniciándome como periodista—<br />
me dejé tentar por la actuación cómoda,<br />
sin contrastes. Alguien anunció<br />
que en las montañas de la provincia<br />
se habían sembrado ese año diez<br />
matas de plátano fruta por habitante.<br />
Y corrí lleno de entusiasmo a ofrecer<br />
la buena nueva.<br />
Años después comenzó a asaltarme<br />
la inquietud sobre el destino de<br />
las miles de toneladas de frutos que<br />
a esas alturas ya debían esperarse.<br />
Y hoy admito que fueron a parar dentro<br />
de ese batido de cifrismo y complacencias<br />
con el que no pocas veces<br />
hemos edulcorado, sin necesidad,<br />
la realidad.<br />
En el evento recordé también la<br />
historia de otro colega que se fue<br />
«con la de trapo», al hacer pública<br />
una cantidad de árboles sembrados<br />
anunciada en su municipio.<br />
Cuando recapacitó más tarde —haciendo<br />
sus propios cálculos— comprendió<br />
que se necesitarían, además<br />
de todo el espacio terrestre de aquella<br />
región, kilómetros mar adentro para que<br />
cupiera semejante cifra de posturas.<br />
Así fueron sembradas no pocas<br />
Amazonias de incongruencias; y a veces<br />
quienes pretendieron salirse de<br />
la tupidez de ese bosque resultaron<br />
resembrados con «extraños» y ofensivos<br />
epítetos.<br />
En oportunidades hemos obviado<br />
que esta es una profesión que en<br />
cualquier geografía debería moverse<br />
por el filo de la duda, con independencia<br />
de todas las certezas. El arte del<br />
periodismo es el de preguntar y preguntarse.<br />
La estructura de esta profesión<br />
se levanta sobre columnas de<br />
interrogantes que, cuando las olvidamos,<br />
se reblandece; y con ella se resiente,<br />
además, un importante e insoslayable<br />
contrapeso.<br />
Es que en la Revolución todos andamos<br />
juntos en los mismos objetivos…<br />
¡Pero cuidado!, nunca revueltos,<br />
habría que agregar. La obra de humanismo<br />
y libertad que hemos levantado<br />
de lo que menos requiere es de extrañas<br />
alfombras de complacencias.<br />
por ALINA PERERA ROBBIO<br />
digital@jrebelde.cip.cu<br />
El milagro de Susan<br />
HACE algunas semanas, cuando el tema estaba<br />
muy fresco, conversábamos una colega y yo<br />
sobre la historia de la «gordita» británica Susan<br />
Boyle, una humilde mujer con estampa de ama<br />
de casa que se presentó como concursante en<br />
el programa Britain’s Got Talent, quien al terminar<br />
su exposición sobre el escenario, dejó boquiabiertos<br />
a un público y un jurado siempre listos<br />
para la ironía y el escepticismo.<br />
Susan fue blanco de las risas y burlas de<br />
sus espectadores, antes de empezar a cantar<br />
como un ángel. En un video que millones de internautas<br />
buscaron y vieron, y que provocó una<br />
avalancha de reflexiones sobre la naturaleza<br />
humana, aparecía la concursante entonando la<br />
canción I dreamed a dream, con lo cual iba<br />
trastocando los rostros de quienes estaban allí<br />
para solazarse chistosamente con cuanta criatura<br />
novata intentara compartir algo de su talento,<br />
en un certamen que parece estar hecho<br />
más para la humillación que para el camino a<br />
la fortuna.<br />
En sus declaraciones, Susan confesaba estar<br />
por JOSÉ AURELIO PAZ<br />
digital@jrebelde.cip.cu<br />
«Quiero un sombrero/ de guano, una bandera/<br />
quiero una guayabera/ y un son para cantar…»<br />
NO creo que una pieza de vestir haga el corazón de una<br />
nación, como mismo una golondrina no hace verano. Existen<br />
asuntos más raigales del espíritu que le bordan la fibra a un<br />
país. Sin embargo, la identidad se construye, también, con<br />
símbolos y no quiero ser lapidario, pero la guayabera está en<br />
veda como mismo pudiera estarlo la tórtola o el manjuarí,<br />
como mismo pudiéramos bebernos el jugo de las nostalgias<br />
donde estuvo la mata de caimito, la de marañón o la de nísperos.<br />
Solo que, a diferencia de estas, que pudieran crecer por<br />
la propia obra de restitución de la naturaleza en cualquier rincón<br />
del monte, la prenda requiere de la voluntad humana para<br />
rescatar su sentido.<br />
Tan es así que salí a la calle a encuestar a los jóvenes. Ante<br />
la pregunta simple de qué es una guayabera, las respuestas<br />
eran concluyentes: «Algo que usaba mi abuelo y ya no se usa».<br />
Un segundo cuestionamiento, referido a si se la pondrían para<br />
una fiesta de 15, una boda o en la nocturnidad de un sábado<br />
cualquiera, uno de los muchachos, mirándome cual extraterrestre,<br />
se preguntó a sí mismo: «¿Le habrá hecho daño la<br />
soya al puro?»<br />
Lo cierto es, aunque duela admitirlo, que cada día que pasa<br />
se pierde más este elemento identitario de la cubanía, a contrapelo<br />
de otras latitudes latinoamericanas donde la pieza de<br />
«alucinada» con todo el vendaval desatado,<br />
aun cuando dejaba en claro su deseo de no<br />
cambiar mucho, de seguir con los pies sobre la<br />
tierra, «porque hay que hacerlo», y de que el público<br />
pudiera verle su yo verdadero, la persona<br />
que en realidad es: alguien humilde, normal y<br />
corriente.<br />
Se ha dicho que la cantante vio que se reían<br />
por lo bajo de ella nada más haber llegado al<br />
escenario, y que ese ambiente, lejos de apocarla,<br />
la impulsó a dar una lección. Haber convertido<br />
el cinismo de la gente en asombro y casi<br />
bondad, ha sido para ella un «milagro».<br />
Lo que se desgaja de este episodio que ha<br />
conmovido a millones de personas, es para mí<br />
el hecho de que, aun cuando nuestra especie<br />
parece estar amasada con un obvio ingrediente<br />
de morbo y crueldad, es justo reconocer que<br />
no podemos resistirnos a verdades luminosas<br />
y de bien como son el talento o la belleza interior.<br />
Y en esa lucha entre la fiera y el querubín<br />
que llevamos dentro, parece ser que este último<br />
todavía puede dar batalla y ganar terreno.<br />
Otra arista no menos importante y que en<br />
honor a la franqueza inspiró estas líneas, es la<br />
concerniente a lo aparencial, a cómo resulta<br />
raro que vayamos más allá de la imagen que,<br />
a golpe de primera vista, recibimos de otras<br />
personas. Así como el público esperaba cualquier<br />
cosa menos un acto sublime en Susan<br />
Boyle —con rostro bonachón y pasadita de peso—,<br />
sucede que cuando alguien llega con<br />
diferentes estampas o modos de expresarse,<br />
la reacción más común es atrincherarnos frente<br />
a lo que no es igual.<br />
Como si ese otro no tuviera alma, algunos<br />
asumen la pose del evangelizador que debe<br />
encauzar al diferente por el buen camino. Y es<br />
ahí donde se pierde la posibilidad de un diálogo<br />
fecundo, de un buen encuentro, sin talanqueras<br />
mentales, que saque a flote el talento<br />
nuestro y el del otro, ese don que todos, absolutamente<br />
todos, traemos para hacer algo bien<br />
y con ganas cuando llegamos a este mundo.<br />
Por supuesto que esta cruzada contra los<br />
prejuicios incluye el respeto a cualidades y<br />
La guayabera:<br />
¿típicamente cubana?<br />
vestir nacional es la mejor etiqueta; sello de orgullo y elegancia<br />
criolla usado en las ocasiones más especiales de la vida de<br />
cualquier ciudadano. En Cuba, país libre y soberano como ninguno,<br />
el uso de la guayabera se ha convertido casi en asunto<br />
de Estado. ¡Vaya paradoja! Su única vitrina parece ser la televisión,<br />
cuando un dirigente la porta como lo que es, un símbolo<br />
nuestro, o el visitante, en gesto de solidaridad, exhibe una, posiblemente<br />
de otra procedencia.<br />
Si bien, unos pocos años atrás, la fresca camisa se conseguía<br />
a un costo asequible para cualquier bolsillo cubano, ahora,<br />
casi por exclusividad, la puede encontrar disponible en zonas<br />
comerciales destinadas al turismo (cuando aparece) y a<br />
precios demasiado anchos para el estrecho bolsillo del salario<br />
nacional.<br />
Y aclaro que no estoy proponiendo que los cubanos nos uniformemos.<br />
Creo en la libertad cabal del individuo. Hablo de algo<br />
más raigal, de devolverle a la histórica camisa su presencia material<br />
en nuestra vida y en nuestros afectos, como estrategia<br />
también de esa batalla de ideas que esgrimimos, la cual tiene<br />
que llevar a nuestros jóvenes a portarla con orgullo y naturalidad,<br />
más que con vergüenza.<br />
Uno se pregunta dónde han quedado, fuera de la estrecha<br />
pantalla de Palmas y Cañas, aquellos guateques en que «la<br />
reina» no podía faltar, aunque las manos dolieran de tanta<br />
plancha sobre el almidón para que las alforzas tuvieran la<br />
rectitud de las palmas. ¿Se habrán quedado dormidas las<br />
abuelas frente a su Singer, por falta de telas, para que el nieto<br />
vaya «vestido de cubano» al acto de la escuela? ¿Desmemoria<br />
por aquellos tiempos en que no faltaba, en moneda<br />
sentimientos que sí deben ser factor común,<br />
como el sentido de la solidaridad, el amor a los<br />
semejantes o la noción de lo justo. Y siempre<br />
que esas esencias pervivan y sean capaces de<br />
encarnar en actos, no importa que haya que<br />
buscarlas debajo de una piel tatuada, o de una<br />
indumentaria extraña, o de unas palabras que<br />
nos pongan los pelos de punta, o de una gesticulación<br />
que sea todo un desafío para lo que<br />
nos enseñaron en tanto tiempo de civilización<br />
patriarcal.<br />
Lo diferente no es obligadamente lo contrario,<br />
o lo inferior. Lo que Susan se alegra de<br />
haber recordado al mundo, es que el reino de<br />
los lindos, de los «correctos», los «exitosos», es<br />
también el de la necedad si en él no cabe la<br />
infinita y variopinta gama que es el resto de la<br />
humanidad. En lo que a nuestra Isla respecta,<br />
esa voluntad tan lindamente expresada por<br />
José Martí en su «con todos y para el bien de<br />
todos»; o sea, sumar —que tiene como premisa<br />
el respeto al otro, la esperanza compartida<br />
con el otro—, es la clave de toda fortaleza.<br />
nacional, la posibilidad de ir con elegancia criolla a un viaje<br />
de estímulo o a un congreso? ¿Será que su uso, y abuso de<br />
años, nos ha llevado a un rechazo casi institucional? Muchas<br />
son las preguntas sin una respuesta, y ojalá que esta simple<br />
mirada sirviera de detonante a un debate mucho más<br />
amplio.<br />
Mas, lo que lacera y duele, es que Cuba importe guayaberas,<br />
y las de origen yucateca o las filipinas, por su buena<br />
fama, nos roben la paternidad ante los ojos del mundo. Que<br />
se nos prive de tenerla a mano, a precios humildes, cuando<br />
ya pesa el hecho de no poder comprar una bandera o una<br />
prenda con la efigie del Che, fuera del circuito comercial destinado<br />
al turismo.<br />
Soy de la opinión que, como mismo queremos rescatar los<br />
valores de la enseñanza en la familia y en la escuela, percutores<br />
de sanación para la sociedad toda, amada y defendida<br />
como proyecto humano, asunto como este, que pudiera parecer<br />
tema trivial de pasarelas, debiera tenerse en cuenta, también,<br />
como táctica frente a la malsana globalización por defender una<br />
identidad propia.<br />
Si bien en algunas zonas del país ha habido intentos de<br />
rescate de la camisa, a través de diversos eventos culturales<br />
e iniciativas, su nulidad material en nuestros escaparates<br />
impide cualquier escaramuza digna a Elpidio y María Silvia,<br />
frente a los turistas Mickey y Minnie, cuando no podemos<br />
permitir que la guayabera, tan nuestra, tan cubana, llegue<br />
a portar el sello de Made in Disney, lo cual sería una<br />
vergüenza colectiva más que un dolor pasajero. ¡Ojal con<br />
esto!