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La voluntad se ejercita - Juventud Rebelde

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juventud rebelde DOMINGO 23 DE NOVIEMBRE DE 2008 OPINIÓN 05<br />

Cla<strong>se</strong> magistral<br />

por ALINA PERERA ROBBIO<br />

alinaperera@jrebelde.cip.cu<br />

ENTRÓ la llamada después de muchos<br />

años. Era la voz de Nuria Nuiry<br />

Sánchez, mi maestra de cuando yo<br />

estudiaba Periodismo en la Facultad<br />

de la Universidad de <strong>La</strong> Habana. <strong>La</strong><br />

educadora de tantos <strong>se</strong>res humanos<br />

que en el transcurso de más de 50<br />

años <strong>se</strong> habían quedado con algo de<br />

la luz hallada en algún aula encendida<br />

por la <strong>se</strong>ncillez tan sabia de Nuria.<br />

Mientras escuchaba su invitación<br />

al encuentro donde concurrirían amigos<br />

que por diversas razones habían<br />

estado cerca de ella, me subía del<br />

alma cierto regusto melancólico, y<br />

volvían aquellos instantes verdes en<br />

que todavía yo no me había descolgado,<br />

como quien dice, de la infancia;<br />

y sonreía casi todo el tiempo; y<br />

era cómplice de la candidez y el arrojo<br />

con que mi generación tejía y destejía<br />

el mundo.<br />

Me sobrecogió tener un espacio<br />

en la <strong>se</strong>nsibilidad y memoria de la<br />

maestra. Y como no hay mandato<br />

más fuerte que el del afecto, llegué<br />

temprano, este último miércoles, a la<br />

Casa Mu<strong>se</strong>o Servando Cabrera, ubicada<br />

en la habanera calle Pa<strong>se</strong>o<br />

entre 13 y 15, donde comenzaron a<br />

mezclar<strong>se</strong> cubanos de distintas edades<br />

en un patiecito precioso; y donde<br />

la frialdad de la tarde tonificaba<br />

los impulsos y las más increíbles<br />

declaraciones de cariño.<br />

Nuria vivió allí momentos muy merecidos<br />

y emocionantes, como recibir<br />

la Medalla 280 Aniversario de la Fundación<br />

de <strong>La</strong> Universidad de <strong>La</strong> Habana,<br />

por haber «jugado un papel destacado<br />

en la formación de los profesionales<br />

del periodismo, la comunicación,<br />

las artes y las letras»; y por<br />

haber «contribuido notablemente al<br />

desarrollo de la extensión universitaria<br />

y de la cultura de nuestro país»,<br />

entre otras razones.<br />

Pero e<strong>se</strong> premio tangible <strong>se</strong> fue<br />

entreverando con otros que, sin sa-<br />

ber cómo ni en qué momento, convirtieron<br />

el homenaje en una cla<strong>se</strong> magistral<br />

de la Profesora Titular de la Universidad<br />

de <strong>La</strong> Habana, quien actuaba<br />

como eje que movía hilos invisibles<br />

y propiciaba diálogos, algunos<br />

que viví —y e<strong>se</strong> fue mi regalo—, y<br />

por cuenta de los cuales apresé un<br />

manojo de verdades en demasiado<br />

poco tiempo.<br />

<strong>La</strong> primera maravilla, en un escenario<br />

de gente viva, y repleto de flores<br />

hermosamente acomodadas,<br />

fue contemplar una generación con<br />

la edad de mis padres (habían pasado<br />

de los 50). Quizá faltaban uno o<br />

dos en la lista, pero aquello era un<br />

aula entera que Nuria había tenido<br />

en sus manos cuando ellos eran<br />

adolescentes. Los hombres eran elegantes,<br />

y de una ocurrencia sobrecogedora,<br />

esa que solo nace de <strong>se</strong>r cultos.<br />

Y las mujeres exhibían un desbordamiento<br />

por esa fiesta que es<br />

existir, y lucían esa lindura que solo<br />

da la transparencia. «Qué transgresoras…»,<br />

me dije, y casi <strong>se</strong>ntí pena<br />

por esos fantasmas prejuiciosos que<br />

suelen acecharnos y que no pocas<br />

veces, dentro de nosotros mismos,<br />

nos ganan la pelea.<br />

Como tiro de gracia, <strong>se</strong>ntada con<br />

toda naturalidad y elegancia, estaba<br />

la Doctora Beatriz Maggi, con sus 84<br />

años y una intensa carrera en el magisterio,<br />

alguien que por décadas ofreció<br />

conferencias en la Facultad de Artes<br />

y Letras de la Universidad de Habana,<br />

la cuales eran per<strong>se</strong>guidas hasta<br />

por estudiantes de aulas y matrículas<br />

ajenas. «¿Qué libro podría sostenerla<br />

para vivir; con cuál le gustaría<br />

ir<strong>se</strong> al otro mundo?», le preguntó José<br />

Alejandro, mi colega y también alumno<br />

de Nuria. Y ella: «No me mandes<br />

tan pronto al otro lado. ¿Sostenerme<br />

aquí?: solo puede hacerlo otro <strong>se</strong>r<br />

vivo…». De todos modos confesó que<br />

<strong>La</strong> Divina Comedia, del poeta florentino<br />

Dante Alighieri, es una de sus<br />

obras predilectas.<br />

En medio del festejo, una mujer<br />

tremenda que vivió sus turbulentos<br />

años universitarios en los 70, vino a<br />

decirnos: «No olviden que fuimos nosotros<br />

quienes empujamos duro para<br />

que las muchachas que llegaron<br />

después no tuvieran que ir vírgenes<br />

al matrimonio…». Y <strong>se</strong> sumaron otros<br />

que empezaron a recordar enjuiciamientos<br />

absurdos de una época.<br />

Nuria, a quien perdí de vista mientras<br />

las tertulias que iban cerrando la<br />

tarde nos hacían olvidar el frío, hizo lo<br />

suyo cuando le tocó hablar a todos y<br />

comentó que acababa de cumplir sus<br />

75 años. «Hay quien prefiere no decir<br />

cuánto ha vivido y <strong>se</strong> quita edad, pero,<br />

si hago eso, ¿de qué parte de mi vida<br />

estaría renegando?». Por <strong>se</strong>gundos, el<br />

patiecito <strong>se</strong> sumergió en el silencio.<br />

«Soy atea, dijo, pero siento que todos<br />

mis alumnos están dentro de<br />

mí»; Y recordó a sus discípulos Manuel<br />

González Bello, Guillermo Cabrera<br />

Álvarez y Eduardo Jiménez García,<br />

este último con tanto talento para dar<br />

al mundo, demasiado tierno para haber<strong>se</strong><br />

ido, cuya simple mención me<br />

remontó a los años verdes, <strong>se</strong>ntimentales<br />

y límpidos del aula. «<strong>La</strong> vida es<br />

una, indivisible, y en ella vamos todos<br />

juntos, con nuestro pasado, pre<strong>se</strong>nte<br />

y destino», remarcó Nuria, quien, quizá<br />

sin quererlo, había tramado la atmósfera<br />

para otra de sus cla<strong>se</strong>s magistrales.<br />

¿Evangelio vivo?<br />

por LUIS LUQUE ÁLVAREZ<br />

luque@jrebelde.cip.cu<br />

por NELSON GARCÍA SANTOS<br />

corresp@jrebelde.cip.cu<br />

EL caballo hala jadeante, manando sudor,<br />

el carretón loma arriba, mientras<br />

la fusta del cochero rebota una y otra<br />

vez sobre el lomo de la bestia que<br />

aguanta estoicamente sin relinchar.<br />

El hombre refuerza cada latigazo<br />

con un palabreo intimidatorio: «Caballo,<br />

¡caraj’! coge el paso o te arranco<br />

«¡VAYA tú, “palestino”!», dice uno, y le responde<br />

a gritos el otro: «¡Ah, tú, descara’o!».<br />

Y no pasaría de <strong>se</strong>r un entretenido intercambio<br />

de «elogios» entre dos personas, si no fuera<br />

porque <strong>se</strong> trataba de un muchacho de Secundaria<br />

y otro joven, algo mayor que él. Pero no<br />

joven a <strong>se</strong>cas, no. Era su joven… maestro.<br />

Ya, ya. Que no es la norma, lo sé, pero sucedió,<br />

y lo traigo a esta página. Precisamente<br />

para que la golondrina siga sin hacer verano.<br />

Porque si empezaran a <strong>se</strong>r dos, tres o cuatro<br />

las golondrinas, habría que inquietar<strong>se</strong>, pues el<br />

chaparrón viene atrás, de <strong>se</strong>guro.<br />

Menuda manera de tratar<strong>se</strong> un profesor y su<br />

alumno. Si me trasladara en mi particular maquinita<br />

del tiempo a los años 80, pudiera verme allí,<br />

en la fila, con la pañoleta roja y una camisa blanca.<br />

Nada más sonar el timbre, la una nos la quitábamos<br />

y la metíamos en la carpeta, y de la<br />

otra, sacábamos sus pliegues por fuera del pantalón<br />

mostaza, mientras chapurreábamos la<br />

canción de los 46 —«¡Güi ar du guol!»— y rezábamos<br />

para no encontrarnos por el camino a un<br />

profesor que nos pillara en tan descompuesta<br />

facha. ¡Porque había que componer<strong>se</strong>!, si no:<br />

«Luque, dígales a sus padres que vengan mañana<br />

a verme, antes de las ocho».<br />

Ello podía significar una vergüenza de más<br />

de la marca. Pues si la fra<strong>se</strong> «¡muy bien!», emitida<br />

por el maestro ante una respuesta correcta,<br />

hacía que a uno <strong>se</strong> le hinchara el pecho,<br />

también nos abochornaba que el maestro nos<br />

llamara la atención por «no-atender-tirar-tacosdibujar-en-la<br />

libreta-no-hacer-la-tarea». <strong>La</strong>s orejas<br />

<strong>se</strong> nos ponían cálidamente coloradas, y no<br />

solo por el «raspe» delante de los «socios»,<br />

sino porque aquel que venía a en<strong>se</strong>ñarnos, <strong>se</strong><br />

veía obligado a interrumpir, salir<strong>se</strong> de la materia<br />

y dedicar tiempo a corregirnos. Y es que el<br />

profesor po<strong>se</strong>ía un no sé qué de autoridad que<br />

inspiraba otro no sé cuánto de reverencia.<br />

Pero adolescentes al fin y al cabo, el mundo<br />

debía estar hecho a nuestra medida, pues<br />

indiscutiblemente nos lo sabíamos todo. ¡Cuántas<br />

«curvas» y «genialidades» sacábamos de la<br />

manga en el aula!, ignorantes de que, cuando<br />

nosotros íbamos, ya el maestro había hecho el<br />

recorrido varias veces, en guagua, a pie y en<br />

aeroplano. Pero de estas sutilezas de la picardía,<br />

a decirle «descara’o», o a tutearlo siquiera,<br />

¡por favor! Ni tampoco él, por lo general, sazonaba<br />

al alumno con insultos «graciosos», como<br />

los de la anécdota.<br />

<strong>La</strong>nces de cuatrocientos<br />

el pellejo. Si fueras camino de la casa<br />

irías como un bólido».<br />

Así, sonando el látigo y pronunciando<br />

maldiciones, hacía avanzar a<br />

la flaca bestia que <strong>se</strong> veía extremadamente<br />

cansada y con magulladuras<br />

reveladoras del trato a la que la<br />

sometía.<br />

«Oiga, e<strong>se</strong> caballo no puede con<br />

su vida, está al desmayar<strong>se</strong>… Por favor,<br />

aguante sus impulsos», le recriminó<br />

una pasajera.<br />

El aludido ladeó la cabeza y, como<br />

era de esperar, en vez de hablar aulló<br />

que hacía lo que le daba la gana y<br />

remató: «Si a alguno no le conviene,<br />

puede bajar<strong>se</strong> ahora mismo”.<br />

De nuevo surcó el látigo el aire y<br />

cayó sobre el lomo del caballo. En<br />

e<strong>se</strong> instante, desde un auto que adelantó<br />

al carretón le indicaron detener<br />

la marcha.<br />

El cochero lo recibió sonriente,<br />

amable, y en un <strong>se</strong>gundo <strong>se</strong> trasformó<br />

en un <strong>se</strong>r bonachón, mientras su<br />

voz revelaba el por qué: «¿Cómo está<br />

inspector?», dijo casi en un susurro.<br />

Aquel lo trató con cortesía, pero<br />

fue tajante. Le recriminó que venía ob<strong>se</strong>rvando<br />

cómo maltrataba al animal<br />

y procedió a imponerle una multa,<br />

unido a la advertencia de que podía<br />

perder la licencia.<br />

El hombre ni chistó. Lo único que<br />

«Pero si son casi de la misma edad, ¿cómo<br />

<strong>se</strong> va a imponer respeto?», arguyen algunos.<br />

¡Hombre! Bastaría recordar a los miles de<br />

jovenzuelos, a los muchachos que no sabían a<br />

derechas si la nuez de Adán era una parte de<br />

la anatomía masculina o una fruta del Edén, y<br />

a las muchachas que aún adornaban con<br />

muñecas sus camas, pero que <strong>se</strong> fueron a<br />

alfabetizar a guajiros recios a la ciénaga o a la<br />

montaña, y que allí, sin habilidades para manejar<br />

otras herramientas que la cartilla y el farol,<br />

lograban el silencio, la atención y la admiración<br />

de sus curtidos alumnos.<br />

Por otra parte, no siempre es preciso sacudir<br />

el polvo de los archivos. Docentes hay hoy,<br />

y muy bisoños, quienes sin mucho alarde y sí<br />

con varios kilogramos de preparación pedagógica<br />

y <strong>se</strong>renidad, son capaces de transmitir los<br />

conocimientos, mantener la disciplina en el<br />

aula y confraternizar con sus pupilos. Los ejemplos<br />

están a la mano, precisamente en el hogar<br />

o en el vecindario de muchos que ahora<br />

leen este texto. Solo asomar<strong>se</strong> y ver…<br />

Lo que falta en el caso del inicio no son<br />

necesariamente años de diferencia entre el<br />

educador y el educando, sino vocación genuina.<br />

El verdadero maestro, el que tiene en la<br />

mirilla el objetivo de formar hombres y mujeres<br />

de bien, sabe que la gro<strong>se</strong>ría y la chapucería<br />

están desterrados de su ar<strong>se</strong>nal, y que la<br />

corrección al que patina no pasa nunca por la<br />

burla pública, ni mucho menos por el intercambio<br />

de insultos para estar «en frecuencia».<br />

Cuando todavía no sabía qué hacer para<br />

que acabara de salirme el maldito bigote, escuché<br />

más de una vez, en spots televisivos, aquel<br />

apotegma de Luz y Caballero que reza: «Instruir<br />

puede cualquiera; educar, solo quien <strong>se</strong>a un<br />

evangelio vivo». En aquel entonces, el término<br />

«evangelio» no me decía mucho, pero estaba <strong>se</strong>guro<br />

de que repre<strong>se</strong>ntaba algo bastante positivo,<br />

noble.<br />

Lo que sí no me hubiera cabido jamás entre<br />

neurona y neurona es la idea de que un maestro<br />

capaz de una palabreja como las del inicio,<br />

<strong>se</strong> contara en el número de los «evangelios vivos».<br />

Así, años después, al graduarme del Pedagógico,<br />

traté de colmar la buena medida —mis<br />

alumnos de entonces, hoy médicos, periodistas,<br />

ingenieros, técnicos o <strong>se</strong>ncillos obreros, juzgarán<br />

si lo alcancé—, y nunca, ¡nunca!, he podido<br />

tutear a mis antiguos profesores, a pesar de<br />

haberme convertido en colega suyo.<br />

Por eso, siento la urgencia de preguntar qué<br />

buen fruto saldrá de e<strong>se</strong> par del principio. Y<br />

qué <strong>se</strong>rá de mí —¡ay, futuro anciano!— si un<br />

día llego a cualquiera de las múltiples entidades<br />

que suelen anunciar «<strong>se</strong>rvicios de excelencia»,<br />

y un joven ejecutivo, masticando un chicle<br />

«de globito», me suelta: «¿qué rayos quieres<br />

aquí, viejo descara’o?».<br />

Correré, incluso con bastones. Lo juro.<br />

dijo, en un tono ahogado, a modo de<br />

despedida, fue: «¡Arre caballito!». Acababa<br />

de desnudar su cólera.<br />

Él tampoco era la excepción. Por<br />

el maltrato a las bestias y otras andanzas,<br />

la policía de tránsito e inspectores<br />

estatales, en el actual año,<br />

impusieron multas en Santa Clara a<br />

más de 400 conductores de coches,<br />

casi la mitad de los acreditados con<br />

permisos.<br />

Lo más sorprendente es que la<br />

mayoría de estos infractores <strong>se</strong> explayan<br />

justificando sus violaciones<br />

del Código del Tránsito, por qué aplican<br />

una tarifa de cobro a los pasajeros<br />

superior a la estipulada, y algunos<br />

hasta llegan a negar —¡es el<br />

colmo!— que conducían medio borrachos.<br />

A aquellos que fueron sorprendidos<br />

en estado de embriaguez, les<br />

cancelaron definitivamente el permiso<br />

para la transportación; y a los<br />

reincidentes en infracciones consideradas<br />

peligrosas <strong>se</strong> les canceló por<br />

tres me<strong>se</strong>s y <strong>se</strong> les situó la obligación<br />

de pasar un curso de recalificación<br />

sobre el Código de Tránsito.<br />

De nada les vale, en definitiva, la<br />

embustera palabrería a esos carretoneros<br />

que <strong>se</strong> creen intocables: la<br />

fusta de la autoridad está sonando<br />

para acabar con su impunidad.

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