Festival Castell de Peralada

EL FESTIVAL DE SALZBURGO reportaje
de los compositores para escribir óperas.
Pero sucedió que Zeus, deidad suprema
y padre de los dioses, y su cohorte de
deidades hacían frecuentes excursiones a
la Tierra para relacionarse con aquellos
hombres que Prometeo había creado de
las cenizas de los Titanes amasadas con
arcilla y saliva. Y de esta prolija relación
entre dioses y hombres surgieron los
conflictos y se desencadenaron tragedias.
Y así las desventuras, incontrolables
para los hombres porque eran fruto
del hado, se sumaron a las temáticas de
los libretos operísticos, como también
llegaron a la lírica esas historias que
trascienden el tiempo y las fronteras
con las que los humanos han tratado de
explicar, desde tiempo remoto, ese afán
suyo por adentrarse en los misterios de
la vida, desde el origen de la conciencia
hasta el fin del mundo.
Mitos teogónicos, sobre dioses; escatológicos,
sobre el destino del hombre
tras la muerte; y morales, sobre las normas
éticas son los que encontramos en
las tramas de las óperas –cuatro nuevas
producciones y dos reposiciones– que
este verano suben a escena en
Salzburgo: Elektra, de Richard Strauss;
Orfeo y Euridice, de Gluck; Don
Giovanni, de Mozart; Romeo y Julieta,
de Gounod; Lulu, de Berg, y Dionysos,
la última ópera del alemán Wolfgang
Rihm, cuyo estreno mundial abrirá el
27 de julio la programación lírica. La
víspera, en el Grosses Festspielhaus, que
este 2010 también está de celebración al
festejar su primer medio siglo de historia,
la Filarmónica de Viena, bajo la
dirección de Barenboim, inaugurará la
90ª edición del certamen con el Te
Deum de Bruckner en un concierto que
cuenta con un extraordinario cuarteto
de solistas vocales integrado por la
soprano Dorothea Röschmann, la
mezzo Elina Garanca, el tenor Klaus-
Florian Vogt y el bajo René Pape.
Es el paso del tiempo el que confiere
el aura de leyenda que permite ingresar
en el mundo de los mitos. Y en sus
nueve décadas de historia el Festival de
Salzburgo ha acumulado méritos suficientes
para ser considerado el mejor y
más celebrado certamen, capaz de atraer
espectadores de todo el mundo (en la
edición del año pasado, de 68 países, de
los que 34 no eran europeos). Méritos
que sin duda cabe atribuir al hecho de
que cada verano se reúnan en la población
natal de Mozart buena parte de las
mejores orquestas, directores y solistas,
tanto vocales como instrumentales. Pero
ello no es ninguna novedad. La alta
calidad de los músicos que se citan en
Salzburgo se remonta a los orígenes del
festival, cuando los padres fundadores
–el compositor Richard Strauss, el poeta
y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal,
el director teatral Max Reinhardt, el
director de orquesta Franz Schalk y el
pintor y escenógrafo Alfred Roller– fijaron
el alto nivel artístico que debía
tener la programación.
Ya en 1926, seis años después del
primer festival, comenzó la fecunda y
valiosa colaboración de la Filarmónica
de Viena, así como la de directores de la
categoría de Bruno Walter, Wilhelm
Furtwängler, Clemens Krauss y el propio
Strauss, amén de los más destacados
cantantes de la compañías de la Ópera
de Viena y de Múnich, que interpretaban
las óperas de Mozart, que eran las
que predominaban en el repertorio,
aunque también se representaban, en
menor medida, las obras de Richard
Strauss, el Fidelio de Beethoven, y algunos
títulos de Gluck, Verdi y Weber.
Desde entonces, Salzburgo es cita obligada
para los grandes de la ópera y la
música clásica, cuya presencia actúa
como indiscutible reclamo en la taquilla.
No hay más que ver el balance de la
pasada edición, un 93 por cien de ocupación
con 248.657 espectadores, y
unos ingresos por venta de entradas de
Wilhelm Furtwängler
Salzburgo es cita
obligada para los
grandes de la ópera
y la música clásica,
cuya presencia
actúa como
indiscutible reclamo
en la taquilla
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