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OCTAVIO PAZ: ÁGUILA Y SOL<br />
LA HORA DE OCTAVIO PAZ<br />
PRELUDIO A MANO ABIERTA<br />
A nuestro país llegó, aquí vivió sus últimos, fructíferos<br />
años, un escritor español. Por allá del año de 1951, El<br />
Colegio de México le publicó a este hombre de España<br />
un libro titulado Los autores como actores, donde viene<br />
un capitulo: “Un ensayo de quirosofía”. Entre la mano<br />
pequeña y fuerte de labriego de José Vasconcelos y la<br />
mano grácil, indolente, “mano de bibliófico y de recatado<br />
y pulcro catador de Venus” de Julio Torri, José Moreno<br />
Villa, actor y autor de Los autores como actores, intercala<br />
una mano que sugiere todo, menos dinamismo.<br />
Es la mano derecha de Octavio Paz.<br />
José Moreno Villa era un malagueño siempre en estado<br />
de gracia. Enemigo del tedio, dibujaba o escribía.<br />
Su ensayo sobre quirosofía está ilustrado por él mismo,<br />
y por eso vemos esa mano apretada, como de niño<br />
que empieza a conocer la O por lo redondo. La mano de<br />
Octavio Paz, tan diferente a la de Vasconcelos ya la de<br />
Torri. En su ensayo, José Moreno Villa llama a Octavio<br />
Paz “gran esperanza de la lírica mexicana” y hace notar<br />
su audacia, como escritor y como dibujante, para “escribir<br />
de los escritores que no han desarrollado todavía<br />
su cuerpo literario. No obstante, como la sensibilidad<br />
de Paz me parece legítima por las muestras dadas, le dibujé<br />
la mano.”<br />
(Las “muestras dadas” por Paz eran las siguientes: el<br />
librito, o plaquetita Luz silvestre, de 1933; ¡No pasarán!,<br />
de 1936, en formidable edición de 3 500 ejemplares;<br />
Raíz del hombre, de 1937; Bajo tu clara sombra en las<br />
ediciones española y mexicana; Entre la piedra y la flor,<br />
de 1941; A la orilla del mundo de 1942, y Libertad bajo<br />
palabra, de 1949. Con estas muestras le bastó el buen<br />
Moreno Villa para redondear su botón.)<br />
Prosigue Moreno Villa leyendo en la mano de Paz:<br />
“En ella no se acusa al horticultor. [Pepe se refiere a la<br />
mano de Vasconcelos, que era, según decían, muy inclinado<br />
a sembrar y cosechar en cercado ajeno]. Es blanda,<br />
suave y muy singularmente pequeña. Parece mano<br />
de adolescente, casi de niño. Cosa que se acentúa con la<br />
manera de agarrar la pluma. La postura del índice es<br />
casi dolorosa de contemplar, y es un vestigio infantil un<br />
vicio no corregido en la escuela primaria. [Sobre este<br />
particular, he consultado a Rafael Solana; pero Rafael<br />
no conoció a Octavio en primaria, sino en la secundaria.]<br />
Tal postura no es dinámica. Aunque quizá sea eso<br />
lo que le convenga al poeta cuidadoso de sus vocablos,<br />
medidor de sus intuiciones. Quién sabe si por esa torpe<br />
postura ha escrito versos como éstos, entresacados de<br />
sus libros:<br />
Una rosa en la mano y en la otrael dulce peso de los<br />
cielos quietos<br />
Discípula de pájaros y nubeshace girar el cielo<br />
lentamente<br />
Bajo el desnudo y claro Amor, que danza,hay otro<br />
negro amor, callado y tenso.<br />
Moreno Villa tomó al azar estos versos de Paz, y los<br />
acomodó a sus dibujos; poemas que, por otra parte,<br />
también pudieron ser escritos si Paz tuviera las manos<br />
más finas del mundo. Pero, mano torpe o mano ágil, allí<br />
están.<br />
Ahora sigamos, a mano abierta, situando a Octavio<br />
Paz. En 1955, Rafael del Río publicó en Torreón,<br />
Coahuila, sus ensayos Poesía mexicana contemporánea.<br />
Allí dice: “considerado [Paz] como el mejor y más capacitado<br />
del grupo [Rafael del Río habla del grupo de Taller],<br />
empieza haciendo una poesía en la que predomina<br />
la exaltación de los orígenes y de lo erótico buscados<br />
en su propia raíz. Así Raíz del hombre quiere justificar<br />
aquella teoría de Lawrence que preconiza la vuelta a los<br />
ritos simples del amor y del sexo. Y en su creciente ambición<br />
por el dominio de los elementos expresivos, pasa<br />
por las sucesivas manifestaciones cada vez más perfectas<br />
de una lucha entre el hombre y la palabra, para fijarse<br />
profunda y victoriosamente en su libro Libertad bajo<br />
palabra, con una amplitud indiscutible.”<br />
Disiento amablemente de lo expuesto por Rafael del<br />
Río. Siguiendo una línea estrictamente, líricamente<br />
octaviana, en vez de decir “el dominio de los elementos<br />
expresivos”, yo hubiera dicho “el demonio de los elementos<br />
expresivos”. Octavio, por amarlas, por amar las<br />
palabras, se desata en improperios contra ellas (“cógelas<br />
del rabo”, “sórbeles sangre y tuétano”, “desplúmalas,<br />
destrípalas”) y mentando la Madre de las palabras,<br />
con su libertad de expresión bajo su palabra de honor<br />
de poeta le mienta la madre a las palabras con palabras<br />
sacadas, oh, no se sabe de qué cielo, de qué infierno.<br />
El mismo año de 1955, Jesús Arellano, uno de los dos<br />
tigrillos de Metáfora, tuvo una de sus típicas humoradas:<br />
publicó un librito muy ameno titulado Poetas jóvenes<br />
de México, encabezado por tres poetas que, de vivir<br />
aún uno de ellos, hoy formaríamos una pintoresca tercia<br />
de cincuentones. Alberto Quintero Álvarez, que en<br />
la paz de su poesía descanse, nació un 12 de enero de<br />
1914; Octavio Paz acaba de cumplir 50 años, pues nació<br />
el 31 de marzo de 1914. El otro no era menos joven: nació<br />
también en 1914 y cumple años el 18 de junio.<br />
Jesús Arellano no escuchó razones, y su libro ostenta<br />
a tres poetas que, en aquel 1955, cumplían los<br />
fatídicos cuarenta y un años de azarosa existencia. ¿A<br />
qué vino esto? Ah, pues ocurre que Arellano dice sobre<br />
Paz en el prólogo a su amable libro: “es, por ahora,<br />
la voz más completa y llena de inquietudes; inquietudes<br />
que lo han llevado, el tiempo lo decidirá, a un retroceso<br />
respecto de su obra anterior; obra ésta de grandes proyecciones<br />
y mejores enfoques líricos, despierta a todas<br />
las trascendencias humanas”. En seguida, al glosar un<br />
texto de José Luis sobre Octavio, la honrada malicia, el<br />
desinterés arellanesco llega a estos extremos: que Octavio,<br />
queriendo sostener la armoniosa, velada y profunda<br />
verdad de la poesía, cae en inexplicable pirotecnia<br />
y dislocado metaforismo. Al final, Jesús Arellano<br />
conmina a Octavio a no retroceder.<br />
Al año siguiente, 1956, Margarita Michelena publica<br />
sus “Notas en torno a la poesía mexicana contemporánea”,<br />
y escribe sobre Octavio: “Octavio Paz, en cambio,<br />
se significa, merced no sólo a sus facultades innatas<br />
de gran poeta, sino a una persistente conducta poética,<br />
con todas las graves obligaciones que ésta entraña,<br />
como la figura más esclarecida de las jóvenes letras<br />
mexicanas.”<br />
(Deseo explicar dos palabras con que arranca el intachable<br />
párrafo de Margarita Michelena: las dos palabras,<br />
“en cambio”. Antes de hablar de Paz, Margarita<br />
ha escrito unas líneas sobre otro poeta mexicano y de<br />
él dice: “un poeta poderoso, generosamente dotado, de<br />
original timbre elegiaco, se ha ido eclipsando en la tan<br />
peligrosa obligación de servir, antes que al hombre y a<br />
la poesía, a lo contingente y transitorio de un dogma<br />
político…” Octavio Paz, en cambio, etc.)<br />
Pero entonces vino lo bueno: en 1958, ese hombre<br />
primitivo a quien me ha unido siempre una singular,<br />
una fraternal enemistad, Rubén Salazar Mallén, publicó<br />
Las ostras o la literatura (por cerebración inconsciente,<br />
había escrito “Las otras…”). En la página 49, luego<br />
de insistir en lo que ya sabe hasta el más mediocre<br />
scholar norteamericano, Rubén dice que las publicaciones<br />
literarias proliferaron en forma alarmante. Cita<br />
Letras de México, El Hijo Pródigo, Taller, Tierra Nueva,<br />
Ábside, América, Fuensanta… Y luego surge el inefable<br />
desliz, ¿o será el gran acierto? Este Salazar Mallén es<br />
ahora uno de los más severos críticos literarios. Ni la<br />
más firme amistad ni la más tierna enemistad lo conmueven.<br />
Pero en 1958, los deslices, falsas profecías, vaticinios-<br />
frustrados o las simples apreciaciones apresuradas,<br />
estaban a la orden del día.<br />
Después del estado de atonía olfateado por Salazar<br />
Mallén, remacha el clavo en los siguientes términos:<br />
“Había venido, sí, de Barandal, una revista estudiantil,<br />
Octavio Paz, que prometía ser un poeta extraordinario.<br />
Lo fue, en efecto; pero su astro se agotó en Raíz<br />
del hombre, publicada en 1937. A partir de entonces, Octavio<br />
Paz no ha producido [recuérdese que Las ostras…<br />
está fechada en 1955] sino obras de inferior calidad, y<br />
su fama, viva todavía, es un reflejo de Raíz del hombre.”<br />
Pocas notas, concisas notas, contradictorias notas.<br />
No a todos les va bien en la feria poética, y los ojos y la<br />
mente no llegan jamás a advertir lo mismo, ni aun tratándose<br />
de un escritor de conducta recta, de intachable<br />
línea, o, como hoy se dice, de un escritor vertical. Pero,<br />
¿a qué apresurarnos hasta un cercano 1958, si nuestra<br />
primera obligación es manifestar un testimonio? Retornemos,<br />
pues, al tiempo en que Octavio firmaba con<br />
su doble apellido: Paz Lozano.<br />
Uno de mis antiguos amigos, acaso el más querido,<br />
traza esta imagen juvenil de inquietud intelectual, o de<br />
bien mezcladas pedantería y ambición: “Las revistas<br />
brotan, en cierto momento, tan inevitablemente como<br />
los barros en la cara, en la mente de los estudiantes; a<br />
los dieciocho años se sueña, no con participar en una<br />
revista ya existente, y cuyos colaboradores entonces<br />
nos parecen venerables o ridículas momias, sino en sacar<br />
una propia, llena de novedad y de nuestra personalidad<br />
explosiva.”<br />
Era el año de 1931, cuando apareció la revista<br />
Barandal.<br />
EL RESPLANDOR<br />
Fuimos espectadores alucinados de Barandal y de los<br />
cuatro admirables que en él se acodaban, mirándonos<br />
como a pisoteables hormigas: López Malo, rubio y espigado,<br />
sarcástico e insolente, hijo del autor de “La bestia<br />
de oro” (“que cave hondos abismos la tierra a nuestros<br />
pies, / antes que ver las barras con las turbias estrellas /<br />
flotar sobre el antiguo palacio de Cortés”); Arnulfo<br />
Martínez Lavalle, que finalmente dejaría la literatura<br />
por la abogacía; Salvador Toscano, tan seguro de sí,<br />
tan noble y tan leal, y Octavio Paz, quien publicó en diversos<br />
números su poesía inmadura pero promisoria:<br />
“Poema del retorno”, por ejemplo, y “Nocturno de la<br />
ciudad abandonada”. En el primero, Paz habla de cómo<br />
recobró la poesía; cómo, para él, la poesía volvió a ser,<br />
“en la frontera exacta de la luz y la sombra”. En marzo<br />
de 1932, Octavio tenía dieciocho años. ¿Cómo, un joven<br />
de dieciocho años podía haber perdido la poesía? Se<br />
trataba, sin duda, de un toque al fino y nostálgico estilo<br />
de un Juan Ramón Jiménez, porque, a sus dieciocho<br />
años, Octavio marchaba apenas a la conquista de la palabra<br />
y de la imagen con la palabra.<br />
(No era ya posible, para nadie en el México de aquella<br />
generación, ni de las anteriores y posteriores, crear<br />
“Las iluminaciones” y “Una temporada en el Infierno”<br />
antes de cumplir los veinte años.)<br />
“Octavio se había reunido con otros jóvenes de su<br />
mismo año, y se acercaba un poco a los que eran mayores<br />
que él; pero jamás dirigió una mirada hacia abajo,<br />
hacia nosotros los que le parecíamos, un año menores<br />
que él, niños; y quizás todavía lo éramos un poco.” Cierto<br />
que Octavio y amigos nos miraban así, pero los años<br />
pasarían y un día ellos y nosotros, o nosotros y ellos, habríamos<br />
de vernos de igual a igual y casi al mismo nivel.<br />
De todos los números de Cuadernos del Valle de México,<br />
es justo destacar un poema, “Tres partes de un<br />
diario”, uno de los más bellos frutos poéticos de los<br />
últimos años, tan actual entonces como hoy. En la imposibilidad<br />
de llamarlo poema moderno o poema romántico,<br />
lo clasificaremos como contemporáneo. Todo<br />
su corte es impecable. Su autor es Rafael López Malo,<br />
quien, desoyendo el consejo que su padre le diera en<br />
un soneto (“A Valéry destina principal reverencia, / sin<br />
dejar en sus perlas la guija de tu yo”), pudo escribir un<br />
poema que tiene todo el derecho a los honores antológicos,<br />
al lado de otros López: don Rafael, claro, y luego<br />
José López (Bermúdez), Gregorio López (y Fuentes),<br />
Clemente López (Trujillo) y Ramón López (Velarde);<br />
que el autor de aquel poema ya no ejerza la poesía, ¿es<br />
suficiente razón para ignorarlo? ¿Cuántos poetas no<br />
han vivido, como los toreros de una sola faena, de un<br />
solo poema?<br />
Al surgir los Cuadernos, el difunto Rafael Heliodoro<br />
Valle, con uno de sus doscientos seudónimos, “Orosmán<br />
Rivas”, escribió un artículo que se reprodujo en<br />
varias publicaciones y dice de Paz, López y Toscano —<br />
ignorando totalmente a Enrique Ramírez y Ramírez<br />
y a José Alvarado—: “No se sabe de dónde se allegan la<br />
pecunia para hacer ediciones elegantes, pero lo que sí<br />
se sabe es que son universitarios que viven y comprenden<br />
su tiempo, que se identifican bravamente a la tragedia<br />
mexicana —que para ellos es problema de cultura,<br />
de limpieza en la conducta— y que elevan el tono de<br />
las controversias, aun a través del poema de vanguardia.”<br />
Y al concluir: “La poesía pura es la pasión de Paz<br />
Lozano.” Heliodoro Valle simplemente debió haber dicho:<br />
“La Poesía, con mayúscula, es la pasión de Octavio<br />
Paz.” Así ha sido, así lo hemos visto y entrevisto en medio<br />
de un resplandor que cegó a testigos y extraños.<br />
“Muy pocos, poquísimos, poetas modernos de México<br />
han sabido guardar con más limpieza esta capacidad<br />
creadora de la esencia poética. Octavio Paz es uno<br />
de ellos. De ahí que su obra pueda reducirse a un solo<br />
estado poético. Iba a decir a un solo poema. […] Hoy<br />
Octavio es el poeta; pero sólo el poeta. Esto no basta.<br />
Un poeta que sólo es poeta es como una mujer que sólo<br />
es mujer. Grave error. Una mujer es completa cuando<br />
es capaz de amar y es capaz de crear el hijo que la<br />
vincula al hombre. Octavio está en la prisión transitoria<br />
que él mismo se ha fabricado: la de su poesía. Mas<br />
por los intersticios del infinito se abren las brechas de<br />
los luceros. Por ahí baja la mano de dios para subirnos<br />
a su poder. La mano de dios se posa en el corazón de<br />
Octavio porque conoce la honradez poética de que es<br />
capaz.”<br />
Las palabras anteriores forman parte del cuerpo<br />
de un retrato, el más conciso, acaso el más frío y el<br />
más calculado de todos los que Ermilo Abreu Gómez<br />
puso en su famosa “Sala”. Más que una fotografía, es<br />
una nota crítica que hoy sería el orgullo de una solapa:<br />
en las Obras completas de Octavio Paz (Fondo de<br />
Cultura Económica, 1967, o sea cuando ya Octavio<br />
sea el primer Premio Nobel mexicano). Diríamos que<br />
al retrato de Paz le falta el toque humano que vemos<br />
en la foto de ovalito de la nota de Heliodoro Valle, o la<br />
rebuscada sencillez de las otras fotos: las de Francia,<br />
Japón, Suiza, Delhi, etc.<br />
MARZO DE 2014 27