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minente revolución. Se enamoró de esa idea, es verdad,<br />

pero, a diferencia de toda su generación, esperó<br />

despierto, denunciando públicamente desde 1950 las<br />

simulaciones y los crímenes de los gobiernos revolucionarios<br />

del siglo xx. Poco a poco, logró devolver la<br />

transparencia a las palabras, deslindar la “revuelta”<br />

y la “rebelión”, “voces de libertad, de la revolución”,<br />

voz del poder, “doctrina armada”. No renunciaba aún<br />

al mito rector de su pasión política, pero lo sometía<br />

a juicio. Entonces escribió su “Canción mexicana”,<br />

donde recordó a su abuelo y su padre. Ellos le hablaban<br />

de grandes episodios nacionales, héroes de verdad,<br />

“y el mantel olía a pólvora”:<br />

Yo me quedo callado:<br />

¿de quien podría hablar?<br />

De pronto, los vientos de Occidente trajeron olor a<br />

pólvora. Al estallar el movimiento estudiantil mexicano,<br />

Paz entiende que el error ha sido esperar. Esta<br />

vez no espera: actúa. Sus despachos (inéditos) al ministro<br />

de Relaciones Exteriores, Antonio Carrillo<br />

Flores, son un testimonio que lo honra. El 6 de septiembre<br />

le escribe:<br />

Aunque a veces la fraseología de los estudiantes […]<br />

recuerde a la de otros jóvenes franceses, norteamericanos<br />

y alemanes, el problema es absolutamente<br />

distinto. No se trata de una revolución social —aunque<br />

muchos de los dirigentes sean revolucionarios<br />

radicales— sino de realizar una reforma en nuestro<br />

sistema político. Si no se comienza ahora, la próxima<br />

década de México será violenta.<br />

El 3 de octubre escribe el poema epitafio: “México:<br />

olimpíada de 1968”. Tras hacer un “examen de conciencia”,<br />

el 4 de octubre envía una larga carta reprobatoria<br />

de la política gubernamental y presenta su<br />

renuncia como embajador en la India: “No estoy de<br />

acuerdo en absoluto con los métodos empleados para<br />

resolver (en realidad: reprimir) las demandas y problemas<br />

que ha planteado nuestra juventud.”<br />

Bien visto, era su primer acto “en la arena de la política”,<br />

después del fugaz intento de la Guerra Civil<br />

española. Pero esta vez la rebelión, la espontaneidad,<br />

la iniciativa eran suyas: hijas de su biografía y de su<br />

libertad. Porque en ese acto valeroso que recorre el<br />

mundo, Paz cumplía también con un ciclo íntimo, la<br />

promesa inscrita en su linaje: irse a la revolución. En<br />

comunión con la revuelta estudiantil, el rebelde se va<br />

a su revolución en el acto de romper con una revolución<br />

petrificada. Con un poema y una renuncia en la<br />

plaza pública de Tlatelolco, Octavio Paz se convirtió<br />

en protagonista de su propia “Canción mexicana”.<br />

Posdata es el manifiesto de su revolución personal.<br />

Pero, ¿se trata de una revolución? En el momento<br />

de su mayor radicalidad democrática, Paz descubre<br />

una veta profunda de la historia mexicana: la Reforma.<br />

El adversario no es el orden colonial sino su<br />

sucedáneo: la pirámide del poder —que es a un tiempo<br />

realidad tangible y premisa subconsciente—, y en<br />

particular el Partido Revolucionario Institucional<br />

(pri): “cualquier enmienda o transformación que se<br />

intente exige, ante todo y como condición previa, la<br />

reforma democrática del régimen”. La reconciliación<br />

con el pasado ocurre ahora con la herencia liberal a<br />

través del ejercicio cotidiano de la crítica:<br />

La crítica es el aprendizaje de la imaginación en su<br />

segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía<br />

y decidida a afrontar la realidad del mundo. La crítica<br />

nos dice que debemos aprender a disolver los<br />

ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros<br />

mismos. Tenemos que aprender a ser aire, sueño de<br />

libertad.<br />

Era la segunda vuelta de Paz a México. Libre de<br />

ataduras oficiales, llegaba en 1970 a deshacer todos<br />

los equívocos, pero se encontró con el mayor equívoco<br />

de todos: la revolución, no la libertaria sino la otra,<br />

la “Gran Diosa”, la “Amada eterna”, la “Gran puta”, había<br />

embrujado a la generación juvenil del 68. Ellos no<br />

querían remedios contra la fantasía ni disolvencias<br />

de ídolos e idolatrías, no querían ser aire sino “viento<br />

verbal”, “héroes, libertadores, fusilados”, guerrilleros<br />

en todas sus variantes: en la sierra o en la calle, en el<br />

aula o el café, en la estación de radio o la redacción del<br />

periódico, en la voz o en el papel. Algunos esperaban<br />

que Paz encabezara un partido de izquierda. Él tenía<br />

en mente una enmienda intelectual y moral de México,<br />

y contribuirla a ella como escritor independiente.<br />

OCTAVIO PAZ: ÁGUILA Y SOL<br />

Y EL MANTEL OLÍA A POLVORA<br />

Los papeles se habían cambiado. En un eco remoto de<br />

las discusiones de Mixcoac, volvió la lucha de generaciones:<br />

revolucionarios contra liberales.<br />

Mientras Occidente descubría o confirmaba en<br />

el Archipiélago Gulag de Solzhenitsin (1973) que el<br />

mito abstracto de la revolución había costado decenas<br />

de millones de vidas concretas, los caminos de<br />

Paz y los jóvenes del 68 se bifurcaban para no encontrarse<br />

más. “Ahora sabemos —escribió— que ese resplandor,<br />

que a nosotros nos parecía una aurora, era el<br />

de una pira sangrienta.” Nadie en la izquierda lo escuchó.<br />

El sueño de comunión se disipaba en un alud<br />

de excomuniones. Con un puñado de amigos, en 1971<br />

Paz fundó Plural y en 1976, Vuelta. Sus trincheras de<br />

editor militante, como su padre, como su abuelo. En<br />

ellas condenó sin descanso ni omisión a los gorilas de<br />

América Latina, pero su pasión crítica se concentró<br />

en la más impopular de las causas: abrir los ojos a la<br />

izquierda mexicana sobre la realidad de la revolución<br />

rusa y, por extensión, de todas las revoluciones<br />

marxistas del siglo xx. Más allá del encono, la ingratitud<br />

o las pulsiones parricidas, el rechazo de los jóvenes<br />

del 68 al hombre que los había defendido tuvo<br />

un aspecto doloroso: la incomprensión. Paz entablaba<br />

su polémica con los representantes de la izquierda<br />

mexicana (académica, partidaria e intelectual)<br />

porque seguía creyendo en el socialismo: “es quizá la<br />

única salida racional a la crisis de Occidente”. En esa<br />

medida, urgía a la izquierda a hacer el mismo examen<br />

de conciencia que practicaban otras izquierdas<br />

de Occidente. No había salida política ni moral sin<br />

poner el pasado en claro: culpables eran todos, desde<br />

los comisarios hasta los inocentes espectadores:<br />

Y lo más vil: fuimos<br />

el público que aplaude o<br />

bosteza en su butaca<br />

La culpa que no se sabe culpa,<br />

la inocencia,<br />

fue la culpa mayor.<br />

Él asumió la culpa, ellos no. A partir de 1989, la historia,<br />

cuyo oráculo había interrogado tantas veces,<br />

le dio por fin la razón. A ellos no. Una revuelta de los<br />

pueblos oprimidos, una rebelión de los escritores disidentes<br />

acabó con “el mito sangriento” de la revolución<br />

comunista. Ellos se quedaron callados. ¿De<br />

quién podrían hablar?<br />

A mediados de los setenta, Paz hizo la crítica del<br />

Estado mexicano: trazó su génesis patrimonialista,<br />

analizó la sociología de sus grupos, y reveló su anatomía<br />

política y moral. Su célebre ensayo, “El ogro<br />

filantrópico”, salva al Estado mexicano bajo la condición<br />

de que propiciase la pluralidad política. En 1984,<br />

al cumplir los 70 años, Paz confesaba una omisión en<br />

su propio ideario personal: “En México hemos tenido<br />

muchas revoluciones, pero hay una revolución inédita:<br />

la maderista.” El año del terremoto sobre la ciudad<br />

de México publica “pri: hora cumplida”, y tras el fraude<br />

de Chihuahua, remacha: “Soy uno de los que creen<br />

que la democracia puede enderezar el rumbo histórico<br />

de México y ser el comienzo de la rectificación de<br />

muchos de nuestros extravíos históricos.” De pronto,<br />

el antiguo revolucionario revalora al siglo xix y la herencia<br />

liberal: es “una verdad que debemos recobrar.<br />

La salvación de México está en la posibilidad de realizar<br />

la revolución de Juárez y Madero.” Como en un<br />

poema circular escrito por Octavio Paz, Octavio Paz<br />

descubría en él, intactos, los temas políticos de su<br />

abuelo don Ireneo. Los temas y los dilemas.<br />

Bajo esa luz hay que ver su posición política en los<br />

últimos años de su vida. Más vigoroso aun que su<br />

abuelo, rebelde y revoltoso como su padre, fiel a su estirpe<br />

combatiente, Paz siguió en la trinchera. Pero al<br />

mismo tiempo, con todo el siglo de experiencia a cuestas,<br />

vio a México desde un mirador distinto al nuestro,<br />

un mirador patriarcal. ¿Qué encontró Octavio Paz,<br />

desde el fondo de su historia, que es la nuestra?<br />

Desatender su visión no sería sólo un acto de insensatez<br />

sino de soberbia. Sus contemporáneos se<br />

han ido. Sólo queda él, pero ya no está solo. Parricidio<br />

al revés, carta de creencia, pacto de sangre, su<br />

vida ha sido una metáfora, no de la ruptura, sino de la<br />

tradición. En ella se abrazan liberales y revolucionarios.<br />

La obra de Paz es un milagro aún mayor: en ella<br />

comulgan las generaciones de México. W<br />

Enrique Krauze, historiador, es autor Biografía del<br />

poder, una exitosa serie de recorridos por la vida de<br />

los protagonistas de la Revolución que pronto haremos<br />

circular de nuevo.<br />

Octavio Paz<br />

GUADALUPE DUEÑAS<br />

S<br />

i me preguntaran qué rostro debe tener un<br />

poeta, respondería, sin rodeos, como el de<br />

Octavio Paz. Es la imagen perfecta del predestinado.<br />

En los archivos del cielo existe<br />

el cliché concebido para el músico, el pintor, el bailarín<br />

y para las demás que sean ramas artísticas. Allí<br />

guardan el de Octavio.<br />

No conocí en su juventud a los “tres Octavios”.<br />

Me cuentan que armaban descalabros con su gallardía.<br />

Puedo decir que los tres, en la edad madura,<br />

conservaron su prestancia: Novaro, Barreda y Paz.<br />

La belleza física es siempre fascinante, pero<br />

cuando la posee un poeta se convierte en ideal:<br />

muestra tu rostro al fin para que vea<br />

mi cara verdadera, la del otro,<br />

mi cara de nosotros siempre todos,<br />

cara de árbol y de panadero,<br />

de chofer y de nube y de marino,<br />

cara de sol y arroyo […]<br />

cara de solitario colectivo.<br />

La poesía es como tener un rostro y no tenerlo.<br />

Cada quien encuentra en la poesía su hora cero.<br />

De esa negación rotunda saldrán los rasgos de todos.<br />

No se sabe si es más por tener semblante que<br />

por no tenerlo. Parece decirlo todo y no dice nada,<br />

porque tiene sólo un estigma existencial. Es como<br />

desleer las cosas, sólo una sensación. “El mundo no<br />

se presenta como realidad que hay que nombrar,<br />

sino como palabra que debemos descifrar.” Por su<br />

significado múltiple no tiene uno preciso. Simbólicamente<br />

sustituye al mundo. Es negación continua.<br />

De la delirante materia verbal las vibraciones son<br />

tan intensas que alcanzan la blancura absoluta que<br />

es la misma nada.<br />

El artista, en su afán de depuración, suprime líneas,<br />

trazos, colores, hasta concretar el ideal y topar<br />

con lo absoluto. Lo contradictorio no existe ya;<br />

es solamente armonía donde los contrarios recuperan<br />

su equilibrio, su permanencia, su individualidad.<br />

“Dime cómo hablas y te diré quién eres.”<br />

Quizá el poeta, al llegar a la atroz lucidez del infinito,<br />

se da de bruces contra el escepticismo en un<br />

“más allá” en el que no caben ya medidas, ni fórmulas<br />

ni horizontes, por decirlo de algún modo; la nada<br />

es el rompimiento que colinda con la infinitud. “El<br />

salto es al vacío o al pleno ser”, ya que “la otra orilla”<br />

está en nosotros mismos.<br />

En un momento lleno de angustia, Paz escribió<br />

en quince palabras una existencia abatida:<br />

No lo que pudo ser:<br />

es lo que fue<br />

Y lo que fue está muerto.<br />

Tenemos en preparación las obras completas de<br />

Guadalupe Dueñas. En Imaginaciones, libro<br />

publicado por Jus en 1977, apareció este breve pero<br />

emocionado retrato de Paz.<br />

W<br />

Fotoggrafía: DURANTE UNA EXCURSIÓN A CHILAPA, GUERRERO, 1932. CORTESÍA DE M. J. PAZ.<br />

MARZO DE 2014 31

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