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POLIFONÍA DE LA IDENTIDAD 27<br />

en efecto, tras dos siglos de gran tradición musical, los americanos perdieron<br />

el sentido técnico y estético para entrar en franca decadencia? ¿Será posible<br />

que al buscar su independencia las naciones extraviaron la brújula de lo musical?<br />

Puede adivinarse hacia dónde se dirigen estas preguntas: el siglo xix de<br />

la música latinoamericana semeja, tanto en términos historiográficos como de<br />

difusión y conocimiento, una auténtica edad media, precedida por el auge<br />

sonoro de la colonia y de la que “nos libró” la gran generación nacionalista, y<br />

el consiguiente renombre de los compositores neoclásicos del siglo xx americano.<br />

Quedan en medio la oscuridad, la decadencia, el salón, el relajamiento,<br />

el desorden, la copia, la tiranía de la ópera, la imitación y el atraso; todo ello<br />

entre guerras, invasiones y un áspero transcurrir económico y social.<br />

Tenemos frente a nosotros una noción de la música que nos ocupa que<br />

se desprende de modelos y nociones historiográficas cuestionables. Sin duda,<br />

la idea de un desarrollo o evolución musical, y la oposición nunca salvable<br />

entre una ponderación histórica o estética de la música, han causado innumerables<br />

confusiones y puntos de vista encontrados e incompatibles. El resultado<br />

más palpable de estas dos condiciones se aprecia en los prejuicios que<br />

penden sobre esta música. Al considerarla un arte menor, un arte epigonal,<br />

un repertorio para señoritas, un acervo carente de valores estéticos, es fácil<br />

ver cómo diversos escritores y especialistas son víctimas de lo anterior. Al<br />

abordar la música argentina, por ejemplo, Pola Suárez Urtubey describe a toda<br />

una generación como “los precursores”. Se refiere, concretamente, a músicos<br />

como Juan Crisóstomo Lafinur, Amancio Alcorta o Juan Pedro Esnaola. Para<br />

describir los alcances de la producción de este conjunto, recurre al juicio de<br />

Juan Francisco Giacobbe, de que “los precursores no abordan jamás ni el aria,<br />

ni la cavatina, ni el arioso, es decir, elementos del melodrama italiano”. Un<br />

párrafo así ya nos anuncia diversos problemas: ¿precursores de qué o de quiénes?<br />

¿Son mejores o peores autores los de la generación posterior? ¿Acaso cada<br />

generación es mejor que otra? ¿Son Esnaola o Alcorta eslabones en una larga<br />

cadena que pasa por Alberto Williams y culmina… en Ginastera? ¿O en Mauricio<br />

Kagel? Desde luego, no puede considerarse la música latinoamericana<br />

bajo la óptica del desarrollo o la evolución, pero lo cierto es que el anterior<br />

ejemplo, casi escogido al azar, se repite ad nauseam en la bibliografía disponible,<br />

con los consiguientes problemas de valor y menosprecio que necesariamente<br />

acarrea no considerar a un compositor cualquiera como un artista en<br />

sí mismo, sino como parte de un proceso evolutivo que privilegia cierta orientación,<br />

ya estética, ya política. Particularmente notable en este sentido será el<br />

término mismo de la llamada “música de salón”. El apelativo es utilizado casi

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