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POLIFONÍA DE LA IDENTIDAD 33<br />

La explicación de la música de Beethoven ha sido determinante para conformar<br />

nuestra visión actual de la música, y no sólo por la idea de esa “música<br />

pura”, entendida como el más alto de los ideales estéticos —idea resuelta<br />

en aforismo por Walter Pater, cuando afirmó que “todo arte aspira constantemente<br />

a la condición de la música”—, sino también porque la de Beethoven<br />

—y en todo caso, Messiah de Handel— fue la primera música que se colgó en<br />

el “museo imaginario” de las obras maestras. A este museo ubicuo, que puede<br />

vivir por igual en nuestras discotecas personales, en las temporadas de nuestras<br />

orquestas o en la red virtual de nuestras computadoras, es a lo que los<br />

musicólogos denominamos canon: la nómina de las obras maestras, das meisterwerke,<br />

ya que, después de todo, al canon lo distinguen dos curiosas características:<br />

el grueso de sus autores son alemanes (y casi todos con “B”, según<br />

la conseja popular) y casi todos son del siglo xix, es decir, contemporáneos de<br />

nuestros olvidados autores locales. En efecto, no es casualidad que, al ser el<br />

canon un fenómeno del siglo xix, el museo imaginario se nutra fundamentalmente<br />

de la obra de músicos de ese periodo. No es que los autores del canon<br />

sean todos decimonónicos, pero la nómina que se extiende desde Beethoven<br />

hasta Debussy es mucho mayor que la lista de compositores canónicos de<br />

otras épocas, ya anteriores, ya recientes.<br />

Paradójicamente, los compositores latinoamericanos que no son del siglo<br />

xix resultan más fácilmente asimilables a sus homólogos europeos. Hoy en día,<br />

y como ya se dijo, a nadie sorprende que se compare a Manuel de Sumaya<br />

—el maestro de capilla de la catedral mexicana de mediados del siglo xviii—<br />

con Handel, mientras que en el terreno de la producción musical del siglo xx,<br />

un Villa-Lobos o un Revueltas pueden ser vistos sin mayor sobresalto al lado<br />

de Stravinski o Bartok, pero si un Alberto Williams o un Ricardo Castro se<br />

asoman a las salas del museo, todo mundo acusará usurpación y ausencia de<br />

curaduría. Beethoven y sus sonatas, pero también Chopin, Schumann y<br />

Brahms, son autores tan contundentes para el piano, que cualquier intento de<br />

revisar ese canon o de enriquecerlo con alguna creación nuestra parece simplemente<br />

una utopía.<br />

El efecto Beethoven es el canon mismo. Tarde que temprano, todo estudioso<br />

del repertorio latinoamericano deberá confrontar esta cuestión y comparar<br />

la producción local con la de los grandes autores. Con esta reflexión no<br />

se busca otra cosa sino explicar que el peso del canon, de suyo apabullante,<br />

es particularmente fuerte respecto a la música del siglo xix, y que esta idea,<br />

que ha moldeado el pensamiento musical de occidente, influye poderosamente<br />

en nuestra visión del repertorio latinoamericano. Hasta ahora, se trata

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