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POLIFONÍA DE LA IDENTIDAD 45<br />
Victor Hugo, una mezcla perfecta donde la poesía excelsa le da la mano a<br />
una danza habanera, de innegable sentir caribeño. Es otra de sus canciones<br />
deliciosas, pero la música de Hahn es mucho más que una simple simbiosis<br />
tras alguna pieza. Porque quizá el momento de escribir estas líneas sea, en<br />
buena medida, el de una revaloración crítica de la música de este criollo<br />
caraqueño, autor de las más exquisitas canciones, verdadero protagonista de<br />
la obra magistral de Proust, cuyo músico imaginario de apellido Vinteuil es,<br />
en realidad, la encarnación literaria de las mejores virtudes e ideas musicales<br />
que el famoso novelista supo discernir y plasmar espléndidamente. Cada<br />
quien puede leer aquella larga novela como mejor le plazca, pero en lo personal<br />
imagino que la sonata de Vinteuil que el protagonista del Tiempo perdido<br />
escucha una y otra vez, es la versión instrumental de L’heure exquise, la<br />
impecable canción de Hahn que cierra el disco aludido y cuya música puede<br />
perseguir obsesivamente a quien la escucha con atención. Que el personaje<br />
pudiera estar inspirado en un caraqueño sólo muestra la viabilidad del<br />
proyecto criollo: no es el lugar, sino las condiciones y circunstancias, lo que<br />
hacen al hombre. De tal suerte, caemos en un error si sólo consideramos<br />
latinoamericano aquello que ha sido compuesto en oposición a Europa,<br />
pues parte indispensable del ser criollo es, precisamente, la elección de<br />
volverse tan parisino, londinense o madrileño como se quiera. Por esta razón<br />
no fueron pocos los músicos latinoamericanos que se instalaron en<br />
Europa, particularmente al ocaso del siglo xix. En el acto simbólico de atravesar<br />
el océano y establecerse en el Viejo Mundo, quedaba consumado un<br />
aspecto importantísimo de esa condición ab origen de la que hemos hablado.<br />
Sólo se es verdaderamente americano, diríamos con aquellos compositores<br />
y artistas, cuando se conocen las calles de París tanto como las del propio<br />
terruño, cuando se habla a los europeos en su lengua, cuando se ha “dejado<br />
el rancho” —como decimos coloquialmente en México— para hacer propia<br />
una tradición cultural con la que suele existir una tormentosa relación; tormentosa<br />
en la medida en que a los poseedores de orgullo local en cualesquiera<br />
de sus formas les costará más trabajo adueñarse con entusiasmo de<br />
las formas europeas, por más que consciente o inconscientemente se reconozca<br />
la fascinación que ejercen. A algunos les pesará reconocer que París<br />
es más bello que Caracas o México. Un Reynaldo Hahn simplemente no<br />
tuvo ese tipo de remordimientos y hasta contribuyó —caso excepcional— a<br />
la belleza sonora de la Ciudad Luz.