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Huracán - Revista Voces

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Que la bondad esté relacionada con la<br />

prosperidad (la bonanza) no es una<br />

contradicción −como la ética revolucionaria<br />

casi siempre ha pretendido, confiada en el<br />

valor formativo de la miseria−; aunque<br />

tampoco sea un a priori. Sin embargo, la<br />

realización individual que ofrece la prosperidad<br />

(y no exactamente por el bienestar que<br />

implica, sino por el proceso en busca de ese<br />

bienestar) bien podría hacernos mejores,<br />

aunque esto parezca sacado de un manual de<br />

autoayuda.<br />

Recordemos que la palabra “próspero”<br />

viene del latín prosperus−a−um, dotada del<br />

prefijo „pro‟ (hacia adelante, en favor) y la raíz<br />

indoeuropea spe. La palabra latina spes<br />

(esperanza) contiene la misma raíz.<br />

Etimológicamente “próspero” significa<br />

entonces, que lleva adelante lo esperado, o<br />

según lo esperado. La prosperidad supone el<br />

curso favorable de una acción o desempeño; el<br />

éxito de una empresa y no, necesariamente, un<br />

enriquecimiento que avergüence, o desmerite<br />

al poseedor. Rico o riqueza, en cambio, vienen<br />

del alemán arcaico riks −dando origen a la<br />

palabra reich− y tiene la raíz indoeuropea reg<br />

(rey, regente); lo que indica que, en este caso,<br />

el vínculo entre Poder y peculio aparece<br />

marcado en sus orígenes. Los aldeanos nunca<br />

podrían ser ricos −tampoco los campesinos a los<br />

que se refiere Martí en el artículo citado− pero<br />

sí prósperos.<br />

Lo que mis actuales colegas desconocen es<br />

que la letra sí nos entró con sangre, o mejor,<br />

con hambre, como cuando debíamos leer los<br />

tantísimos libros que nos ayudarían a forjarnos<br />

como filólogos, tumbados en las literas de la<br />

residencia estudiantil F y 3ra y con apenas unas<br />

tostadas y un té en la barriga.<br />

Haber estudiado en Cuba fue realmente un<br />

privilegio. Haber sido discípula de brillantes<br />

profesores que a lo largo de mi vida intentaron<br />

suplir las carencias del cuerpo con los<br />

espejismos de la cultura, es algo inolvidable.<br />

Ellos también enflaquecieron paulatinamente;<br />

algunos parecía que expirarían tras la lección,<br />

y seguían aferrados a su trabajo apenas<br />

remunerado. Recuerdo con nuestra alegría de<br />

que algún “viajecito” le hubiese tocado<br />

casualmente a alguno de aquellos profesores<br />

que nunca viajaba, para que pudiese<br />

“reponerse”. A su regreso nos comentó con<br />

orgullo que había ahorrado mucho dinero y<br />

que, por tanto, había podido comprar algunos<br />

libros que hacían falta para la Facultad. Y en<br />

efecto, apenas había engordado unas libras,<br />

{ V/42 }<br />

apenas había cambiado su ropa de siempre, de<br />

tienda reciclada, como la nuestra.<br />

Hoy, muchos a los que le debo, no mi<br />

placer por las letras, sino mi gusto quijotesco<br />

por enseñar (labor reñida, como se sabe, con la<br />

riqueza, aunque no necesariamente con la<br />

prosperidad), no están en la facultad. Y lo<br />

lamento visceralmente por los alumnos que no<br />

tendrán la oportunidad de conocer el enjuto<br />

cuerpo y la febril agitación de Salvador<br />

Redonet; la consagración casi mística de Ofelia<br />

García Cortiña; la sencillez campechana de<br />

Amaury Carbón, con su guayabera blanca, casi<br />

transparente; la fortaleza de Nara Araújo, llena<br />

de proyectos a un paso de la despedida, y a<br />

otros tantos que han fallecido en los últimos<br />

años, en plena faena. O la despistada<br />

genialidad de Beatriz Maggi, la estoica<br />

resistencia de Teresa Delgado, la humildad de<br />

Lupe Ordaz, y a otros tantos que se han<br />

retirado o alejado de la institución. A sus<br />

clases había que ir, aún cuando la barrita de<br />

maní comprada al “merolico” más cercano,<br />

fuera el único sostén de la mañana.<br />

En la actualidad, no sé si con el plan de<br />

maestros emergentes, algún niño pueda<br />

agradecer, dentro de veinte años, la educación<br />

recibida en las etapas iniciales, las más<br />

importantes. No sé si el solo hecho de haber<br />

estudiado en Cuba seguirá siendo un motivo de<br />

alabanza. Incluso desconozco qué motivaciones<br />

impulsan hoy a los jóvenes a estudiar: supongo<br />

que ya no sean las mismas que las nuestras, o a<br />

lo mejor, sí. Confiar en que la profesión podrá<br />

ser ejercida en la sociedad que te formó y que,<br />

una vez que ha garantizado tu competencia, te<br />

abra las puertas para alcanzar la retribución<br />

necesaria, merecida. La prosperidad que,<br />

según Martí, nos haría ser buenos y dichosos.<br />

Aquella que no se conforma con un viaje<br />

normado en el que haya que decidir si<br />

alimentar el cuerpo o el espíritu. {V}<br />

{Blog Los días no volverán}

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