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Huracán - Revista Voces

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{ V/46 }<br />

podía ir después de darles<br />

los buenos días a mis compañeros<br />

de trabajo, opté<br />

por entrar primero a mi<br />

local, comprendiendo de<br />

paso que esta vez la cosa<br />

iba en serio.<br />

Lo olfateé en el gesto<br />

entrecortado y distante de<br />

algunos de mis colegas, y<br />

segundos después, de manera<br />

más explícita, lo supe<br />

por el oficial de Seguridad y<br />

Protección del centro,<br />

quien se encargó de conducirme<br />

personalmente hasta<br />

la Dirección. Para que no<br />

hubiera más desvíos en el<br />

trayecto.<br />

Por eso ahora, cuando<br />

tres trabajadores de diversas<br />

áreas entran casi al<br />

unísono por la puerta, y<br />

toman asiento a mi lado, no<br />

me cabe duda de que asisto<br />

a una escena (como protagonista)<br />

para la cual, siendo<br />

honesto, sí estaba preparado,<br />

pero que no imaginé<br />

que pudiera llegar tan pronto.<br />

El silencio es absoluto.<br />

Ernesto Douglas se limita a<br />

alcanzar un documento que<br />

(solo ahora reparo en él) se<br />

encontraba privilegiadamente<br />

ubicado a su diestra,<br />

sobre el buró. Lo extiende<br />

hacia mí y dice:<br />

—Ve leyendo esto.<br />

Cuando termines hablamos.<br />

Mi lectura duró mucho<br />

más de lo deseado por la<br />

paciencia general. Comprender<br />

a carta cabal esta<br />

“Resolución 12 del 2010”,<br />

plagada de “por cuantos”,<br />

siglas, referencias jurídicas,<br />

y una redacción por momentos<br />

incoherente, fue un<br />

verdadero ejercicio académico.<br />

Sin embargo, la esencia<br />

de lo que tenía en mis<br />

manos no admitía dudas:<br />

mediante la Resolución 12<br />

del año en curso el Director<br />

de la institución me expulsaba<br />

de la misma. De manera<br />

definitiva.<br />

¿Me tomaba por sorpresa<br />

Nuevamente: no. Mi<br />

única sorpresa provenía de<br />

la premura con que esta había<br />

aparecido. Y, por otra<br />

parte, del motivo esgrimido<br />

para hacerlo. Veamos.<br />

Detrás de este encuentro<br />

(que aunque me esfuerce<br />

por no hacerlo, no puedo<br />

dejar de calificar con un<br />

solo término: represivo),<br />

figuraban cuatro nombres<br />

en específico. Eran la base<br />

del iceberg. Los tres primeros<br />

eran nombres propios:<br />

Yoani Sánchez, Reinaldo<br />

Escobar, Orlando Zapata<br />

Tamayo. El tercero era un<br />

apelativo artístico: Los<br />

Aldeanos.<br />

Hacía muy poco que<br />

había publicado yo en la red<br />

dos trabajos que los tomaban<br />

a ellos como centro.<br />

Primero, un artículo (“Revolution<br />

en la Aldea”) que<br />

basándose en un documental<br />

de Mayckell Pedrero sobre<br />

este dúo de rap, analizaba<br />

aspectos musicales,<br />

sociales e ideológicos en<br />

torno al controversial y talentoso<br />

grupo. Luego, con el<br />

título “La muerte que nunca<br />

debió ser”, una valoración<br />

sobre la tragedia de ese<br />

pobre hombre llamado Orlando<br />

Zapata Tamayo, que<br />

murió de una muerte horrenda,<br />

y cuyo caso mucho<br />

le pesará en la memoria a<br />

la nación, a todos un poco<br />

por igual. Y finalmente, una<br />

extensa entrevista titulada<br />

“Un límite para todos los<br />

odios”, con la blogger de<br />

Generación Y y su esposo,<br />

el también periodista Reinaldo<br />

Escobar.<br />

Conociendo la deprimente<br />

situación de los<br />

medios de prensa de mi<br />

país, no tuve siquiera la<br />

ingenuidad de pretender<br />

publicar estos escritos en<br />

algún espacio oficial, dígase<br />

revista, periódico o sitio<br />

web de la red nacional. Y<br />

conociendo (también) la<br />

minusvalía de la libertad de<br />

expresión en mi país, no supuse<br />

que luego de ejercer<br />

mi derecho a la voz propia,<br />

a cuestionar críticamente<br />

las actitudes y decisiones<br />

que al más alto nivel se estaban<br />

tomando, iba a pasar<br />

indemne a las represalias.<br />

Causa y efecto.<br />

Pero el motivo que la<br />

Resolución 12/2010 refería<br />

como la falta grave por mí<br />

cometida parecía el fruto<br />

de una mentalidad creativa<br />

capaz de emular con el mejor<br />

George Orwell, y ya aquí<br />

mi adaptación al absurdo,<br />

mi resistencia al asombro,<br />

no pudo menos que ceder.<br />

¿De qué se me acusa Pues<br />

de, en mi calidad de periodista<br />

con una cuenta personal<br />

a Internet (solo utilizable<br />

en mi centro laboral),<br />

“hacer un uso desmesurado<br />

de la navegación, accediendo<br />

a sitios de carácter<br />

subversivo y contrarrevolucionario<br />

contra nuestro<br />

país, a los cuales no tenía<br />

autorización a acceder”.<br />

Estoy seguro: el desdichado<br />

redactor de este<br />

escrito debió sudar hielo<br />

para no mencionar de forma<br />

expresa la verdadera causa<br />

de mi expulsión. Pero como<br />

no hablar de esta parecía<br />

más difícil que sí hacerlo, el<br />

escriba cedió al impulso.<br />

Dijo: “Se verificó igualmente<br />

la publicación de artículos<br />

en los sitios antes referidos”.<br />

Solo eso.<br />

Pongamos, pues, en<br />

claro el argumento: no se<br />

me sancionaba por publicar.<br />

Nada de eso. Hacerlo habría<br />

confirmado ciertas acusa-

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