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Huracán - Revista Voces

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e r n e s t o m o r a l e s l i c e a<br />

l a f e l i c i d a d d e l c o r r e d o r d e f o n d o<br />

e r n e s t o m o r a l e s l i c e a<br />

l a f e l i c i d a d d e l c o r r e d o r d e f o n d o<br />

No, me digo. La razón<br />

es otra. La verdadera razón<br />

es que este hombre que, con<br />

sus facultades me separa de<br />

la entidad que dirige, solo<br />

está cumpliendo órdenes.<br />

Órdenes explícitas (“Toma<br />

medidas drásticas con este<br />

caso”) o implícitas (“Si yo<br />

fuera tú, manejaría este<br />

asunto con inteligencia”).<br />

Órdenes apuntadas desde<br />

“arriba”, ese arriba metafísico<br />

que obedece a un aparato<br />

ideológico, u órdenes<br />

interiores, incorporadas al<br />

pensamiento, que advierten<br />

de los riesgos de no ser<br />

enérgico con un trabajador<br />

“equivocado” y, en consecuencia,<br />

ser juzgado como un<br />

dirigente irresponsable y<br />

flojo. Órdenes de mil clases<br />

distintas. Pero órdenes al fin.<br />

Por eso ni siquiera en este<br />

instante en que atravieso el pasillo<br />

rumbo a la puerta de salida,<br />

con la notable percepción de<br />

que quienes me miran lo hacen<br />

con una lástima (esta sí) humillante,<br />

con ojos de que, de no<br />

existir peligro alguno, podrían<br />

solidarizarse conmigo, ni siquiera<br />

ahora cuando sé que el vínculo<br />

ha sido cortado por fin, puedo<br />

experimentar animosidad alguna<br />

contra quien de un plumazo<br />

lo ha conseguido.<br />

A mí no me expulsa Ernesto<br />

Douglas Bosch, pienso. Quiéralo<br />

reconocer o no, su triste<br />

función es la de marioneta de<br />

otros cerebros. Es el ejecutor de<br />

una directriz trazada firmemente,<br />

pero que en el fondo, jamás<br />

sabré si él comparte o no. Como<br />

ninguno de los miles de cubanos<br />

expulsados de sus puestos, extirpados,<br />

condenados a trabajar<br />

en fábricas de acero o cañaverales,<br />

sabrá jamás si quien le comunicaba<br />

su destierro aprobaba<br />

internamente la medida, o si no<br />

le quedaba más remedio que<br />

materializarla por su propio<br />

bien.<br />

Son casi las 12 del día en el<br />

Bayamo de mi Cuba insular. Bajo<br />

el mismo sol desértico deambulo<br />

otra vez por la ciudad donde<br />

cientos de años antes, un<br />

pueblo ferviente y lacerado cantara<br />

por primera vez los versos<br />

del Himno Nacional.<br />

“Nosotros, los de entonces,<br />

ya no somos los mismos”,<br />

pienso, antes de perderme por<br />

la arteria comercial más transitada<br />

de la urbe, con una armonía<br />

interior muy parecida a la<br />

del corredor de fondo que, separado<br />

de la multitud, (no importa<br />

si delante o detrás o a un<br />

lado) corre a su aire sin que el<br />

resto pueda comprender su<br />

ligereza y felicidad. {V}<br />

{ V/48 }<br />

{Blog El pequeño hermano}

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