LIBERATOR GERMANIAE.indd - Ediciones B
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io no se dejaba disuadir ni ridiculizar habiendo hierbas tan agraciadas<br />
para propiciar la ceremonia. Pero allí, en Campania, en el<br />
legendario oráculo de Cumæ, donde las sibilas se sucedían en<br />
una larga dinastía de poderes consagrados a Apolo en las puertas<br />
de la montaña, esa forma de proceder tan romana, tan administrativa,<br />
no se imponía a los viejos usos. Si Livia había preparado<br />
en secreto aquella ceremonia era porque se precisaba un<br />
oráculo legítimo.<br />
El matarife se vio en apuros. Ni media docena de ayudantes<br />
eran capaces de frenar el ímpetu del buey; nadie había tenido,<br />
pensó Antonia, la idea de anillarle el morro para prevenir la<br />
situación. Los dioses empezaban a manifestar su malestar, y el<br />
buey blanco cabeceaba y resoplaba tercamente. La llovizna se<br />
hizo más pertinaz y la cortina de agua humedeció las ropas de<br />
los niños, blanqueadas con cal al sol, y sus cuerpos, humanos y<br />
frágiles, parecieron transparentarse entre las telas mojadas. Por<br />
fin la cabeza de hierro descendió con contundencia sobre el cráneo<br />
del buey. El golpe seco fue acompañado por la profusión de<br />
la sangre. El pesado animal cayó de rodillas. El acólito encargado<br />
del hacha, casi desnudo, alzó impasible la herramienta de doble<br />
filo y la descargó, separando la cabeza del cuerpo con un limpio<br />
tajo.<br />
A Germánico le pareció que un relámpago sordo había estallado<br />
detrás del monte Gaurus, en cuyas entrañas, ahora, él y<br />
sus hermanas debían penetrar, en busca de la sibila. El pequeño<br />
Claudio abrió desmesuradamente los ojos; a pesar de haberlo<br />
presenciado muchas veces, cuando los bueyes sacrificados se<br />
desplomaban sobre sus rodillas sentía un estremecimiento irreprimible.<br />
Livila, más astuta, evitaba el espectáculo y se miraba<br />
los pies. Hasta que la sangre vino resbalando sobre las losas a<br />
rodear sus sandalias; levantó los ojos y vio el enorme charco humeante<br />
que se extendía alrededor del buey blanco, la cabeza del<br />
animal, los ojos exánimes y la lengua asomándole entre los dientes<br />
de unas mandíbulas desencajadas. No dejaba, en medio de<br />
lo horrible, de resultarle divertida la cara del buey. Germánico<br />
avanzó y tomó la copa sacrificial, que había sido colmada con la<br />
sangre que barbotaba del cuello del inmenso buey. Sin pensár-<br />
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