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LIBERATOR GERMANIAE.indd - Ediciones B

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La noche había caído sobre Cumæ. La villa de Antonia, en<br />

medio de anchos latifundios, no dejaba de ser a sus ojos un lugar<br />

de paso cuando se trataba de disfrutar del campo, en verano.<br />

Aquella noche las antorchas permanecieron encendidas hasta<br />

muy tarde en los jardines. Los augures acompañaron a<br />

Antonia a una habitación bien iluminada. Los niños no pudieron<br />

comer tras el extraño suceso, y esperaron nerviosos la llegada<br />

de Atenodoro, un aleccionado grammaticus que se ocupaba<br />

de su educación, procedente de Tarso, y de Jenofonte, el<br />

médico de la familia, quien había sido cirujano del alto mando<br />

en las legiones que su difunto esposo lideró en Germania.<br />

Los augures interrogaron a los niños. Germánico no dejó<br />

de percibir cierto despecho velado hacia su persona, cuando contó<br />

cómo había obligado a Claudio a recoger el cachorro, pues<br />

había caído en sus manos. ¿Cuántas veces había tenido que repetir<br />

que no había caído en las suyas Muchas, hasta que al fin<br />

miró a su madre con un ímpetu que solo había visto ella en los<br />

ojos de su padre, y entendió que la verdad, en posesión de un<br />

noble y valeroso corazón, se convierte en arma incluso a edad<br />

temprana, un arma que Germánico ya había aprendido a blandir.<br />

Antonia tuvo que creer a su hijo, se dio por vencida, y se enfrentó<br />

en compañía de los sabios augures a lo que parecía el peor<br />

misterio de la familia. El problema era el lobo, cachorro de la<br />

que amamantó a Rómulo, la sangre manchando sus manos, Germánico<br />

enfrentado a las águilas y arrebatándoles sus plumas...<br />

y todo ello un día lluvioso con relámpagos sin trueno y el aparatoso<br />

sacrificio de un buey que se resistió a desvelar la palabra<br />

del dios. ¿Qué extraña incongruencia era todo aquello Y es que<br />

una madre tiene mil planes para su hijo, pero el destino solo uno<br />

para él.<br />

El problema era Claudio. Los dioses lo habían señalado y<br />

lo habían marcado. Mas, ¿para qué Antonia siempre lo había<br />

despreciado indulgentemente; a menudo lo acusaba, sin pronunciarlo,<br />

de haberla puesto en evidencia, pues cualquiera habría<br />

podido creer que había traicionado su matrimonio con Drusus<br />

entre las piernas de un infame tullido, para dar a luz a<br />

semejante hijo, que tan poco tenía que ver con la poderosa figu-<br />

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