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LIBERATOR GERMANIAE.indd - Ediciones B

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Unos hachones parpadeaban en las tinieblas de la entrada.<br />

Más allá se extendía un pasadizo angosto y ancho, bajo una mole<br />

de piedra volcánica de inmensas proporciones, sobre la que descansaba<br />

el peso del monte Gauro entero. Para espanto de Livila<br />

y sorpresa de Claudio, unos murciélagos giraron revoloteando<br />

cuando entraron.<br />

Se miraron furtivamente. Germánico avivó el paso, fiel a lo<br />

que se esperaba de su bien merecida fama de libre y valiente vástago,<br />

orgullo de la familia Claudia. Atrás había quedado la boca<br />

de la cueva, luminosa y despejada en medio del arco negro de la<br />

forzosa noche subterránea.<br />

El suelo pedregoso insinuó los peldaños desiguales. Más<br />

adelante, la roca desnuda los guio hacia una visión cargada de<br />

tal horror, que Livila, todavía indecisa entre el temor a su severa<br />

madre, Antonia, y el pánico ante la imagen que los estremecía,<br />

contuvo un grito que por poco la obligó a desmayarse. Apretó,<br />

quizá por primera vez en su vida, la mano de su hermano<br />

Claudio con tal fuerza, que este tuvo que protestar. Al fin, Germánico,<br />

el mayor, con los ojos muy abiertos, que eran la única<br />

prueba de su valía, pues la mano le temblaba, avanzó un paso<br />

hacia el horror.<br />

Allí estaba Critágora, enhiesta y adusta, una sibila. La luz<br />

de una grieta en la montaña la iluminaba con un parche escarlata<br />

en medio de la total oscuridad. Yacía sentada, tiesa, los ojos<br />

desmesuradamente abiertos y rojos como los de un ave nocturna,<br />

el rostro laciforme contraído por la enfermedad del tiempo,<br />

el cabello revuelto de una momia espantosa. Germánico se<br />

aproximó a ella y musitó el saludo. Livila se quedó pegada a la<br />

piedra y no estaba dispuesta a dar un paso más en dirección al<br />

monstruo. Si esa era la sibila a la que, según su madre, debían<br />

consultar, mejor quedarse junto al idiota de Claudio que avanzar<br />

con el insensato de Germánico. Claudio sencillamente observaba<br />

la escena, aferrado a su hermana.<br />

La silueta de Germánico se recortó como un perfil anguloso<br />

contra la evanescente rojez de Critágora. Este pudo aspirar<br />

el hedor que rodeaba a aquel monstruoso Minotauro de la caverna,<br />

y que empeoraba en presencia de la adivina. Había espe-<br />

— 30 —

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