LIBERATOR GERMANIAE.indd - Ediciones B
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de Germánico—. No... podría olvidar palabras tan horribles co...<br />
como esas...<br />
Claudio repitió la profecía a Germánico, quien tardó algún<br />
tiempo en memorizarla, y sonrió con esa franqueza por la que<br />
Claudio lo adoraba como si fuese un dios. Germánico conocía<br />
las facultades de Claudio, a diferencia de la mayoría de quienes<br />
trataban con él. Su madre no toleraría que Claudio fuese el portador<br />
de las palabras de la sibila. Él era el mayor y el favorito, y<br />
eso lo obligaba a representar un papel ante su familia que a menudo<br />
le desagradaba, sobre todo cuando para ello debía humillar<br />
al pequeño Claudio, tartamudo, enfermizo, pálido, ligeramente<br />
cojo a causa de una pierna más larga que otra y de un<br />
hombro más alto que otro. Pero quería a Claudio. Era bueno,<br />
de una inofensiva simplicidad. Claudio había aprendido a leer<br />
antes que él y que Livila, y memorizaba fechas y textos con tanta<br />
facilidad que se sorprendía del injusto aspecto que Fortuna le<br />
había deparado.<br />
Al fin, Livila, que no quería acercarse a la boca de la cueva,<br />
se aproximó a ellos.<br />
—Nos vamos —dijo resueltamente, molesta a causa de la<br />
lluvia.<br />
Se les unió y retomaron la ceremonial compostura para<br />
abandonar el lugar y seguir la senda hacia los árboles, más allá<br />
de los cuales aguardaban su madre y varios augures tras el templo.<br />
Los espesos laureles se levantaban como un muro verde y<br />
denso, pero el cielo de aciaga perla se asomaba al claro al pie de<br />
la escarpada ladera del risco en cuyas entrañas hurgaba, en parte<br />
excavada, la gruta del oráculo más famoso de la península itálica.<br />
«Una inmunda madriguera» era todo lo que pensaba Claudio<br />
al respecto, cuando unos gritos en el cielo los obligaron a<br />
mirar hacia lo alto. No vieron nada. Pero las voces volvieron<br />
a importunarlos, agudas e impertinentes como de gente que los<br />
increpaba, y en ese momento algo cayó en manos de Claudio.<br />
Nunca supo cómo ni gracias a qué capricho de la casualidad ello<br />
fue posible, pero había extendido las manos como para tomar<br />
la lluvia —le gustaba sentir la lluvia en ellas, si no era torrencial—<br />
pues el cielo presentaba un aspecto tan extraño, cuando<br />
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