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cuaderno[ 34 - Exposiciones

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cuadern o [ <strong>34</strong><br />

Joaquín Sorolla<br />

Niños en la playa. Valencia, 1916<br />

Óleo sobre lienzo, 70 x 100 cm<br />

Colección particular<br />

un cierto consenso sobre nuestro pasado artístico: es el primer esfuerzo<br />

por ordenar ese conjunto heterogéneo de obras que entendemos<br />

como arte moderno.<br />

Un arte que se origina en una doble ecuación: entre lo clásico<br />

y lo moderno –con Picasso como paradigma– y entre lo autóctono<br />

y lo cosmopolita. Clásico, cosmopolita, moderno y castizo al<br />

mismo tiempo, ésa parecía ser nuestra seña de identidad, que se<br />

acentuaba por la distancia geográfica, social y cultural con las grandes<br />

metrópolis. A todo ello se une que nuestros artistas presentan<br />

ritmos y preocupaciones propios y que las tensiones políticas –con<br />

Guerra Civil incluida– han hecho del nuestro un arte ensimismado en<br />

los vaivenes de una historia ajena a lo que acontecía en Occidente.<br />

A historiadores como Eugenio Carmona les debemos una visión<br />

clara y precisa de eso que llamamos «arte nuevo» y que es nuestra<br />

vanguardia de los años veinte y treinta; a su lado habría que citar<br />

a Juan Manuel Bonet y su Diccionario de las vanguardias (1995) y<br />

la relectura de Dalí en el entorno de la generación de 1914 de Agustín<br />

Sánchez Vidal –Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin (1988).<br />

Paralelamente, al amparo de la descentralización cultural vivida<br />

en las últimas décadas, se ha rescatado el arte de finales del siglo XIX<br />

y los principios del llamado arte nuevo. La labor de Cristina Mendoza<br />

y Mercè Doñate en el MNAC de Barcelona y la de Miguel Zugaza<br />

y Miriam Alzuri en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, junto con<br />

la desarrollada por nuestra Fundación, han facilitado que hoy la pintura<br />

de Rusiñol, Casas, Nonell o Arteta, del primer Zuloaga y de<br />

So rolla entre por derecho propio en la historia de la modernidad.<br />

Hay que citar también a estudiosos como Javier Pérez Rojas, Javier<br />

González de Durana, Francesc Fontbona, Francesc Miralles y un largo<br />

etcétera en el que, desgraciadamente, no me puedo detener aquí.<br />

Es preciso mencionar las importantes aportaciones de Francisco<br />

Calvo Serraller que, cuando se le reconocía como el adalid del<br />

arte emergente, quiso dedicar su esfuerzo a artistas fuera de la<br />

actualidad. La exposición que, con su respaldo científico, presentamos<br />

sobre Julio Romero de Torres (1993), la primera que se le dedicaba<br />

desde su muerte, hizo, de alguna forma, que nuestros fantasmas<br />

de un arte prevanguardista se instalasen con naturalidad en

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