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TerBi Revista nº 8 Mayo 2014

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<strong>TerBi</strong> Nº 8<br />

Asociación Vasca de CF, Fantasía y Terror<br />

El chico había oído hablar del Antes. Antes de que se acabara el petróleo, de que los<br />

medicamentos perdieran su fuerza a base de malgastar su poder. Antes de que las Muchas<br />

Plagas, diezmaran la población, mientras las autoridades se volvían locas tratando de<br />

averiguar cuál era el origen del genocidio. Antes de que todos los negros muriesen por una<br />

extraña enfermedad que sólo les mataba a ellos y de que un también agonizante pueblo<br />

Judío lanzase el vengador fuego atómico sobre sus vecinos árabes. En la época mágica de<br />

las máquinas voladoras más pesadas que el aire y las enfermedades que se curaban con<br />

pastillas de colores brillantes, cubiertas de azúcar derretido.<br />

Pronto se acercaron a las murallas de lo que Altair llamo ―Citadel of London―. Eran<br />

realmente impresionantes por su altura y aspecto macizo. Cuando llegaron al portón<br />

principal, unos aburridos soldados les dieron el alto. El taxi no podía pasar de allí. Mientras<br />

cruzaban las puertas, Antonio pudo apreciar que el muro, de unos veinte metros de ancho y<br />

con refugios en su interior, constituía más bien un formidable búnker que acotaba un área<br />

trapezoidal de una milla cuadrada a los pies del Támesis.<br />

Si le resultó extraño ver fuera los edificios dañados por el tiempo, verlos en buen<br />

estado lo alucinó. Y la gente. Todos guapos y bien comidos, todos sin marcas o síntomas de<br />

enfermedades, Amos y criados. Branson vivía en uno de los pisos superiores de un<br />

monstruo de cristal con forma de pepino, una enorme dependencia desde la que se veía toda<br />

ciudad. Al entrar, la luminosidad y el exquisito gusto del lugar dejaron patidifuso a Antonio.<br />

Mármol pulido, hermosas obras de arte, plantas ornamentales, y pájaros cantores llenaban su<br />

retina donde quisiera que mirase. Era simplemente hermoso.<br />

Sin embargo, nada era comparable a ella. El chico jamás había visto tal belleza. Piel<br />

de marfil, pelo de azabache, carnosos labios de rojo coral. Redondeces llenas de muchacha<br />

que nunca ha pasado hambre. Solo vestía una sencilla túnica blanca que dejaba al<br />

descubierto el perfecto pecho izquierdo. La mujer de Altair se levantó de un ágil salto del<br />

diván en que tomaba el sol que se filtraba por la ventana, agarró al joven y lo palpó de arriba<br />

abajo. Lo miró, lo remiró, lo tasó y le abrió la boca para verle los dientes, mientras a<br />

Antonio se le subían los colores.<br />

―Por lo menos ella no me ha desnudado‖<br />

Parecía entusiasmada, y aunque no podía entender una palabra de lo que se decían, si<br />

notó que ella estaba instando a Altair a decirle algo.<br />

Branson le ordenó servir tres copas de vino. Luego le invitó a sentarse frente a ellos.<br />

—Bueno, chico. Vamos al grano. No te he traído aquí solo para que seas mi sirviente.<br />

Beth y yo creemos que es hora de que tengamos otro hijo. Hace casi cincuenta años que no<br />

tenemos ninguno, desde la época de tu tío abuelo. Nuestro último… donante.<br />

Antonio se quedó pasmado. Sin decir nada se bebió el vino, que sabía a vida y a<br />

verano atrapado en una botella. Nunca había tomado nada tan bueno.<br />

—Te preguntarás que tiene eso que ver contigo. Verás, Beth y yo ya somos Mat. No<br />

es que nos vayamos a morir mañana mismo de viejos... ni en el próximo siglo. Pero los dos<br />

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