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<strong>TerBi</strong> Nº 8<br />
Asociación Vasca de CF, Fantasía y Terror<br />
El chico había oído hablar del Antes. Antes de que se acabara el petróleo, de que los<br />
medicamentos perdieran su fuerza a base de malgastar su poder. Antes de que las Muchas<br />
Plagas, diezmaran la población, mientras las autoridades se volvían locas tratando de<br />
averiguar cuál era el origen del genocidio. Antes de que todos los negros muriesen por una<br />
extraña enfermedad que sólo les mataba a ellos y de que un también agonizante pueblo<br />
Judío lanzase el vengador fuego atómico sobre sus vecinos árabes. En la época mágica de<br />
las máquinas voladoras más pesadas que el aire y las enfermedades que se curaban con<br />
pastillas de colores brillantes, cubiertas de azúcar derretido.<br />
Pronto se acercaron a las murallas de lo que Altair llamo ―Citadel of London―. Eran<br />
realmente impresionantes por su altura y aspecto macizo. Cuando llegaron al portón<br />
principal, unos aburridos soldados les dieron el alto. El taxi no podía pasar de allí. Mientras<br />
cruzaban las puertas, Antonio pudo apreciar que el muro, de unos veinte metros de ancho y<br />
con refugios en su interior, constituía más bien un formidable búnker que acotaba un área<br />
trapezoidal de una milla cuadrada a los pies del Támesis.<br />
Si le resultó extraño ver fuera los edificios dañados por el tiempo, verlos en buen<br />
estado lo alucinó. Y la gente. Todos guapos y bien comidos, todos sin marcas o síntomas de<br />
enfermedades, Amos y criados. Branson vivía en uno de los pisos superiores de un<br />
monstruo de cristal con forma de pepino, una enorme dependencia desde la que se veía toda<br />
ciudad. Al entrar, la luminosidad y el exquisito gusto del lugar dejaron patidifuso a Antonio.<br />
Mármol pulido, hermosas obras de arte, plantas ornamentales, y pájaros cantores llenaban su<br />
retina donde quisiera que mirase. Era simplemente hermoso.<br />
Sin embargo, nada era comparable a ella. El chico jamás había visto tal belleza. Piel<br />
de marfil, pelo de azabache, carnosos labios de rojo coral. Redondeces llenas de muchacha<br />
que nunca ha pasado hambre. Solo vestía una sencilla túnica blanca que dejaba al<br />
descubierto el perfecto pecho izquierdo. La mujer de Altair se levantó de un ágil salto del<br />
diván en que tomaba el sol que se filtraba por la ventana, agarró al joven y lo palpó de arriba<br />
abajo. Lo miró, lo remiró, lo tasó y le abrió la boca para verle los dientes, mientras a<br />
Antonio se le subían los colores.<br />
―Por lo menos ella no me ha desnudado‖<br />
Parecía entusiasmada, y aunque no podía entender una palabra de lo que se decían, si<br />
notó que ella estaba instando a Altair a decirle algo.<br />
Branson le ordenó servir tres copas de vino. Luego le invitó a sentarse frente a ellos.<br />
—Bueno, chico. Vamos al grano. No te he traído aquí solo para que seas mi sirviente.<br />
Beth y yo creemos que es hora de que tengamos otro hijo. Hace casi cincuenta años que no<br />
tenemos ninguno, desde la época de tu tío abuelo. Nuestro último… donante.<br />
Antonio se quedó pasmado. Sin decir nada se bebió el vino, que sabía a vida y a<br />
verano atrapado en una botella. Nunca había tomado nada tan bueno.<br />
—Te preguntarás que tiene eso que ver contigo. Verás, Beth y yo ya somos Mat. No<br />
es que nos vayamos a morir mañana mismo de viejos... ni en el próximo siglo. Pero los dos<br />
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