CRÓNICA POR JULIA PRIOLLI 34
La última noche del siglo XX, en Guarda do Embau, un balneario en el litoral sur de Brasil, un grupo de mujeres —casi adultas o casi adolescentes— se desesperaban por la falta de agua. No buscaban beberla: querían bañarse. La sal, ese mismo mineral con el que los brasileños supersticiosos suelen cubrirse para espantar el mal de ojo, maltrata el cabello. Y ninguna brasileña quiere lucir fea en Año Nuevo, sobre todo en el nuevo milenio. La costumbre dicta que la ropa que se usa en la noche vieja marca la suerte del año siguiente. Pero una cabellera maltratada por la sal marina era un mal presagio. “Entonces decidimos lavarnos los cabellos con agua mineral”, dice Diana Bouth, modelo, presentadora de un programa sobre maternidad en el canal GNT y mujer de un surfista, mientras recuerda el episodio una década después. Dice que desde entonces su cabello nunca había sido tan suave, liso, luminoso, intenso, dócil ni flexible. Así que, en ocasiones importantes, Diana Bouth no deja de usarla. “No puedo bañarme con agua mineral todos los días porque no soy Cleopatra”, dice resignada. “Pero puse un filtro en mi ducha”. Cuando no tiene tiempo de pasar por el salón de belleza, Bouth se lava la cabeza con agua mineral. “Una botella de un litro y medio basta”. Sólo es cuestión de darse un último enjuague libre de cloros, fluores, carbonatos y tantos otros aditivos que tiene el agua que fluye a través de las tuberías de las ciudades. Diana Bouth se maquilla como las paulistas, que se maquillan porque no toman Sol. Bouth toma sol como las cariocas, que no se maquillan porque están siempre bronceadas. Las cariocas dicen que el maquillaje envejece. Las paulistas argumentan que lo que envejece la piel es el Sol. La verdad es que no se broncean porque en Sao Paulo llueve 100 días al año. Hoy Bouth, quien creció entre Sao Paulo y Río de Janeiro, tiene dificultad para definir dónde está su residencia fija, y se broncea y se maquilla porque se lo exige el trabajo. La mujer que se lava el pelo con agua mineral se siente vieja, mientras con nostalgia recuerda el viaje que hizo con sus amigas. “Todo eso pasó cuando aún era joven”. Hoy, a los 30 años, siente como si se tratara de los caprichos de una juventud perdida en otro siglo, aunque el agua que usa para bañarse es bastante más vieja que ella. “Las aguas subterráneas muy antiguas son llamadas aguas fósiles”, dice el profesor Antonio Mozeto, que estudia acuíferos, es decir, las formaciones geológicas donde se almacena el agua bajo la tierra. Las aguas que Bouth usa para lavar sus cabellos son aguas jóvenes, aunque tengan siglos de existencia. “La edad del agua — explica Mozeto— es determinada por el tiempo que transcurrió desde que llegó al acuífero hasta el momento en que fue almacenada”. Cuanto más antigua el agua, más inmaculada. Entre las mujeres es un inconveniente llegar intacta a una edad avanzada. Sin embargo, toda forma de vejez tiene algo de sacro. “Me siento mayor pero más interesante”, admite Bouth, quien nunca abdicó del capricho juvenil de lavarse el pelo con agua mineral. Durante el carnaval de 2011, mientras Bouth corría olas con su marido en Ipanema, Marcia Moribe, una funcionaria de la empresa de distribución de agua potable en Sao Paulo se curaba de una gripe. Había llovido todos los días del carnaval, y un frío fuera de lo común para marzo debilitó a buena parte de los paulistas. A Moribe no le molestaba no poder irse de rumba. Esta química descendiente de japoneses habla solamente lo necesario. No se ríe con sus colegas de trabajo, todos químicos, que tampoco suelen reírse entre ellos. Moribe tenía sólo una preocupación: si su nariz seguía tapada, no podría participar en un panel de evaluación organoléptica, un análisis sensorial que la ley exige a las empresas que abastecen de agua a las grandes ciudades. Los técnicos, que ya tienen una sensibilidad para degustar matices y variaciones en los infinitos sabores posibles del agua, evalúan las que se distribuyen en Sao Paulo. Cuando hay una queja, ellos saben el origen del problema. Las aguas tienen diferentes sabores a causa de los químicos con que las tratan. 35