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Sudacas-Gabriel Fernández Chapo - Iberescena

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BENJAMIN: Esa sensación, Madre Santa. Es indescriptible. Aquello que<br />

durante toda tu vida escuchaste o viste en libros o películas, ahora lo tienes<br />

frente a tus ojos. Que la Puerta del Sol, que la Plaza Mayor; que la Sagrada<br />

Familia, que la Rambla, que la Puerta de Alcalá. Que no te alcanzan los<br />

ojos. Que te gustaría telefonear a cada pariente para describírselo. Porque<br />

así son estas ciudades: hermosas, atrapantes, deslumbrantes. Parece que<br />

te abren los brazos y te invitan a enamorarte. Todo es tan bonito que hasta<br />

tienes miedo de desentonar entre sus calles y sus gentes. Y por ello te<br />

gastas unos buenos euros en ropa, en parecer que puedes ser uno más. Y<br />

la nueva ciudad te hechiza hasta el punto que te maravillas del metro, de las<br />

plazas, de los bebederos, de lo más pequeño e insignificante de la ciudad.<br />

Los grandes monumentos están de más. Con lo pequeño ya te rindes a sus<br />

pies, y crees vivir en el mundo de la perfección. Y esa adrenalina, el misterio<br />

de lo desconocido. Estás acostumbrado a otra cosa. A que todo lo bello<br />

tiene su contracara. Así que sospechas. Crees que la ciudad no puede ser<br />

tan segura como parece. Que no puede ser tan tranquila ni previsible. Algo<br />

debe esconder. Desconfías. Sigues cerrando tus puertas con muchas llaves<br />

y candados. Sigues apretando tu mochila contra tu cuerpo en los buses, y<br />

cada tres minutos compruebas que nadie haya hurgado en tus bolsillos.<br />

Pero tus previsiones fracasan. Lo que ves es. Nadie se mete a tu casa a<br />

robarte, ni te quitan las zapatillas cuando vuelves de un partido, ni te<br />

arrebatan la cadenita de oro del cuello en una estación de metro. Ahí<br />

suspiras. Piensas: está bueno esto. Ya estás enamorado. No caben dudas.<br />

Pero como todo enamoramiento en un instante ya no será lo mismo. Porque<br />

esa maravillosa ciudad también puede y sabe poner trabas, cerrar puertas,<br />

y darte vuelta la cara si se le da la gana. Lentamente, de a poco.<br />

Escucharás alguna frase hiriente en tu contra. Quizás alguna mirada<br />

insidiosa que no se quita de ti; o un comerciante que te atiende mal. De<br />

golpe sentirás que quizás esa ciudad no habla tu mismo idioma, aunque las<br />

palabras sean las mismas. Porque ella es tan bella, tan fascinante, que no<br />

te necesita; que puede ser autosuficiente y bien independiente. Y ahí,<br />

mierda, es donde te enfrentas a la primera gran decisión de tu viaje: si te

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