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cual tú-, ¡Y a mí también!Callaba yo. (Oscuro y tristeen la sombra.) Anochecía...Todo se alumbraba blancamentede un candor fresco y pxiro de celinda.A Machado, la vida sencilla y el sentimiento de tristeza—tristeza que es amor— le permiten eludir la obsesióndel sexo. Reaparece el «bueno es amar; pues ¿cómo dañatanto?» de Boscán. Vuelven las iniciales grabadas en la cortezade los árboles, que son nombres, las cifras que sonfechas, recreada así la vida amena de las Soledades de Góngora,la imagen bucólica de Virgilio: «Tenerisque meos incidereamores arboribus», grabando mis amores en la tiernacorteza de los árboles. Dámaso Alonso transforma el senhmientode las cosas sencillas en poesía existencial. Teme elpoeta que «se sequen ios grandes rosales del día, las tristesazucenas letales» de las noches. Y canta la joven belleza, el«sueño de las dos ciervas», «la ardiente simetría de loslabios» de la amada y «esa ladera que en un álabe dulce sederrama, miel secreta en el humo entredorado». Aleixandre,por su parte, se hace unidad con la amada, con el «cuerpofeliz que fluye entre mis manos», para volar hacia la región«donde nada se olvida».Y con Machado, con Dámaso, con Aleixandre, conPemán, con Cemuda, con Salinas —«el amor es algo espiritual,pero el cuerpo es el evangelio en que se lee»—, conAltolaguirre, con César Vallejo, con León Felipe, con Borges,con Miguel Hernández, con Luis Rosales, la casa encendidade nuestros poetas vivos, la poesía a veces del desconcierto.31

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