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ceniza que sobró a la llama de Quevedo, los diez años desu vida que se llevó «en veloz fuga y sorda el sol ardiente».Es la crónica del desamor, la tristeza acariciada a hurtadillas,sierpe sin cuerpo, por Paul Eluard. Es el «agnosco veterisvestigia flammae» de Virgilio, donde hubo fuego queda rescoldo.Es el temblor de Neruda, que tras escribir el versomás ácido, el más descamado y profundo —«es tan corto elamor y es tan largo el olvido»—, recordará a la amada parasolicitarla desde la melancolía: «Yo soy el que te espera enla estrellada noche, / sobre las playas áureas, sobre lasrubias eras. / El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas. /Tendido entre las hierbas, yo soy el que te espera».EL AMOR A DIOSLas más altas palabras escritas por los poetas en lenguaespañola elevan el amor a lo divino. En la traducción de Elcantar de los cantares, Fray Luis de León, encaramado en lascumbres de la poesía universal, se estremece en cada verso.Teresa de Jesús va más allá y se muere de amor. Es el ansiainfinita y sencilla de ver a Dios, de reposar eternamente enÉl. «Ven, muerte, tan escondida, / que no te sienta verür, /porque el placer del morir / no me vuelva a dar la vida.»Estos versos con antecedente claro en Joan Escrivá se hacencardinales en las Rimas Sacras de Lope, el poeta del amor,que no cede ante Quevedo. Y se convierten en milagro enSan Juan de la Cruz. Sainz Rodríguez, en su Introducción a laHistoria de la Literatura Mística en España, subraya la influenciade Diorüsio Areopagita en el fraile, para quien la perfec-37

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