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Liahona 1994 Agosto - LiahonaSud

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y aprendiera a coser. Solía esconderme bajo las mantas yme hacía la dormida cuando oía a la abuela que preparabael desayuno. Ella me llamaba para que saliera a trabajaren el huerto, pero todas las veces que pude, no lehacía caso y dejaba que el tintineo de las tijeras podadorasy el crujido de los arbustos me arrullaran hasta quedarmedormida otra vez.Me quejaba cuando tenía que trabajar en el huerto,pero llegué a querer a la abuela al hablar con ella amedida que el sol hacía su trayectoria por los cielos. Enel huerto ella no parecía ser tan enérgica y amenazantecomo solía aparentar. Me contó acerca del amor que sentíapor mi abuelo y de que. nunca se dio por vencida através de los años en que él no fue miembro de la Iglesia.Se le humedecieron los ojos y desplegó una sonrisacuando me contó que el día más feliz de su vida habíasido cuando el abuelo había llevado a la familia al templopara ser sellados.El trabajar en el jardín me recuerda de mi abuela y desu fe en el abuelo. Las tijeras podadoras me han dejado lamano acalambrada al podar el frondoso rosal y con cuidadoacomodo las ramas en un montón; una explosión demúsica ensordecedora proveniente de la radio de Juanhacequeme obresalte, pero en un instante vuelve a reinarel silencio. Juan se levantará pronto.Para cuando termino de podar, el sol ya ha salido ysiento su calidez en el rostro; el montón de ramas ha quedadomás alto de lo que esperaba. Traigo las manos y losbrazos llenos de rasguños al tratar de meter las ramas llenasde espinas en una bolsa de basura; traigo las manosensangrentadas porque se me clavaron varías espinas;oigo el canto de un pájaro al arrodillarme en el césped yme pregunto si sienten algo cuando sus crías salen a volarpor primera vez. Siento el corazón tan dolorido como mismanos, y sé que en unos momentos el calor será tanintenso que tendré que entrar en la casa.Oigo el rugido de la motocicleta de Juan; él se va a trabajar,y yo me pongo a descansar un momento. Mis lágrimascaen como gotas de lluvia al verlo partir; luego meacuerdo de la abuela; recuerdo haberla visto injertar unarama de uno de sus más bellos rosales en uno que yaestaba medio muerto. Su voz resuena como lo hizo hacemuchos años: "No perderé este arbusto sin luchar parasalvarlo", me dijo aquella mañana hace tanto, tantotiempo. "Es demasiado valioso para no tratar de salvarlo".El sol se despereza en su lecho en las montañas y mebaña con sus rayos al verme arrodillada ante mi propioarbusto especial. Me pregunto si puedo injertar algunasramas de algunos de los rosales de mi padre en el estérilarbusto que Juan me dio; tal vez de esa manera vuelva aser productivo. Quizás en el jardín de mi padre hayaalgunos rosales que desciendan de los de mi abuela.Cierro los ojos y veo a mi abuela que trabaja industriosamenteen el amanecer del día, cuidando sus fragantesrosas. Me pregunto si algunas personas trataron de convencerlade que las rosas jamás crecerían en el áridosuelo de Idaho. ¿Sugirió alguien alguna vez que el abuelonunca cambiaría durante todos aquellos años que no fuemiembro de la Iglesia? ¿Los escuchó la abuela? ¿O continuótrabajando, orando y esperando?No me interesa que no sea una persona práctica; nome interesa si oramos por milagros que para algunosparezcan irrealizables. Iré al jardín de mi padre y cortaréalgunos vastagos de sus rosales; no abandonaré a mirosal especial. •bibliotecasud.blogspot.com1 ',•?',

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