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Revista de Estudiantes de Filosofía Universidad de Los Andes ISSN 2357-3805

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L a C i c u t a | 42<br />

preparación previa, sin ningún estudio <strong>de</strong> la técnica. La divinidad escoge precisamente a<br />

hombres que no <strong>de</strong>staquen en el arte <strong>de</strong> la composición, para que no quepa duda sobre la<br />

autoría divina. No obstante, el poeta <strong>de</strong>bía tener cierta voluntad para ser raptado y para<br />

ayudar a la divinidad en el proceso <strong>de</strong> su propia salvación (cf. Azara, 1993, pp. LII-LIII y LXIV).<br />

Sin embargo, para Platón el hombre raptado casi siempre era ignorante y carecía <strong>de</strong><br />

conocimiento sobre las reglas <strong>de</strong> la técnica. Por lo tanto, la diferencia entre los conceptos<br />

radica en que en Ficino el poeta obtiene una recompensa y en Platón no:<br />

En el primer caso [el <strong>de</strong> Platón], el poeta no ganaba nada. Era escogido como portavoz <strong>de</strong> una<br />

Verdad que le rebasaba y no entendía. El poema era un modo <strong>de</strong> augurio in<strong>de</strong>scifrable, cuyo<br />

sentido sólo podían <strong>de</strong>svelar los hombres <strong>de</strong> religión y los filósofos. Mientras que en el segundo<br />

caso [el <strong>de</strong> Ficino], el poema «divino» culmina el proceso <strong>de</strong> ascesis, y quien gana no es la<br />

humanidad en abstracto, ilustrada por la voz <strong>de</strong>l poeta poseído, sino el poeta individual que se<br />

salva personalmente. El poeta, el hombre <strong>de</strong> religión y el filósofo son una misma persona (Azara,<br />

1993, p. LXXIV).<br />

En la filosofía ficiniana el filósofo-poeta encuentra la salvación gracias al furor divino,<br />

pues con el arrebato que le produce la locura <strong>de</strong>scubre el camino que lo lleva <strong>de</strong> vuelta al<br />

origen. La poesía como medio expresivo <strong>de</strong> la locura le da los medios para recuperar o<br />

recordar la esencia <strong>de</strong> su ser originario, ya que a través <strong>de</strong>l lenguaje poético se hace posible la<br />

comunicación con lo divino. El filósofo-poeta recobra la memoria gracias al recuerdo <strong>de</strong> la<br />

manifestación divina que la poesía le evoca y es a partir <strong>de</strong> esta reminiscencia que comienza<br />

el camino <strong>de</strong> ascenso. 33 Ahora el alma <strong>de</strong>l hombre es capaz <strong>de</strong> conocer y <strong>de</strong> crearse a sí misma,<br />

pues ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser en potencia para convertirse en acto gracias a la metamorfosis que<br />

produce el acto poético <strong>de</strong>l furor divino. En este punto resulta conveniente retomar la<br />

acepción que Diotima da en el Banquete <strong>de</strong> Poíesis, es <strong>de</strong>cir creación: dice que todo lo que<br />

pasa <strong>de</strong>l no ser al ser es creación, incluso los trabajos realizados en las artes y por los artífices<br />

son llamados creaciones (cf. Banquete, 205 c). Se comienza a vislumbrar la importancia y el<br />

lugar que la poesía y el furor poético ocupaban en la filosofía ficiniana. ¿Qué es lo que crea la<br />

poesía y el poeta en la filosofía platónica <strong>de</strong> Ficino? La libertad y la <strong>de</strong>terminación propia <strong>de</strong>l<br />

33<br />

Para «ver» a Dios es preciso subir los escalones <strong>de</strong> una ascensión que es a un mismo tiempo reconquista y<br />

regeneración interior, un «renacimiento». En consecuencia, el filosofar ficiniano es completa y exclusivamente<br />

una invitación a ver con los ojos <strong>de</strong>l alma el alma <strong>de</strong> las cosas; una exhortación al amor a través <strong>de</strong>l relato <strong>de</strong> una<br />

experiencia personal a imitar; una instigación a sumergirse en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la propia alma porque todo<br />

<strong>de</strong>viene mucho más claro en el seno <strong>de</strong> la luz interior. De ahí un proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> figuras reduciendo la corpulencia<br />

<strong>de</strong>l dato empírico al refinamiento <strong>de</strong> una bella imagen, aunque traduciendo siempre lo abstracto con lo concreto,<br />

lo estático y muerto con lo vivo y personal. Garin, p. 152.

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