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20<br />
a su casa por la madrugada; pocas veces amanecía<br />
junto al carpintero. Con la excusa <strong>de</strong> tener encargos<br />
que entregar al día siguiente prefería estar en su casa<br />
para recibir el día; aprovechaba la oscuridad para que<br />
no la vieran salir <strong>de</strong>l astillero, aunque en el puerto los<br />
rumores son como la sal en el mar.<br />
― Nos vemos mañana.<br />
― Hay algo que <strong>de</strong>bes saber, Irene. Me voy <strong>de</strong>l<br />
puerto en un par <strong>de</strong> días.<br />
― ¿Por qué, Arón?<br />
― Me ofrecieron trabajo en la ciudad y quiero tomarlo.<br />
Creo que es lo mejor.<br />
― ¿Y yo?, ya no podré verte.<br />
― Tienes a tu esposo; a<strong>de</strong>más seguramente llegará<br />
otro encargado <strong>de</strong>l astillero.<br />
― ¿Entonces mañana ya no estarás?<br />
― Si quieres pue<strong>de</strong>s venir.<br />
En la última noche, Irene y Arón <strong>de</strong>spertaron<br />
juntos al nacer el día. Unos nubarrones oscuros revestían<br />
el cielo; la lluvia <strong>de</strong>jaba caer sus primeras gotas<br />
hume<strong>de</strong>ciendo el viento. Panes <strong>de</strong> coco y huevos con<br />
tocino fue el <strong>de</strong>sayuno que compartieron; el café<br />
caliente les ayudaba a combatir el viento que se tornaba<br />
más frío. El aguacero arreció con rapi<strong>de</strong>z, y como<br />
amenazaba volverse más violento, Irene se <strong>de</strong>spidió<br />
<strong>de</strong> él con besos tibios y atravesó la lluvia hasta llegar<br />
a casa. Una vez guarecida, se <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> sus ropas<br />
empapadas, tomó un baño y se recostó, olvidándose<br />
en los rugidos <strong>de</strong> la lluvia convertida en tormenta.<br />
Los truenos que partían el cielo le hicieron recordar a<br />
Ricardo; se inquietó por el hecho <strong>de</strong> saberlo en<br />
altamar y la preocupación le erizó el cuerpo. Pensando<br />
en él cayó dormida. La centella <strong>de</strong> un trueno la<br />
<strong>de</strong>spertó; asomándose por el umbral vio muros <strong>de</strong><br />
agua que ascendían <strong>de</strong>l mar al cielo oscuro y revuelto<br />
<strong>de</strong> relámpagos; el viento aullaba lastimando sus<br />
oídos. La corriente eléctrica se había cortado mientras<br />
dormía; con veladoras combatió la penumbra. Iba y<br />
venía <strong>de</strong> un lado a otro como un pez atrapado en una<br />
estrecha pecera. El agua entró en la casa sin po<strong>de</strong>r<br />
evitarlo; levantó <strong>de</strong>l suelo lo que pudiese mojarse y<br />
guardó lo que podía don<strong>de</strong> mejor se protegieran las<br />
cosas. Sin po<strong>de</strong>r hacer más, Irene se mecía en su<br />
hamaca; suspendida por los hilos y en el vaivén <strong>de</strong> su<br />
balanceo extrañó a Ricardo. Arrullada por el viento,<br />
la tormenta, al ritmo <strong>de</strong> la hamaca, volvió a dormir.<br />
Su casa estaba invadida por el agua cuando<br />
<strong>de</strong>spertó al siguiente día. Tendió ropas, zapatos y<br />
mantas que por <strong>de</strong>scuido el agua empapó; la cali<strong>de</strong>z<br />
solar aún era tierna. El océano había olvidado su<br />
bravura y parecía un animal en reposo. Irene se<br />
<strong>de</strong>dicó a secar los suelos con jergas y trapeadores,<br />
comprobó el retorno <strong>de</strong> la energía al encen<strong>de</strong>r la radio<br />
y aprovechó limpiar también la nevera. Entre bolero<br />
y bolero se anunciaban noticias sobre el clima y los<br />
efectos <strong>de</strong> la tormenta pasada. Después <strong>de</strong> una<br />
canción <strong>de</strong> amor sin correspon<strong>de</strong>r, mientras Irene<br />
embolsaba la basura <strong>de</strong> la nevera, informaron sobre el<br />
hundimiento <strong>de</strong>l buque <strong>de</strong> la compañía pesquera.<br />
Decían que durante la tormenta la comunicación se<br />
había interrumpido; una avioneta <strong>de</strong> la misma empresa<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy temprano salió en su búsqueda, siguió<br />
las últimas coor<strong>de</strong>nadas recibidas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el buque. No<br />
hallaron nada. Un frío <strong>de</strong>scendió por la espalda <strong>de</strong><br />
Irene <strong>de</strong>jándola inmóvil; apenas escuchaba el murmurar<br />
<strong>de</strong> la marea; una mano <strong>de</strong>scendió a su vientre<br />
amenazado por los cólicos <strong>de</strong> su período, en la otra<br />
aún sostenía los peces podridos.