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“EL AMO DE<br />
LAS BRUJAS”<br />
PEQUEÑOS RELATOS DE TERROR<br />
CON SILVIA MOLDERO<br />
En una aldea alejada, cubierta de bosques frondosos, la<br />
tragedia se cebaba con sus habitantes. Tres niños de la comunidad<br />
habían desaparecido en menos de dos meses sin dejar rastro<br />
alguno. <strong>El</strong> Padre Juan echa la culpa a 5 mujeres viudas que vivían<br />
en una cabaña junto al arrolló. Obsesionado que sus arimañas<br />
curanderas y deshacedoras de los líos de la gente, empachos, tristezas<br />
y mal de amores... Marchaban dichas hembras por el monte<br />
en las noches de luna para conjurar con el diablo, después de<br />
haber bebido y comido de ciertas plantas, se despojaron de toda<br />
ropa, quedándose en cueros, mientras bailaban al fuego eterno<br />
del mismo infierno y fornicar entre ellas, con pobres hombres hechizados<br />
o con animales, según las malas lenguas. <strong>El</strong>las, eran las<br />
causantes de los horrores de las úlimas fechas.<br />
Lo que realmente le corroía al sacerdote y las maldecía<br />
constantemente era por un deseo carnal sobre aquellas cinco infelices,<br />
la soledad de sus votos, sus hermosos cuerpos y aquellas<br />
voces sinuosas que las mujeres susurraban en extraños cánicos,<br />
hacían que el cura tuviera pensamientos lascivos y perversos<br />
sobre ellas. Y provisto de su jofaina de agua bendita, en las vísperas<br />
de Todos Los Santos, paseaba su rosario con aspavientos<br />
por las puertas de las casas, haciendo la señal de la cruz y gritando:<br />
- ¡Creed en <strong>El</strong> todopoderoso! ¡Arrodillaros ante Dios! ¡No<br />
sucumbáis al pecado o arderéis en el infierno! ¡No miréis a estas<br />
mujeres a los ojos! ¡Quemar a las brujas devora niños!<br />
las pes<br />
Freddy<br />
mientras observaba la dantesca escena. Los pucheros hervían<br />
sangre y pequeños trozos infaniles de carne sobresalían de aquel<br />
horrendo puchero. Quiso gritar, horrorizado, pero en lo más profundo<br />
de su ser... no quería hacerlo.<br />
Mientras, excitado, babeaba en un extasié de lujuria, los<br />
ojos brillantes y rojos de una besia, se deslumbraban en la oscuridad<br />
de la noche.Las brujas, se apartaron en reverencias gemidas.<br />
Y ya no pudo moverse del espantoso miedo... Ante él, casi<br />
sin percatarse, el cuerpo de un varón desnudo, alto y robusto<br />
como un toro, con los cuernos retorcidos de un macho cabrío y<br />
unas largas pezuñas, sonreirá sarcásicamente.<br />
La voz del diablo atronó su mente. -¡Eres mi siervo, pues<br />
hombre eres, POSTRATE ANTE MI!. -Mírate - dijo y río nuevamente,<br />
con una risa espeluznante que atronaba su débil mente.<br />
-Yo te perdono! -Alzando sus manos al cielo el engendro. Y la habilidad<br />
de una de las mujeres seccionó su yugular con la hoja de<br />
una hoz afilada entre fuertes risas. Todos bebieron de su sangre<br />
como fieras hambrientas... Mientras se apagaba, su vida, como<br />
la luz de su viejo candil... Disipándose entre las sombras. Los lobos<br />
aullaban, la luna se cubrió de un manto oscuro y nadie volvió a<br />
ver al párroco de la aldea.<br />
Aquellas gentes, temía al casigo divino casi más que a<br />
las concubinas de Satán. La mayoría pensaba que la lujuria era<br />
una maldición. Por lo tanto, lo mejor era confesar rápidamente<br />
los pecados. Y alegarse del maligno. Protegerse y proteged sus<br />
casas ante el mismísimo diablo. La cuesión era temer, como si<br />
un miedo espantase al otro. Pobres ingenuos, habitantes ignorantes.<br />
Aquella misma noche... Mientras el párroco dormía plácidamente<br />
en su choza. Una delicada brisa le despertó... Unas<br />
voces femeninas lo atraían hacia la puerta. -Ven. Te necesitamos...<br />
Acude a nosotras... amo... nuestro amo... -Con voz sensual y sigilosa.<br />
<strong>El</strong> padre Juan, se dispuso a salir acompañado de un candil,<br />
atraído extrañamente por aquellas voces tan eróicas. Se adentró<br />
entre los espesos árboles y junto a la cueva llamada " <strong>El</strong> vientre<br />
del diablo" la noche, ayudada por la flamante luna de octubre,<br />
iluminaba misteriosamente, un claro del bosque. Allí, justo allí<br />
mismo y no en ningún otro lugar... encontró la pecaminosa escena.<br />
La luna, era... inmensamente grande y cinco bellas hembras<br />
bailaban y reían como dios las trajo al mundo. Quedo hipnoizado<br />
observando lo que tenía ante él, se arrodillo y suplico a<br />
los cielos que el diablo no lo llevara con él. Mientras las mujeres<br />
lo agarraban de su camisón sentándolo ante la lumbre. <strong>El</strong> párroco<br />
enloquecía entre delirios y alucinaciones con los cánicos mágicos<br />
y sus pecaminosos cuerpos desnudos frotándose contra el suyo,<br />
43<br />
Solo las campanas de la ermita doblaron durante días.<br />
Como un lamento perdido entre las montañas arcaicas de aquella<br />
comarca. Hasta que, transcurridos unos meses, un joven cura<br />
llego a la aldea. Dice que 5 mujeres viudas del pueblo siempre visitan<br />
la ermita. Fieles leales al cura, y que se escuchan misas nocturnas<br />
y cánicos extraños en su interior. Se contaba, entre<br />
temerosos susurros, que todas quedaron preñadas a la vez y que<br />
la aldea poco a poco quedo en el olvido. Solo los descendientes<br />
de dichas mujeres habitan la aldea. Y que se perdió su ubicación<br />
exacta...<br />
Solo se conoce una cueva, llamada "<strong>El</strong> vientre del diablo"<br />
de la cual, los pastores de la zona que se atreven a pasar<br />
cerca de ella, cuentan, que cuando se aproxima las vísperas De<br />
los Todos Los Santos, el viento, suilmente, penetra entre las paredes<br />
húmedas y oscuras de aquel agujero siniestro, y se escucha,<br />
lo que parece ser, el lamento angusiado de un hombre desgarrado.<br />
Solo el viento otoñal de los bosques, los árboles majestuosos<br />
de antaño y aquella inquietante cueva... parecen ser, los<br />
únicos tesigos que quedan, de que en un momento del iempo...<br />
el amo de las brujas, hábito en esas ierras, nada más, ningún<br />
vesigio vivo, de lo que pudo ocurrirle aquel cura lascivo. <strong>El</strong> silencio,<br />
y aquel claro en la espesura de los montes, siguen dando<br />
escalofríos. Como si el iempo, se hubiera detenido, en aquel angosto<br />
lugar.<br />
ESCRITO POR SILVIA MOLDERO