El imaginario de la novela selvática en la obra de Arturo D. Hernández

espoleándola con violencia. Era un monstruo negro y peludo cuyos ojos ardían como dos
ascuas centelleantes 93 .
Es con la llegada de los primeros misioneros españoles que aparece esta leyenda: la relación
prohibida de la mujer con el sacerdote crea un problema para las buenas costumbres, las reglas
cristianas. La criatura híbrida que es la runa-mula puede simbolizar la monstruosidad del pecado,
la materalización física del adulterio. El “todos sabemos” que normalemente anuncia verdades
generales, aquí sirve para acentuar el poder agrupador de la superstición. Para el pueblo, lo que se
cuenta forma parte de la realidad, pero el lector sabe, gracias a los “comentarios” del narrador (y
también de Sangama acerca de la gente supersticiosa que lo relaciona todo con el diablo), que se
trata del producto de la imaginación, que tiene un efecto bola de nieve. Lo que parece menos claro
es saber hasta qué punto Don Bruno cree en lo que supuestamente vio. Esa leyenda animaliza a la
mujer pecadora, y se dirige sólo a ella, quien es la única en ser castigada, y además por el Diablo,
del cual tenemos otro retrato.
Aquí, lejos de parecerse a un humano aristocrático y con ropa, el Diablo es una criatura de
pesadilla: parece un cuento de horror, una ficción para asustar al público. Y a continuación
podemos averiguar que funciona:
No fueron precisos muchos esfuerzos para que el pueblo se decidiera a consumar esa
inmolación, que les evitaría tanta calamidad, librándoles de la terrible maldición que
pesaba sobre Santa Inés. Los tranquilos e ingenuos lugareños sufrieron una transformación
radical: se pintaron estrafalariamente el rostro con achiote, el tinte que aleja los espíritus
malignos; y de mansos corderos, convirtiéronse en apocalípticas fieras vengadoras 94 .
El tono del narrador se torna casi irónico cuando se refiere a la amenaza que constituye la
supuesta runa-mula. Podría reflejar la opinión del autor acerca de esta leyenda un poco anticuada
que sigue existiendo en el imaginario social de la región, en las mentes de dichos “ingenuos
lugareños”. Entonces lo que se convierte en verdadero cuento de horror es la metamorfosis de los
habitantes puritanos y crédulos hasta el exceso, preparados al crimen, bajo el efecto de un
desmesurado miedo. El narrador parece criticar su comportamiento salvaje mediante el proceso de
animalización y exageración irónica simultáneos (“apocalípticas fieras vengadoras”). Grupos
nominales como “supersticioso terror” (p. 50), “gente enfurecida por la superstición” (p. 55),
93 Ibid., p. 50.
94 HERNÁNDEZ, Arturo Demetrio, Sangama: novela de la selva amazónica, op. cit., p. 50-51.
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