Ayuda, estoy aquí abajo

SELECCIONES
Durante cinco largos días, la familia de Yannick (su hermano, David; su padre,
Georges, y su madre, Georgette, de izquierda a derecha) esperó noticias de su rescate.
señal, ni siquiera cuando se pone de
pie, con sus 1.80 metros de estatura, y
agita el aparato sobre su cabeza.
Recuerda el servicio militar obligatorio
que realizó hace más de 20 años
y conserva la calma. Palpa la pared de
la grieta buscando una forma de escalar
para poder salir. Parece imposible:
está resbaladiza por el hielo y la nieve
derretida, y llena de bordes tan filosos
que cortan sus dedos.
—¡Ayuda! —grita desesperado—.
¡Estoy aquí abajo!
Nadie contesta.
Yannick sabe que su auto es el único
en el estacionamiento y seguramente
no hay nadie más en la zona. Tendrá
que rascarse con sus propias uñas.
Se pone la camiseta seca que llevaba
en la mochila y la chaqueta; coloca los
brazos a su alrededor. La luz empieza
a desaparecer y, en mayo, eso significa
que son cerca de las 20:30.
Levanta la capucha de su chaqueta
y se hace un ovillo; sus botas se apoyan
en un extremo de la saliente y su
cabeza, cuello y hombros, en el otro.
Mientras se duerme, se pregunta:
¿Cuándo empezaran a buscarme?
Lleva 10 horas fuera de casa.
SÁBADO, 21 DE MAYO. Georges
Niez y su esposa, Georgette, están en el
comedor de su casa. Georges mira por
la ventana: no está el auto de su hijo.
—¿Llegó anoche?— pregunta.
El maquinista jubilado, de 68 años,
no está preocupado. Yannick suele
irse un día o dos sin avisar. Georgette,
de 64, llama a la puerta de la habitación
de su hijo. Como nadie responde,
echa un vistazo.
—No llegó a dormir —dice ella, intentando
esconder su preocupación.
Empieza a hacer dos maletas para
un viaje en tren que harán a la mañana