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SECCIÓN DE LIBROS<br />
<strong>El</strong><br />
<strong>encantador</strong><br />
<strong>de</strong> <strong>elefantes</strong><br />
TOMADO DEL LIBRO<br />
THE ELEPHANT WHISPERER:<br />
MY LIFE WITH THE HERD IN<br />
THE AFRICAN WILD<br />
Nana, con su bebé<br />
a su lado, empuja<br />
cariñosamente<br />
a Lawrence.
ESPECIAL<br />
DE LA TIERRA<br />
Lawrence Anthony administró una reserva en África<br />
durante 15 años. Esta es su experiencia con la manada.<br />
LAWRENCE ANTHONY
SELECCIONES <br />
LA RESERVA DE CAZA EN la que vivía se llamaba Thula<br />
Thula; abarcaba más <strong>de</strong> 2,000 hectáreas <strong>de</strong> selva virgen<br />
en el corazón <strong>de</strong> Zululandia, Sudáfrica. Hace tiempo, los<br />
<strong>elefantes</strong> solían andar en libertad por aquí. Ya no.<br />
Muchos zulúes <strong>de</strong> áreas rurales jamás han visto uno.<br />
Un día sonó el teléfono. Era Marion Garai, <strong>de</strong> la Asociación <strong>de</strong><br />
Administradores y Propietarios <strong>de</strong> <strong>El</strong>efantes. Fue directo al grano.<br />
Sabía que habíamos comprado el viejo campamento <strong>de</strong> cazadores<br />
el año anterior y que ahora trabajábamos con la población local<br />
para generar conciencia sobre la conservación <strong>de</strong> las especies. Y…<br />
se preguntaba… ¿me interesaría adoptar una manada <strong>de</strong> <strong>elefantes</strong>?<br />
Teníamos varias especies endémicas<br />
en la reserva: rinocerontes blancos,<br />
búfalos cafre, leopardos, jirafas,<br />
cebras, antílopes. Pero <strong>elefantes</strong> no.<br />
Y ahora me ofrecían toda una familia.<br />
Solo había un problema, me explicó<br />
Garai. A estos pequeños se les consi<strong>de</strong>raba<br />
“problemáticos”. Tendían a<br />
escaparse <strong>de</strong> las reservas; los dueños<br />
actuales querían <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> ellos<br />
y si nosotros no los aceptábamos… lo<br />
harían a tiros. Con los nueve.<br />
¿Cómo que son “problemáticos”?<br />
“La matriarca es una escapista y<br />
atraviesa cercas electrificadas”, me<br />
contó Garai. “Ha aprendido a abrir<br />
cerrojos con los colmillos; también los<br />
usa para torcer el alambre hasta romperlo<br />
o, simplemente, resiste el dolor<br />
y traspasa la reja a la fuerza”.<br />
Me imaginé a una bestia <strong>de</strong> 4.5 toneladas<br />
soportando una atroz <strong>de</strong>scarga<br />
<strong>de</strong> 8 kilovatios por todo su cuerpo a<br />
propósito. Hay que tener agallas.<br />
Quizá <strong>de</strong>bí haber dicho que no.<br />
Pero siempre he adorado a los <strong>elefantes</strong>.<br />
No solo son los animales terrestres<br />
más gran<strong>de</strong>s y nobles, sino que<br />
a<strong>de</strong>más simbolizan la majestuosidad<br />
<strong>de</strong> África. Y <strong>de</strong> pronto me ofrecían mi<br />
propia manada. ¿Tendría otra oportunidad<br />
como esta alguna vez?<br />
“Sí”, respondí. “Los acepto”.<br />
Tenía dos semanas para recibirlos o<br />
no habría trato: los matarían. En ese<br />
lapso había que reparar y electrificar<br />
32 kilómetros <strong>de</strong> cercado para animales<br />
gran<strong>de</strong>s y construir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cero un<br />
boma (corral) <strong>de</strong> cuarentena lo suficientemente<br />
fuerte como para retener<br />
a la criatura más po<strong>de</strong>rosa sobre la faz<br />
<strong>de</strong> la Tierra.<br />
Llamé por radio a mis dos hombres<br />
<strong>de</strong> confianza: David, joven <strong>de</strong> 19 años,<br />
amigo <strong>de</strong> la familia, y Ndonga, exmilitar<br />
al mando <strong>de</strong> mis guardias ovambo.<br />
“Me regalaron una manada <strong>de</strong> <strong>elefantes</strong>,<br />
aunque son algo traviesos”, les dije.<br />
FOTO DE LA PORTADILLA ANTERIOR: SUKI DHANDA/CAMERA PRESS/REDUX
Me di cuenta <strong>de</strong> que ambos estaban<br />
tan preocupados como yo, pero también<br />
entusiasmados. Corrimos la voz<br />
<strong>de</strong> que necesitábamos trabajadores.<br />
Y, a fin <strong>de</strong> mantener a los caciques<br />
locales <strong>de</strong> nuestro lado, me entrevisté<br />
con ellos para explicarles lo que planeábamos<br />
hacer. Afortunadamente<br />
me acompañó mi esposa. Françoise<br />
<strong>de</strong>splegó su encanto francés para<br />
convencerlos <strong>de</strong> que no había ningún<br />
riesgo mayor y, así, los jefes locales<br />
aprobaron el plan.<br />
ERAN PROBLEMÁTICOS<br />
Y SUS DUEÑOS QUERÍAN<br />
DESHACERSE DE ELLOS.<br />
SI NOSOTROS NO LOS<br />
QUERÍAMOS, MATARÍAN<br />
A TODA LA MANADA.<br />
Contratamos a 70 obreros y, al son<br />
<strong>de</strong> canciones marciales, las cuadrillas<br />
empezaron a trabajar. Construían<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salía el Sol hasta que se<br />
ponía, todos los días. Era un trabajo<br />
agotador, sudoroso y sucio, a temperaturas<br />
que llegaban a los 43 grados.<br />
Aun así, kilómetro tras tortuoso kilómetro,<br />
la cerca electrificada se erigió.<br />
Edificar el boma fue igual <strong>de</strong> extenuante.<br />
Medimos 92 metros cuadrados<br />
<strong>de</strong> selva virgen y cementamos<br />
postes <strong>de</strong> eucalipto <strong>de</strong> 2.7 metros <strong>de</strong><br />
alto cada 11 metros sobre cimientos<br />
<strong>de</strong> concreto. Luego, colocamos la reja<br />
en los postes, así como cables <strong>de</strong>l grosor<br />
<strong>de</strong>l pulgar <strong>de</strong> un hombre; fijamos<br />
los extremos a una Land Rover y aceleramos<br />
para tensarlos bien.<br />
<strong>El</strong>ectrificar la valla fue fácil. Pusimos<br />
cuatro cables para la fase en los<br />
postes; dos electrificadores alimentados<br />
con baterías <strong>de</strong> automóvil suministraban<br />
la corriente. La <strong>de</strong>scarga<br />
<strong>de</strong> 8 kilovatios sería brutal y dolorosa<br />
para los <strong>elefantes</strong>, pero no los mataría.<br />
Lo comprobé, sin querer, al tocar<br />
los cables por acci<strong>de</strong>nte, para diversión<br />
<strong>de</strong> los trabajadores. La electricidad<br />
te entume y te hace temblar;<br />
a menos que te sueltes rápidamente,<br />
caes sentado porque se te doblan las<br />
piernas. Lo único bueno es que te recuperas<br />
enseguida y pue<strong>de</strong>s reírte.<br />
Una vez levantada la cerca, había<br />
que talar los árboles que los <strong>elefantes</strong><br />
pudieran lanzar contra ella, pues <strong>de</strong><br />
esa manera cortarían la corriente.<br />
<strong>El</strong> plazo <strong>de</strong> dos semanas pasó en un<br />
abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />
no habíamos terminado. Telefoneé;<br />
conseguí algo <strong>de</strong> tiempo adicional.<br />
Sin embargo, un día recibí la llamada<br />
que temía. La manada había escapado<br />
otra vez. En ese instante, estaban subiendo<br />
a los animales a un tráiler y<br />
llegarían a Thula Thula en 18 horas.<br />
¡Estuvo cerca!<br />
LOS ZULÚES, que viven <strong>de</strong> la tierra,<br />
dicen que si llueve en una<br />
inauguración, el acontecimiento<br />
será ben<strong>de</strong>cido. La lluvia es vida. Pero<br />
no llovió, no: el cielo se rompió y cayó
SELECCIONES <br />
un torrente. Para cuando el camión<br />
llegó a las afueras <strong>de</strong> Thula Thula<br />
envuelto en una espesa oscuridad, el<br />
diluvio había convertido los caminos<br />
sin pavimentar en ríos <strong>de</strong> lodo.<br />
Abríamos el portón <strong>de</strong> la reserva<br />
cuando estalló un neumático; el caucho<br />
reforzado explotó y sonó como un<br />
disparo. Los <strong>elefantes</strong> se sobresaltaron<br />
y empezaron a golpear el interior<br />
<strong>de</strong>l tráiler, como si fuera un enorme<br />
tambor, mientras las cuadrillas trabajaban<br />
a toda máquina para cambiar la<br />
rueda averiada.<br />
“¡Parece el Parque Jurásico!”, exclamó<br />
Françoise. Nos reímos, aunque<br />
no precisamente <strong>de</strong> gusto.<br />
Françoise y yo nos conocimos en<br />
Londres, en 1987. Fuimos a un club<br />
<strong>de</strong> jazz don<strong>de</strong> pasé casi toda la noche<br />
hablándole <strong>de</strong> la magia <strong>de</strong> África… fue<br />
fácil hacerlo en pleno invierno inglés.<br />
Y aquí estábamos 12 años <strong>de</strong>spués, en<br />
medio <strong>de</strong> la selva, empapados, forcejeando<br />
con el neumático <strong>de</strong> un camión<br />
enlodado lleno <strong>de</strong> <strong>elefantes</strong>. No<br />
recuerdo haber mencionado que algo<br />
así podía suce<strong>de</strong>r mientras <strong>de</strong>rrochaba<br />
encanto en esa primera cita.<br />
Apenas habían logrado asegurar el<br />
neumático cuando el camión resbaló<br />
unos metros y se hundió en un lodo<br />
pegajoso. Las ruedas giraban y escupían<br />
barro por doquier. De nada sirvieron<br />
las maldiciones, las patadas o las<br />
ramas embutidas. La manada estaba<br />
cada vez más agitada.<br />
Afortunadamente, en un arranque<br />
<strong>de</strong> frustración, el conductor metió<br />
reversa y, <strong>de</strong> alguna forma, logró que<br />
el tráiler patinara fuera <strong>de</strong>l lodazal y<br />
saliera <strong>de</strong> la vía grasienta. Esquivó las<br />
espinas <strong>de</strong> los matorrales que podían<br />
hacer jirones los neumáticos; <strong>de</strong>slizó<br />
el vehículo más allá <strong>de</strong> los inmensos<br />
montículos <strong>de</strong> termitas y llegó, no sé<br />
cómo, al boma.<br />
<strong>El</strong> siguiente problema fue hacer<br />
que los animales bajaran <strong>de</strong>l camión.<br />
Tuvimos que cavar una zanja<br />
UN MARTILLEO ME<br />
DESPERTÓ. ABRÍ LOS<br />
OJOS. LUEGO OÍ GRITOS.<br />
“¡LOS ELEFANTES SE<br />
ESCAPARON DEL BOMA!<br />
¡SE FUERON!”. SALTÉ DE<br />
LA CAMA.<br />
para que el piso <strong>de</strong>l tráiler estuviera<br />
a ras <strong>de</strong>l suelo. Pero la zanja se había<br />
convertido en un agujero pantanoso<br />
inundado, y, cuando retrocedimos,<br />
la puerta corrediza <strong>de</strong>l vehículo se<br />
atascó en el barro. Eran las 2 <strong>de</strong> una<br />
noche oscura. La lluvia, espesa como<br />
una manta, seguía cayendo.<br />
Armados con palas, nos <strong>de</strong>slizamos<br />
en el lodo y abrimos a golpes una ranura<br />
para la puerta. Nos hicimos a un<br />
lado; por fin estábamos listos para liberar<br />
a los animales en su nuevo hogar.<br />
Pero, antes, nuestro veterinario<br />
<strong>de</strong>cidió aplicar un sedante suave, con<br />
una jeringa <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> una vara, a
FOTO: CORTESÍA DE MACMILLAN PUBLISHING GROUP<br />
Lawrence y Françoise se conocieron en<br />
1987. Aquí con su perro, Bijou.<br />
la manada. Se trepó al tráiler y David<br />
saltó para ayudarle.<br />
Cuando David llegó al techo, una<br />
trompa se escabulló por las rejillas <strong>de</strong><br />
la capota, rápida como una serpiente,<br />
e intentó asirlo <strong>de</strong>l tobillo; él saltó hacia<br />
atrás para esquivarla. De agarrarlo,<br />
le habría provocado una muerte horripilante.<br />
Así <strong>de</strong> sencillo.<br />
Por suerte, todo salió bien. Tan<br />
pronto como se aplicaron las inyecciones,<br />
abrieron la puerta y salió la<br />
matriarca. Pisó tierra en Thula Thula<br />
para convertirse en la primera elefanta<br />
silvestre en la zona en casi un siglo.<br />
Otros seis le siguieron: el bebé macho<br />
<strong>de</strong> la matriarca, tres hembras, un<br />
macho <strong>de</strong> 11 años y otro <strong>de</strong> 15. Este último<br />
caminó unos pocos metros, giró<br />
la cabeza y nos miró fijamente. Luego,<br />
irguió las orejas, lanzó un bramido<br />
agudo <strong>de</strong> rabia, dio media vuelta y nos<br />
embistió. Frenó justo antes <strong>de</strong> estrellarse<br />
contra la reja que nos separaba.<br />
No pu<strong>de</strong> más que sonreír <strong>de</strong> admiración.<br />
Apenas era un adolescente y ya<br />
<strong>de</strong>fendía a su familia. De inmediato,<br />
David lo bautizó Mnumzane, que en<br />
zulú significa “don”.<br />
A la matriarca la llamamos Nana; a<br />
la segunda hembra al mando, la más<br />
belicosa, la nombramos Frankie, en<br />
honor a Françoise.<br />
Nana reunió a su clan, se acercó<br />
corriendo a la cerca, estiró la trompa<br />
y tocó los cables eléctricos. Los 8 kilovatios<br />
sacudieron su cuerpo entero.<br />
Retrocedió al instante. Luego, con su<br />
familia atrás, recorrió todo el perímetro<br />
<strong>de</strong>l boma, con la trompa encogida a<br />
centímetros <strong>de</strong>l cableado para sentir la<br />
corriente y encontrar un punto débil.<br />
Yo la observaba; apenas si podía<br />
respirar. Completó su inspección y al<br />
oler el abreva<strong>de</strong>ro, llevó a su manada<br />
hacia allá para beber agua.<br />
<strong>El</strong> problema con el boma es <strong>de</strong>cidir<br />
cuánto tiempo <strong>de</strong>jar a los animales<br />
<strong>de</strong>ntro. Muy poco y no apren<strong>de</strong>n a<br />
temer la cerca eléctrica; <strong>de</strong>masiado<br />
y compren<strong>de</strong>n que es posible soportar<br />
los agónicos segundos que toma<br />
romperla. En cuanto esto suce<strong>de</strong>, la<br />
corriente no los vuelve a asustar.<br />
Luego <strong>de</strong> correr los cerrojos <strong>de</strong>l<br />
portón, todos nos retiramos <strong>de</strong>l boma<br />
salvo por dos guardias que vigilarían<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos. Cuando nos íbamos noté<br />
que los <strong>elefantes</strong> se alinearon viendo
SELECCIONES <br />
hacia el norte, la dirección <strong>de</strong> su antiguo<br />
hogar, como si sus brújulas internas<br />
les indicaran algo. Me pareció que<br />
era un presagio. Me fui a la cama con<br />
un mal presentimiento.<br />
Contra el tiempo<br />
UN MARTILLEO repicaba en<br />
mi cabeza. Parpa<strong>de</strong>é y abrí<br />
los ojos. Luego oí gritos. Era<br />
Ndonga. “Los <strong>elefantes</strong> se escaparon<br />
<strong>de</strong>l boma. ¡Se fueron!”.<br />
Salté <strong>de</strong> la cama. Françoise también<br />
se <strong>de</strong>spertó. “Ya voy. ¡Espera!”,<br />
grité empujando la puerta al jardín.<br />
Ndonga, perturbado, estaba parado<br />
afuera. “Las dos más gran<strong>de</strong>s<br />
se pusieron a empujar el árbol”, me<br />
informó. “Trabajaron en equipo, lo<br />
sacudieron hasta que lo tiraron sobre<br />
la cerca. Hubo un corto y los animales<br />
salieron. Así <strong>de</strong> fácil”.<br />
“¿Qué árbol?”, pregunté.<br />
“<strong>El</strong> tamboti. <strong>El</strong> que todos <strong>de</strong>cían que<br />
era muy gran<strong>de</strong> para ser <strong>de</strong>rribado”.<br />
<strong>El</strong> árbol medía 9 metros <strong>de</strong> alto y<br />
seguramente pesaba varias toneladas.<br />
Sin embargo, Nana y Frankie <strong>de</strong>dujeron<br />
que si trabajaban juntas podrían<br />
tumbarlo. Definitivamente, estos animales<br />
eran algo fuera <strong>de</strong> lo común.<br />
La manada iba en estampida hacia<br />
la reja. Si <strong>de</strong>rribaban esa barrera, pisotearían<br />
los caseríos <strong>de</strong>sperdigados<br />
en las afueras <strong>de</strong> Thula Thula. Corrí<br />
al cuarto <strong>de</strong> David, al otro lado <strong>de</strong>l jardín.<br />
“Despierta a todos. Los <strong>elefantes</strong><br />
se escaparon. Tenemos que encontrarlos…<br />
¡pronto!”.<br />
A los pocos minutos tenía un grupo<br />
<strong>de</strong> búsqueda listo. La parte superior<br />
<strong>de</strong>l árbol se había caído. Parecía como<br />
si una división <strong>de</strong> tanques hubiera<br />
arrasado la reja.<br />
<strong>El</strong> guardia ovambo señaló el rumbo<br />
que tomó la manada. Corrimos tras<br />
ellos, siguiendo el rastro hasta los límites<br />
<strong>de</strong> la reserva. Llegamos <strong>de</strong>masiado<br />
tar<strong>de</strong>. La valla estaba <strong>de</strong>rribada<br />
y los animales prófugos.<br />
A juzgar por las huellas, los <strong>elefantes</strong><br />
llegaron a la reja <strong>de</strong> 2.5 metros <strong>de</strong><br />
alto, dieron vueltas un rato y regresaron<br />
a la reserva hasta que, increíblemente,<br />
encontraron el electrificador.<br />
Nos <strong>de</strong>sconcertó que supieran que ese<br />
pequeño e insulso dispositivo, escondido<br />
entre la maleza a 800 metros <strong>de</strong><br />
distancia, era la fuente <strong>de</strong> la corriente.<br />
Pero lo intuyeron y lo pisotearon<br />
como a una lata antes <strong>de</strong> regresar a los<br />
límites <strong>de</strong> la reserva, don<strong>de</strong> los cables<br />
estaban muertos. Entonces sacaron<br />
los postes encementados <strong>de</strong>l suelo<br />
como si fueran palillos <strong>de</strong> fósforos.<br />
Su rastro se dirigía al norte. No había<br />
duda: iban a casa, al único hogar<br />
que conocían, a casi 1,000 kilómetros,<br />
don<strong>de</strong> seguramente los matarían… si<br />
los guardias o los cazadores furtivos<br />
no los encontraban antes.<br />
Al amanecer, un conductor divisó<br />
a la manada por la carretera, a unos<br />
5 kilómetros <strong>de</strong> ahí. Vio la cerca <strong>de</strong>strozada,<br />
mantuvo la calma y nos llamó<br />
para darnos información actualizada.<br />
La persecución estaba en marcha.<br />
Apenas habíamos salido <strong>de</strong> la reserva
Frankie, con el bebé Ilanga a su lado, guía a las jóvenes Mabula y Marula.<br />
FOTO: B. MARQUES/CORTESÍA DE MACMILLAN PUBLISHING GROUP<br />
cuando vimos a un grupo <strong>de</strong> hombres<br />
estacionados en el camino, con equipo<br />
<strong>de</strong> caza y armados hasta los dientes.<br />
No podían escon<strong>de</strong>r su emoción.<br />
Detuve el Land Rover y me bajé.<br />
“¿Qué hacen aquí?”.<br />
Uno me miró y movió el rifle. “Seguimos<br />
a los <strong>elefantes</strong>. Se escaparon<br />
<strong>de</strong> Thula. Les vamos a disparar antes<br />
<strong>de</strong> que maten a alguien. Ya no están<br />
protegidos, los po<strong>de</strong>mos cazar”.<br />
Los miré fijamente varios segundos.<br />
“Esos <strong>elefantes</strong> son míos”, les dije,<br />
dando dos pasos al frente para <strong>de</strong>jarlo<br />
en claro. “Muéstrenme su permiso <strong>de</strong><br />
cacería”, exigí. Sabía que no lo tenían.<br />
<strong>El</strong> hombre me observó indignado. “Se<br />
escaparon. La ley nos permite cazarlos.<br />
No necesitamos su permiso”.<br />
Ardiendo <strong>de</strong> ira, or<strong>de</strong>né a mis hombres<br />
que subieran al auto. Aceleré el<br />
motor y levanté nubes <strong>de</strong> polvo, un<br />
regalo para los cazadores que contemplaban,<br />
agresivos, nuestra partida.<br />
<strong>El</strong> agrio encuentro me sacudió.<br />
Técnicamente, los rambos urbanos<br />
tenían razón: legalmente podían cazarlos.<br />
Las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> vida silvestre,<br />
a quienes habíamos alertado<br />
en cuanto escapó la manada, estaban<br />
repartiendo rifles a su personal. Lo<br />
importante era la seguridad <strong>de</strong> la población.<br />
¿Quién podía culparlos?<br />
Para nosotros, esto se había convertido<br />
en una carrera contra el tiempo.<br />
Teníamos que encontrarlos antes <strong>de</strong><br />
que alguien armado lo hiciera.<br />
Las huellas se dirigían hacia los matorrales<br />
llenos <strong>de</strong> ramas con espinas<br />
que apenas si arañan a los <strong>elefantes</strong>,<br />
pero para nosotros, <strong>de</strong> piel <strong>de</strong>lgada, es<br />
como ir por un laberinto <strong>de</strong> anzuelos.
SELECCIONES <br />
La selva se <strong>de</strong>sparramaba hacia<br />
el norte y se perdía en el horizonte.<br />
¿Cómo encontraríamos a los animales<br />
en aquella maleza impenetrable?<br />
Entonces volteé al cielo y pensé en un<br />
amigo mío, Peter Bell, piloto experto<br />
que, por fortuna, tenía acceso a un<br />
helicóptero. Regresé a Thula Thula a<br />
toda velocidad y lo llamé. Luego, reanudé<br />
la búsqueda entre la vegetación.<br />
Nos mantuvimos en contacto con<br />
Peter mientras él peinaba la zona y<br />
los guardabosques visitaban los caseríos<br />
preguntando a los jefes <strong>de</strong> las<br />
al<strong>de</strong>as si habían visto a los animales.<br />
La respuesta era negativa, lo cual era<br />
bueno. Nuestro mayor temor era que<br />
entraran a una al<strong>de</strong>a y pisotearan las<br />
chozas, convirtiéndolas en tapetes, o,<br />
peor aún, mataran gente.<br />
Conforme avanzábamos, encontrábamos<br />
ramas rotas o huellas <strong>de</strong><br />
elefante, indicios <strong>de</strong> que seguíamos la<br />
pista correcta. Pero tras un día largo,<br />
caluroso, seco y sin resultados, el Sol<br />
se escondió en el horizonte y nos <strong>de</strong>tuvimos.<br />
Nadie busca <strong>elefantes</strong> a tientas<br />
y <strong>de</strong> noche en una selva <strong>de</strong> espinas.<br />
Llegamos a casa enlodados y agotados.<br />
Cenamos abundantemente,<br />
nos sumergimos en una tina y caímos<br />
rendidos en la cama. Al amanecer<br />
condujimos hasta don<strong>de</strong> habíamos<br />
llegado el día anterior y nos metimos<br />
otra vez entre los arbustos espinosos.<br />
Recibimos un reporte <strong>de</strong> avistamiento<br />
<strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> vida silvestre.<br />
Teníamos una ubicación confirmada.<br />
Peter los encontró en la tar<strong>de</strong>.<br />
Solo hay una forma <strong>de</strong> pastorear<br />
<strong>elefantes</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el aire: volar directo<br />
hacia ellos hasta que <strong>de</strong>n media<br />
vuelta y caminen, en este caso, <strong>de</strong><br />
regreso a Thula Thula. Peter la<strong>de</strong>ó el<br />
helicóptero y <strong>de</strong>scendió, con las aspas<br />
traqueteando, directo hacia Nana, volando<br />
justo encima <strong>de</strong> su cabeza. Giró<br />
NADIE HABÍA VISTO A LOS<br />
ELEFANTES. NUESTRO<br />
MAYOR TEMOR ERA QUE<br />
PISOTEARAN UNA ALDEA<br />
O, PEOR AÚN, MATARAN<br />
A ALGUIEN.<br />
y volvió hacia ellos <strong>de</strong> nuevo. La manada<br />
llevaba 24 horas en movimiento;<br />
estaba agotada. Tuvieron que haberse<br />
alejado <strong>de</strong>l pajarraco gigantesco que<br />
zumbaba sobre ellos. No obstante, se<br />
mantuvieron firmes.<br />
Una vez más el helicóptero voló directo<br />
hacia ellos y, eventualmente, Peter<br />
los <strong>de</strong>sgastó, logrando que dieran<br />
la vuelta poco a poco hasta que por fin<br />
miraban hacia Thula Thula. Los puso<br />
en marcha usando la nave como si<br />
fuera un perro ovejero volador.<br />
En Thula Thula, los trabajadores habían<br />
pasado el día reparando la cerca.<br />
Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> horas <strong>de</strong> un tenso<br />
pastoreo aéreo, el helicóptero apareció<br />
en el horizonte. Alcancé a distinguir<br />
las orejas <strong>de</strong> los animales, luego las jorobas<br />
<strong>de</strong> sus espaldas. Lo iban a lograr.
Al poco tiempo, los pudimos ver<br />
con toda claridad avanzando lentamente<br />
hasta que estuvieron a unos<br />
13 metros <strong>de</strong>l portón. Entonces, Nana<br />
probó el aire con la trompa y se <strong>de</strong>tuvo.<br />
Bramó beligerante y reunió a<br />
la manada en una clásica posición<br />
<strong>de</strong>fensiva: sus traseros juntos y sus<br />
colmillos hacia fuera, como los rayos<br />
<strong>de</strong> una rueda. Se mantuvieron firmes<br />
con inexorable <strong>de</strong>terminación. Peter<br />
volaba hacia ellos, invitándolos a entrar<br />
a la reserva. Fue inútil.<br />
Entonces Peter se alejó y aterrizó.<br />
Corrió hacia mí y me pidió mi arma.<br />
“Es lo único que nos queda intentar.<br />
Subiré <strong>de</strong> nuevo y dispararé atrás <strong>de</strong><br />
ellos para obligarlos a caminar”.<br />
No me gustaba, pero Peter tenía<br />
razón. Se nos acababan las opciones.<br />
Tomó mi arma. Despegó. ¡Crac, crac,<br />
crac!, retumbaron las <strong>de</strong>tonaciones.<br />
Era como si hubiera disparado bolas<br />
<strong>de</strong> papel mojado: nada los movería.<br />
Cayó la noche y, con el brillo <strong>de</strong> las<br />
estrellas, pu<strong>de</strong> ver la silueta <strong>de</strong> los <strong>elefantes</strong>:<br />
firmes y <strong>de</strong>safiantes. Cuando<br />
Peter se fue, Nana y su exhausta familia<br />
<strong>de</strong>saparecieron entre la maleza.<br />
Un rayo <strong>de</strong> esperanza<br />
UNA VEZ MÁS me levanté a las<br />
4 a. m., impaciente por continuar<br />
la búsqueda. David y los<br />
rastreadores ya me esperaban. Las<br />
primeras astillas rosas perforaron la<br />
oscuridad; encontramos las huellas<br />
y nos dirigimos al norte. Seguimos el<br />
rastro por la maleza <strong>de</strong> espinas.<br />
Estaba claro que tratábamos con<br />
unos <strong>elefantes</strong> silvestres impre<strong>de</strong>cibles<br />
y molestos. Peter no pudo volar<br />
ese día y yo no me sacaba <strong>de</strong> la cabeza<br />
la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que pisotearían una al<strong>de</strong>a.<br />
Unos guardias <strong>de</strong> vida silvestre me<br />
contaron que, en la noche, la manada<br />
había entrado a una <strong>de</strong> sus reservas.<br />
Se dividieron en dos grupos que se separaron<br />
11 kilómetros, y luego se reunieron<br />
<strong>de</strong> nuevo. No consigo enten<strong>de</strong>r<br />
cómo lo lograron: parece imposible<br />
andar en la noche con tanta precisión,<br />
sin brújula ni radio. No cabe duda <strong>de</strong><br />
que los <strong>elefantes</strong> poseen increíbles<br />
habilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> comunicación.<br />
Cerca <strong>de</strong> don<strong>de</strong> la manada se reunió<br />
había una choza que usaban<br />
los guardias <strong>de</strong> las reservas. <strong>El</strong>los<br />
estaban <strong>de</strong>ntro, profundamente dormidos,<br />
cuando sintieron que la estructura<br />
temblaba. De pronto, se abrió<br />
la puerta y a la luz <strong>de</strong> la luna vieron<br />
serpentear una trompa. Los <strong>elefantes</strong><br />
habían olido las raciones <strong>de</strong> comida e<br />
iban a tomar su parte; es <strong>de</strong>cir, todo.<br />
Los hombres se escabulleron <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> las camas para protegerse: era<br />
como si una gigantesca aspiradora jalara<br />
los costales. Otras trompas irrumpieron<br />
por las ventanas y tumbaron<br />
los muebles, <strong>de</strong>strozando todo en la<br />
búsqueda <strong>de</strong> más alimento.<br />
Afortunadamente, los guardias no<br />
tomaron sus armas. Estaban <strong>de</strong>dicados<br />
a salvar animales; matar era un<br />
recurso extremo. Tan pronto como se<br />
largaron los mastodontes arrasadores,<br />
llamaron para reportar su ubicación.
SELECCIONES <br />
Al amanecer, uno <strong>de</strong> los administradores<br />
conservacionistas vio a los<br />
animales y se acercó a pie. Todavía<br />
estaba un poco lejos cuando Frankie<br />
giró y, con un bramido <strong>de</strong> rabia,<br />
lo embistió a todo galope. Él se dio la<br />
vuelta y corrió por su vida; entró a su<br />
auto <strong>de</strong> un salto y pisó el acelerador a<br />
fondo mientras varias toneladas enar<strong>de</strong>cidas<br />
le pisaban los talones.<br />
Cuando les contó a sus colegas lo<br />
cerca que estuvo <strong>de</strong> morir, los guardabosques<br />
se preocuparon. Esto se<br />
estaba saliendo <strong>de</strong> control. Propusieron<br />
disparar dardos sedantes a la manada,<br />
quizá provocar una sobredosis a<br />
los adultos y salvar solo a los jóvenes.<br />
La sugerencia me tomó por sorpresa<br />
e intenté <strong>de</strong>scartar la posibilidad<br />
<strong>de</strong> matarlos. “Los llevaré <strong>de</strong> vuelta<br />
al boma y los mantendré encerrados”,<br />
prometí. “Así podremos observarlos y<br />
tomar una <strong>de</strong>cisión. Si <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> dos<br />
meses siguen incontrolables, no tendremos<br />
alternativa. Yo me hago plenamente<br />
responsable”.<br />
Ahora solo quedaba esperar. Temprano,<br />
al día siguiente, el helicóptero<br />
se dirigió con un tirador experto a<br />
bordo al lugar don<strong>de</strong> vieron a los <strong>elefantes</strong>.<br />
Los ubicaron y, cuando el piloto<br />
<strong>de</strong>scendió en picada, la manada<br />
se echó a correr, arrasando los matorrales<br />
mientras las aspas <strong>de</strong> la nave<br />
tronaban tras ellos, lo que hacía <strong>de</strong> sus<br />
inmensas espaldas un blanco perfecto.<br />
¡Crac! <strong>El</strong> cartucho calibre .22 disparó<br />
un gran dardo <strong>de</strong> aluminio lleno<br />
<strong>de</strong> un po<strong>de</strong>roso anestésico en la grupa<br />
<strong>de</strong> Nana. La matriarca siempre es la<br />
primera en ser anestesiada. En cuanto<br />
el proyectil llegó a su <strong>de</strong>stino, cargaron<br />
otro rápidamente y tiraron.<br />
Cuando el último dardo hizo<br />
blanco, el piloto se elevó y observó<br />
cómo, primero Nana y luego el resto,<br />
empezaban a tambalearse y caer <strong>de</strong><br />
rodillas antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>splomarse en cámara<br />
lenta. <strong>El</strong> equipo en tierra llegó<br />
al lugar a toda velocidad y se acercó a<br />
Nana <strong>de</strong> reversa. Patas arriba, levantaron<br />
al animal con una grúa y la pusieron<br />
en la parte trasera <strong>de</strong> un camión<br />
enorme. La masa <strong>de</strong> carne, músculos,<br />
huesos y sangre <strong>de</strong> 4.5 toneladas colgando<br />
<strong>de</strong> las patas no era una escena<br />
agradable; la maniobra se realizó tan<br />
rápido y con tanto cuidado como lo<br />
permitieron las circunstancias.<br />
Con todos a bordo, los camiones<br />
arrancaron a Thula Thula, don<strong>de</strong> los<br />
animales se recuperaron. Estaban<br />
algo aturdidos, pero tan <strong>de</strong>safiantes<br />
como antes. Buscar su libertad había,<br />
en todo caso, incrementado su repudio<br />
por el cautiverio.<br />
Justo antes <strong>de</strong>l anochecer, fui al<br />
boma, ubicado a unos 5 kilómetros <strong>de</strong><br />
nuestra casa, y caminé hasta la cerca<br />
con mucho cuidado. Nana estaba en<br />
pie, con su familia <strong>de</strong>trás; vigilaba con<br />
malicia cada paso que daba. No había<br />
duda: tar<strong>de</strong> o temprano intentarían<br />
escapar otra vez.<br />
De pronto, vi la solución: me iría a<br />
vivir con la manada. Sí, estaría afuera<br />
<strong>de</strong>l boma, pero con ellos; los alimentaría,<br />
les hablaría y, sobre todo, estaría
NANA PARÓ LAS OREJAS.<br />
“SI TE ESCAPAS, TE<br />
MATARÁN. ESTE ES TU<br />
HOGAR. YA NO TIENES<br />
QUE SEGUIR HUYENDO”,<br />
LE DECÍA A LA ELEFANTA.<br />
allí día y noche. Estas magníficas criaturas<br />
estaban extremadamente trastornadas<br />
y <strong>de</strong>sorientadas, y quizá si<br />
alguien que se preocupara por ellas<br />
les hacía compañía, podrían tranquilizarse.<br />
Era lógico: si no intentábamos<br />
algo distinto, seguirían escapándose y<br />
tar<strong>de</strong> o temprano las matarían.<br />
Comenté mi i<strong>de</strong>a con Françoise y<br />
ella estuvo <strong>de</strong> acuerdo. Le pregunté<br />
a David si quería acompañarme, y su<br />
gran sonrisa me respondió. Llenamos<br />
la camioneta Land Rover con suministros.<br />
<strong>El</strong> vehículo sería nuestro hogar<br />
por el tiempo que fuera necesario.<br />
La primera jornada la pasamos<br />
observándolos a una distancia <strong>de</strong> 30<br />
metros. Cada día nos acercábamos un<br />
poco más. Nana y Frankie nos miraban<br />
continuamente y corrían a la valla<br />
si creían que estábamos muy cerca.<br />
Una noche, David me <strong>de</strong>spertó susurrando.<br />
“¡Corre, algo pasa en la reja!”.<br />
Nos acercamos sigilosamente. No<br />
podía ver nada en la oscuridad. Y<br />
entonces una enorme figura se materializó<br />
ante mis ojos: eran Nana y su<br />
bebé, a unos 9 metros <strong>de</strong> la cerca.<br />
Agucé la vista y vi al resto atrás <strong>de</strong><br />
ella, quietos. De pronto, Nana tensó<br />
su enorme mole y extendió las orejas.<br />
“¡Dios!, ¡mira, es enorme!”, susurró<br />
David, agazapado a mi lado. La matriarca<br />
avanzó un paso. “Ahí viene”,<br />
dijo David. “Ojalá que la reja resista”.<br />
Sin pensarlo, me levanté y caminé<br />
hacia la valla. <strong>El</strong>la estaba enfrente.<br />
“No lo hagas, Nana”, le dije lo más<br />
tranquilo que pu<strong>de</strong>. “Por favor, no lo<br />
hagas, mi niña”.<br />
Se quedó quieta pero tensa. Los <strong>de</strong>más<br />
<strong>elefantes</strong> no se movían.<br />
“Ahora este es tu hogar”, continué.<br />
“Por favor, no lo hagas, mi niña”.<br />
Sentí sus ojos taladrándome, a pesar<br />
<strong>de</strong> que apenas si podía distinguir<br />
su cara entre las tinieblas. “Te matarán<br />
si te escapas. Ahora esta es tu casa. Ya<br />
no tienes que seguir huyendo”.<br />
No se movió. Entonces me di cuenta<br />
<strong>de</strong> lo absurdo <strong>de</strong> la situación: yo, en<br />
medio <strong>de</strong> la oscuridad, hablándole a<br />
una elefanta silvestre con su bebé —la<br />
combinación más peligrosa posible—<br />
como si fuéramos gran<strong>de</strong>s amigos.<br />
Absurdo o no, seguí. Sentí cómo se<br />
tensaba otra vez, preparándose para<br />
arremeter por completo. Si golpeaba<br />
el cable y soportaba el dolor, lo rompería.<br />
<strong>El</strong> resto <strong>de</strong> la cerca no resistiría.<br />
Habría escapado. En un instante,<br />
Frankie y los <strong>de</strong>más se arrojarían tras<br />
ella. Solo tendría unos segundos para<br />
quitarme <strong>de</strong> en medio y trepar un árbol;<br />
<strong>de</strong> lo contrario, me pisotearían<br />
y quedaría más plano que un sobre.<br />
<strong>El</strong> árbol más cercano estaba a unos 9
SELECCIONES <br />
metros a mi izquierda. ¿Sería lo suficientemente<br />
rápido?<br />
De pronto, algo sucedió entre Nana<br />
y yo: por un instante se encendió un<br />
<strong>de</strong>stello fugaz <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación. Luego<br />
<strong>de</strong>sapareció. Nana tocó a su bebé con<br />
la trompa, se dio la vuelta y se <strong>de</strong>svaneció<br />
en la maleza. <strong>El</strong> resto la siguió.<br />
David exhaló. “¡Diablos! Creí que<br />
nos iba a arrollar”.<br />
Encendimos una pequeña fogata<br />
y preparamos algo <strong>de</strong> café. No había<br />
mucho que <strong>de</strong>cir. No podía contarle<br />
a David que, por un momento, creí<br />
haber conectado con la matriarca.<br />
Habría sonado <strong>de</strong>scabellado.<br />
Pero algo había sucedido. Y eso me<br />
daba esperanzas.<br />
Una experiencia<br />
cercana a la muerte<br />
LOS DÍAS PASARON; cada uno era<br />
igual al anterior. Al salir el Sol, la<br />
manada caminaba <strong>de</strong> un lado a<br />
otro, recorriendo toda la cerca; si nos<br />
acercábamos <strong>de</strong>masiado, se volteaban<br />
y embestían, aunque siempre se <strong>de</strong>tenían<br />
al llegar al cable eléctrico.<br />
Los <strong>elefantes</strong> sabían que David y yo<br />
estábamos ahí. Diario pasamos 900<br />
kilos <strong>de</strong> comida por encima <strong>de</strong> la valla<br />
electrificada. En una semana, cada<br />
uno había perdido 4.5 kilos <strong>de</strong> peso,<br />
principalmente por el sudor.<br />
Dediqué horas a caminar alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong>l boma, revisando la cerca y<br />
hablando muy alto <strong>de</strong>liberadamente<br />
para que escucharan mi voz. A veces<br />
incluso me ponía a cantar, pese a que<br />
La manada, bañándose en la represa<br />
Gwala Gwala. <strong>El</strong> agua atrae a diversos<br />
animales silvestres.<br />
David me confesó que el oírme lo<br />
inspiraba a incrustar su cabeza en la<br />
valla eléctrica.<br />
Paulatinamente, nos convertimos<br />
en parte integral <strong>de</strong> sus vidas. Comenzaron<br />
a reconocernos. Sin embargo, el<br />
alarmante ritual matutino, cuando parecían<br />
más dispuestos a escapar, continuó.<br />
Nana alineaba a la manada en<br />
dirección a su antiguo hogar. Se ponía<br />
tensa y, durante 10 minutos llenos <strong>de</strong><br />
adrenalina, yo le hacía frente mientras<br />
le suplicaba que retrocediera y le <strong>de</strong>cía<br />
que ahora este era su hogar. Siempre<br />
había peligro, aunque me sentía<br />
aliviado cuando volvía sigilosamente<br />
a la maleza con su familia.<br />
Un día, Nana y Frankie tumbaron<br />
una acacia alta. Estaba <strong>de</strong>masiado<br />
FOTO: FRANÇOISE MALBY-ANTHONY; CORTESÍA DE<br />
MACMILLAN PUBLISHING GROUP
lejos para caer sobre la cerca, pero al<br />
llegar al suelo, rebotó y algunas <strong>de</strong> las<br />
ramas <strong>de</strong> la copa se atoraron entre los<br />
cables, lo que ocasionó que se tensaran<br />
hasta estar a punto <strong>de</strong> romperse.<br />
Hubo muchos chispazos que, afortunadamente,<br />
asustaron a los <strong>elefantes</strong>.<br />
Los cables no se partieron, así que<br />
aún había corriente; no obstante, no<br />
tardarían en darse cuenta <strong>de</strong> que había<br />
un punto débil. Por eso teníamos<br />
que actuar rápido.<br />
Solo había una solución: alguien<br />
tendría que entrar al boma a hurtadillas,<br />
con un serrucho, para cortar las<br />
ramas enredadas en la cerca. David<br />
se ofreció como voluntario. Entonces<br />
elaboramos un plan.<br />
Primero, no le dimos una comida a<br />
la manada para que <strong>de</strong>spués estuviera<br />
hambrienta. A fin <strong>de</strong> controlar la corriente,<br />
coloqué dos guardias con radios<br />
en los electrificadores y uno más<br />
se quedó conmigo para fungir como<br />
comunicador y transmitir las instrucciones<br />
por radio.<br />
Luego, los guardias echaron el alimento<br />
sobre la cerca para atraer a los<br />
<strong>elefantes</strong> y alejarlos <strong>de</strong>l árbol caído. Le<br />
hice un gesto al guardia a mi lado y él<br />
gritó al personal en los electrificadores:<br />
“¡Corten la corriente! ¡A<strong>de</strong>lante!”.<br />
David escaló la reja. <strong>El</strong> guardia or<strong>de</strong>nó:<br />
“¡Activen la corriente!”.<br />
Ahora David estaba enjaulado en el<br />
doma. Con la mirilla <strong>de</strong> mi rifle enfoqué<br />
a los animales, que estaban en el<br />
otro extremo. David empezó a cortar<br />
las ramas mientras yo <strong>de</strong>scribía lo que<br />
estaba viendo: “Todo bien. Está funcionando.<br />
Solo unos minutos más”.<br />
De pronto todo cambió. Frankie <strong>de</strong>bió<br />
haber escuchado un ruido porque<br />
alzó la vista. Enar<strong>de</strong>cida al ver que<br />
alguien había invadido su territorio,<br />
arremetió a todo galope.<br />
“David, ¡sal ahora! ¡Corten la corriente!<br />
¡Se acerca!”, grité.<br />
<strong>El</strong> mensaje no se transmitió; los<br />
guardias no cortaron la corriente. David<br />
estaba atrapado.<br />
Desesperado, trepó por el árbol,<br />
dirigiéndose a la valla, mientras la<br />
enar<strong>de</strong>cida elefanta embestía a una<br />
velocidad inimaginable.<br />
Apunté; sabía que ya era <strong>de</strong>masiado<br />
tar<strong>de</strong>. Podía poner una bala en la cabeza<br />
<strong>de</strong> Frankie, pero por la inercia se<br />
estrellaría contra David y este quedaría<br />
hecho polvo. Tensé el <strong>de</strong>do. Y entonces<br />
cayó una lluvia <strong>de</strong> maja<strong>de</strong>rías
SELECCIONES <br />
e insultos, en la que escuché hasta<br />
algunos que no conocía.<br />
Era David, maldiciendo al hombre<br />
<strong>de</strong> la radio que no había transmitido<br />
correctamente el mensaje. Levanté el<br />
rifle y Frankie pasó a toda velocidad.<br />
Miré a David con incredulidad. Acababa<br />
<strong>de</strong> escalar una cerca electrificada<br />
<strong>de</strong> 2.5 metros <strong>de</strong> alto y, contra todo<br />
pronóstico, no tocó los cables <strong>de</strong> corriente<br />
en el frenesí por salvar su vida.<br />
Tan pronto como todos nos tranquilizamos,<br />
David insistió en regresar<br />
al boma a terminar el trabajo, no sin<br />
antes advertirle al guardia con el radio<br />
que si se equivocaba otra vez, lo mataría<br />
él mismo.<br />
“Pero ya estarás muerto”, dijo otro<br />
guardia. David fue el primero en soltar<br />
la carcajada.<br />
Hicimos lo correcto<br />
A<br />
MEDIDA<br />
QUE PASABAN las semanas,<br />
la manada empezó a<br />
serenarse. Ya podíamos acercarnos<br />
a la valla, a la hora <strong>de</strong> la comida,<br />
sin que nos amagaran <strong>elefantes</strong><br />
furiosos. Y para entonces también se<br />
había <strong>de</strong>tenido el temido patrullaje<br />
matutino. Nana ya no enfilaba a todos<br />
en la cerca, amenazando con una<br />
estampida en masa.<br />
Una mañana vi a Nana y a su bebé<br />
en la reja, justo frente a nuestro pequeño<br />
campamento. Era algo inédito.<br />
Al ponerme <strong>de</strong> pie, ella levantó la<br />
trompa y me miró directamente. Sus<br />
orejas no estaban paradas y lucía tranquila.<br />
Por instinto, <strong>de</strong>cidí acercarme.<br />
Los <strong>elefantes</strong> prefieren los movimientos<br />
lentos, sin brusquedad,<br />
así que caminé muy <strong>de</strong>spacio, <strong>de</strong>teniéndome<br />
para cortar un manojo <strong>de</strong><br />
pasto, tomándome todo el tiempo <strong>de</strong>l<br />
mundo. Necesitaba que se habituara<br />
a que yo me acercara.<br />
Me <strong>de</strong>tuve a 3 metros <strong>de</strong> la cerca y levanté<br />
la vista para encontrarme con el<br />
enorme animal. Luego, di un paso a<strong>de</strong>lante.<br />
Después otro. <strong>El</strong>la no se movió.<br />
De pronto me sentí protegido, como si<br />
alguien me estuviera cuidando. Jamás<br />
me había sentido tan seguro, pese a<br />
que estaba parado frente a un animal<br />
silvestre que hasta ese momento solo<br />
había querido matarme.<br />
Estaba hechizado por la magnífica<br />
criatura que se alzaba ante mí, contemplaba<br />
sus colmillos, las gruesas<br />
pestañas, las arrugas que le surcaban<br />
la piel. Entonces extendió su trompa<br />
hacia mí con mucha <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za. Yo la<br />
miraba, hipnotizado.<br />
Oí la voz <strong>de</strong> David como si se tratara<br />
<strong>de</strong> un eco: “Jefe, ¿qué estás haciendo?”.<br />
Estuve a punto <strong>de</strong> dar un paso atrás,<br />
pero algo me hizo quedarme en ese<br />
lugar. Volví a tener esa sensación <strong>de</strong><br />
serenidad hipnótica. Una vez más,<br />
Nana extendió la trompa. Y entonces<br />
comprendí: quería que me acercara<br />
más, y lo hice sin pensarlo.<br />
<strong>El</strong> tiempo se <strong>de</strong>tuvo mientras la<br />
trompa <strong>de</strong> Nana serpenteaba a través<br />
<strong>de</strong> la valla, evitando con cuidado los<br />
cables eléctricos, hasta llegar a mi<br />
cuerpo. Me tocó suavemente. Quedé<br />
sorprendido por la humedad <strong>de</strong> su
trompa y el olor a almizcle que emanaba.<br />
Después <strong>de</strong> un rato, levanté la<br />
mano y la puse en la parte alta <strong>de</strong> su<br />
colosal trompa; toqué brevemente las<br />
cerdas duras y puntiagudas.<br />
La escena acabó <strong>de</strong>masiado pronto.<br />
Nana retiró la trompa poco a poco.<br />
Me miró unos segundos más, antes<br />
<strong>de</strong> volver muy <strong>de</strong>spacio a la manada.<br />
En el trayecto, Frankie dio un paso al<br />
frente y la saludó.<br />
Ese fue el momento en que supe<br />
que había llegado la hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlos<br />
salir. A la mañana siguiente abrimos el<br />
portón <strong>de</strong>l boma y Nana condujo a su<br />
manada hasta el río por el sen<strong>de</strong>ro <strong>de</strong><br />
animales. Vimos cómo la espesa vegetación<br />
<strong>de</strong>l verano los ocultaba por<br />
completo. “Hemos hecho lo correcto”,<br />
le dije a David.<br />
Juegos mentales: Soluciones<br />
PAJARERAS:<br />
La pajarera roja cuelga <strong>de</strong> la rama<br />
más pequeña <strong>de</strong> la hilera superior;<br />
la amarilla <strong>de</strong> la que está en<br />
el centro y la azul <strong>de</strong> la ubicada<br />
en la parte inferior <strong>de</strong>recha.<br />
CUESTIÓN DE SUERTE:<br />
Cuatro.<br />
ELECCIÓN ARITMÉTICA:<br />
5 + 7 ÷ 3 x 9 - 4 = 32.<br />
SIN RODEOS:<br />
Sí.<br />
4<br />
5<br />
Lawrence Anthony dirigió su reserva<br />
en Sudáfrica durante 15 años. Viajó a<br />
Irak para salvar el zoológico <strong>de</strong> Bagdad<br />
en la guerra <strong>de</strong> 2003 y <strong>de</strong>spués<br />
trabajó en la conservación <strong>de</strong> especies<br />
en peligro <strong>de</strong> extinción en Sudán <strong>de</strong>l<br />
Sur y la República Democrática <strong>de</strong>l<br />
Congo. <strong>El</strong> 2 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 2012, a los 61<br />
años, Anthony murió por un infarto <strong>de</strong><br />
miocardio. Françoise y sus dos hijos<br />
siguen administrando Thula Thula.<br />
Dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte, los <strong>elefantes</strong><br />
se dirigieron a su casa y <strong>de</strong>ambularon<br />
por ahí durante un par <strong>de</strong><br />
horas para <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong>l hombre al<br />
que amaban. Volvieron en la misma<br />
fecha los siguientes dos años.<br />
6<br />
2<br />
EN LA MIRA<br />
3<br />
1<br />
TOMADO DE THE ELEPHANT WHISPERER. © 2009 POR LAWRENCE ANTHONY Y GRAHAM SPENCE.<br />
REPRODUCIDO CON LA AUTORIZACIÓN DE MACMILLAN PUBLISHING GROUP, LLC, MACMILLAN.COM.