Que_alguien_me_escuche
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Creo que no volveré a ser el de antes.<br />
Y las semanas.<br />
Esto es lo más difícil que he hecho en<br />
toda mi vida.<br />
Y un día, final<strong>me</strong>nte sucedió: Richard<br />
dobló el dedo gordo del pie izquierdo.<br />
Dos semanas después movió<br />
la cabeza de un lado al otro. Al poco<br />
tiempo <strong>me</strong>neó el pie. Una o dos jornadas<br />
más tarde logró hacer lo mismo<br />
con las piernas. La familia lloraba, reía<br />
y se abrazaba con cada nuevo triunfo.<br />
Poco más de dos <strong>me</strong>ses después<br />
de haber sido diagnosticado con el<br />
síndro<strong>me</strong> de cautiverio, Richard hizo<br />
algo que toda la vida había dado por<br />
descontado: levantó la mano y se tocó<br />
la nariz. Luego empezó a caminar. Era<br />
como un niño pequeño que recién<br />
aprendía a hacerlo. Daba pequeños<br />
pasos tambaleándose frente al andador<br />
que utilizaba para conservar el<br />
equilibrio y abrirse paso de la cama<br />
a la puerta y de regreso. Su terapeuta<br />
estaba todo el tiempo junto a él por si<br />
llegaba a tropezar.<br />
Transcurridos exacta<strong>me</strong>nte cuatro<br />
<strong>me</strong>ses y nueve días desde el accidente<br />
vascular, tras una dolorosa<br />
y desafiante rehabilitación, Richard<br />
Marsh entró a casa por su propio pie.<br />
Se sentó en su silla. Estaba de vuelta.<br />
PARA ÉL, NADA volvería a ser<br />
igual. Había perdido 50 kilos<br />
de músculo. Cuando regresó<br />
a su hogar, se encontraba<br />
tan débil que ni siquiera podía sostener<br />
un envase de leche. En la parte<br />
física, tuvo que reconstruirse. Aunque<br />
le tomó un año entero, recuperó<br />
su peso habitual y regresó a levantar<br />
pesas al gimnasio.<br />
En cuanto a lo emocional, aprendió<br />
a no enojarse ni preocuparse por nimiedades.<br />
Se volvió <strong>me</strong>nos controlador.<br />
Hasta dejó su empleo de profesor<br />
para hacerse cargo de las labores del<br />
hogar mientras Liliana salía a trabajar.<br />
Gracias a la terrible experiencia<br />
aprendió a disfrutar de las cosas sencillas<br />
de la vida.<br />
Alguien le regaló el libro El llanto de<br />
la mariposa (Le scaphandre et le papillon),<br />
la autobiografía de Jean-Dominique<br />
Bauby, un periodista francés<br />
que tras sufrir un accidente vascular<br />
padeció el síndro<strong>me</strong> de cautiverio de<br />
por vida. A base de parpadeos y valiéndose<br />
de un tablero de letras organizadas<br />
por orden de frecuencia,<br />
Bauby dictó su historia a una asistente<br />
editorial con su único ojo funcional.<br />
Su autor murió tres días después de<br />
que se publicara. Richard leyó los pri<strong>me</strong>ros<br />
dos capítulos y optó por regalárselo<br />
a <strong>alguien</strong> más. A diferencia de<br />
Jean-Dominique, él estaba más vivo<br />
que nunca.<br />
Jamás olvidará el día en que despertó<br />
en la unidad de terapia intensiva<br />
de un hospital, ni la odisea que<br />
vivió para escapar de la prisión que<br />
suponía el síndro<strong>me</strong> de cautiverio.<br />
Había recibido una segunda oportunidad,<br />
un regalo de oro. Juró que no<br />
despilfarraría tan maravilloso presente<br />
ni un solo día de su vida.