SELECCIONES “¡N O PUEDO CREERLO! ¡ES IMPOSIBLE!”, piensa Joel de Carteret cuando un vendedor del ruidoso mercado Muñoz, en Gran Manila, le da una gran noticia. Joel, de 35 años, siente su corazón latir como un tambor <strong>mi</strong>litar y gotas de sudor bajarle por la frente cuando el dueño del puesto le da la información que ha estado cazando durante tanto tiempo: “Creo que sé quién es tu <strong>madre</strong> y dónde está”. A partir de este momento, Joel se da cuenta de que su vida jamás volverá a ser la <strong>mi</strong>sma. Tres décadas después de haber sido adoptado y criado por una fa<strong>mi</strong>lia australiana de Melbourne, Joel de Carteret ha regresado al país que lo vio nacer. Emprende la búsqueda de su <strong>madre</strong> biológica; una tarea imposible en apariencia. Aunque no sabe cómo se llama ni recuerda su aspecto, está decidido a encontrarla. Ha pasado gran parte del último mes en Filipinas siguiendo pistas sobre su identidad sin cesar y sin resultados. Y entonces sucede esto. Sus a<strong>mi</strong>gos y fa<strong>mi</strong>liares de Australia le dijeron que había muy pocas posibilidades de ubicarla transcurridos tantos años. Como muchos de ellos, Julie de Carteret, su <strong>madre</strong> adoptiva, preocupada por él, le dijo: “Lo único que conseguirás será partirte el corazón”. Sin embargo, la idea de reunirse con su <strong>madre</strong> filipina había estado carco<strong>mi</strong>endo a Joel. “Tengo que hacerlo”, decía a menudo. “Me lo debo a mí <strong>mi</strong>smo y a la mujer que me dio a luz. De seguro le he hecho pasar un mal rato desde que me perdí”. Si bien no lo expresaba, también sentía que debía hallarla para descubrir esa parte de él que le “había faltado todo este tiempo”. No obstante, Julie intentó disuadirlo. Hace no mucho, en un restaurante en Sídney, cuando Joel le dijo que tenía la intención de ir a Filipinas a fin de buscarla, ella le dijo: —Pero, Joel, ni siquiera sabes tu fecha de naci<strong>mi</strong>ento o dónde vivías. Es más, ni siquiera sabías cómo te llamabas cuando llegaste al orfanato. Gracias a los documentos, Joel se enteró de que la casa hogar lo había bautizado. El camarero les sirvió más agua; ella continuó: —Tampoco sabes dónde podría estar. Es más, ¿sigue viva? ¿Y cómo planeas descubrir su paradero? Julie contuvo las lágrimas y se desmoralizó cuando Joel repuso: —Sí, ya lo sé, mamá; aun así, tengo que intentarlo. Su mamá australiana insistió con el afán de evitarle un mal trago. Se inclinó sobre la mesa y preguntó: