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A m a d o Ñ e r v o<br />
los hálitos primaverales y la luz de las estrellas.<br />
Toledo empezaba a dormir; fbanse apagando todos<br />
aquellos rumores, de los que Lope había<br />
creído discernir la voz de los vivos, mezclada<br />
con la voz de los muertos... Amaba con todas<br />
las fuerzas de su corazón, era amado serenamente<br />
por aquella santa y luminosa criatura...<br />
¡Qué íntima sensación de seguridad y de paz lo<br />
invadía...! ¡Qué bueno era apoyar su cabeza entorpecida<br />
en la blanda y palpitante almohada de<br />
aquellos senos y... dormir... dormir...!<br />
—¡No, no!—exclamó Mencía, como si hubiese<br />
seguido los pensamientos de Lope—. ¡No te<br />
duermas! ¡No te duermas! ¡Lope mío, por Dios,<br />
no te duermas!<br />
Lope hizo un esfuerzo y abrió, aterrorizado,<br />
cuan grandes eran, los ojos, que comenzaban a<br />
cerrarse.<br />
—¿Por qué, amor mío, por qué?...—interrogó.<br />
—¡Porque me perderás, porque al despertar...<br />
ya no habrás de encontrarme!<br />
—¿Cómo? ¿Qué dices? ¡Luego tú no existes,<br />
luego esos ojos y esa boca, y esos cabellos y ese<br />
amor... no son más que un sueñol<br />
—¡No son más que un sueño!—repitió Mencía<br />
fúnebremente.<br />
—Pero, entonces—insinuó Lope con espanto—tú...<br />
tú no vives; tú, Mencía, la esposa de mi<br />
corazón, la elegida de mi alma, la única a quien<br />
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