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O b r a s C o m p l e t a s<br />
No quise ya dar un paso más, y, desolado,<br />
hube de llevarla a nuestro coche, que nos aguardaba<br />
cerca, y regresé con ella al hotel.<br />
Después de aquel relámpago de lucidez, quedóse<br />
atontecida, muda, absorta y no pronunció<br />
una palabra más.<br />
Temblaba de frío. Con ayuda de la doncella<br />
la metí en su cama, la arropé bien, pedí un cordial,<br />
que no logró reanimarla, y me senté tristemente<br />
al lado de su lecho, sumergido en tristes<br />
reflexiones.<br />
¿Qué debía yo desear?<br />
En mi egoísmo, casi me hubiera alegrado de<br />
que aquellos comienzos de lozanía remitiesen, y,<br />
con la debilidad y la anterior languidez, mi Blanca<br />
siguiese existiendo y no asomara, entre relámpagos<br />
de horrible lucidez, la Luisa torturadora,<br />
junto a la cual mi vida había sido pasión<br />
perpetua...<br />
El dilema era pavoroso: o con la salud tornaba<br />
«la otra», o con la amnesia y la progresiva<br />
languidez, mi Blanca iría consumiéndose.<br />
¿Pero acaso no era mejor esto que su desvanecimiento<br />
irremediable para ceder su puesto a<br />
Luisa?<br />
A lo menos ahora moría amándome, dejándome<br />
el más santo y perfumado recuerdo, mientras<br />
que de la otra suerte la substituiría lentamente<br />
la torva mujer que había hecho mi desgracia,<br />
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