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A m a o Ñ e r v o<br />
allá, una dueña, que bien pudiera llamarse doña<br />
Remilgos, acompañaba a una doncella de negro<br />
manto, hermosa como un éxtasis, que se dirigía<br />
a misa; más allá, un grupo de ministriles, con<br />
sus instrumentos, acudía a quién sabe qué fiesta,<br />
alborotando a más y mejor; acullá, una gran<br />
dama en una hacanea torda que llevaba de la<br />
rienda un pajecillo flamenco vestido a la usanza<br />
de su país (y de los cuales había aún a la sazón<br />
muchos en Toledo), pasaba orgullosa a la sombra<br />
secular de los viejos muros, para salir a la<br />
riente plaza llena de bullicio. En otra parte, un<br />
caballero con ropilla y ropón de terciopelo azul<br />
salía del gran portal de un palacio, seguido de<br />
un escudero y de dos lebreles; y más lejos rodaba,<br />
desempedrando calles, un majestuoso y<br />
pesado coche, con muías uncidas de dos en dos.<br />
Era incontable la multitud de tipos que desfilaban<br />
bajo aquel balcón tan vecino a los tejados,<br />
y Lope no se hartaba de verlos; junto al mendigo,<br />
la buscona; junto al arriero, el estudiante<br />
sopista que caminaba distraído con no sé qué<br />
mirajes de puchero; junto al lazarillo, el trajinante;<br />
junto a la dama, la moza de partido; junto al<br />
clérigo, el íufián, el cómico o el hijodalgo. Parecía<br />
aquella escena una novela de Cervantes<br />
puesta en movimiento.<br />
De pronto, en medio de un gran estruendo de<br />
voces y gritos, de aclamaciones y ruidos entu-<br />
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