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A m a d o Ñ e r v o<br />
La anemia sí cedía un poco, y las mejillas del<br />
bachiller iban adquiriendo el color de la vida.<br />
Contra sus recelos y presunciones desconsoladoras,<br />
no se entibiaba en su alma el fervor que<br />
le dictara tantos santos propósitos; antes bien,<br />
crecía, y su amor a la pureza, sobre todo, agrandábase<br />
en proporciones tales, que nada bastaba<br />
a amenguarlo o aniquilarlo.<br />
No obstante, aquella impresión que la rubia<br />
muchacha de su «éxtasis» le produjera, mezcla<br />
inexplicable de contradictorios sentimientos, no<br />
moría; y si su excesivo pudor daba nuevos rumbos<br />
al pensamiento cada vez que hacia Asunción<br />
iba, y le impedía aún contar nada al confesor,<br />
por miedo de que la narración avivase el<br />
anhelo, no por eso éste variaba, y encerrado en<br />
el ánfora inviolable de aquel corazón casto,<br />
como el perfume en el frasco herméticamente<br />
cerrado, pugnaba por dejar su cárcel y difundirse<br />
en el exterior.<br />
Por parte de la muchacha, la conducta, para<br />
un observador, hubiera sido extraña, si no lo era<br />
para don Jerónimo y don Cipriano.<br />
Sus solicitudes para con Felipe iban en auge,<br />
y presentábanse a veces bajo formas tan delicadas,<br />
que necesariamente movían la gratitud del<br />
bachiller.<br />
Mañana tras mañana, a las siete en punto, herían<br />
el oído de Felipe, ya despierto, discretísimos<br />
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