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A m a d o Ñ e r v o<br />
que la clavellina, púsole en las manos una bola<br />
de rica mantequilla envuelta en hojas de maíz,<br />
a tiempo que el administrador, hombre cuarentón,<br />
de fisonomía franca y expresiva, decía:<br />
—Niño, ésta le trae ese regalo que ella misma<br />
preparó. Usted ha de dispensar. Yo le decía que<br />
no valía la pena, pero se empeñó en traérselo,<br />
pues dice que allá en la Pradela no la ha de probar<br />
tan buena y gorda.<br />
La muchacha, con los ojos bajos, añadió:<br />
—Estuve recogiendo todos ios días, desde<br />
hace una semana, la mejor nata de la olla, y creo<br />
que la mantequilla salió buena. Me acordé que<br />
le gustaba mucho, y dije: pues manos a la obra,<br />
que me lo ha de agradecer.<br />
Hablaba con naturalidad, aunque un poco<br />
cortada, .<br />
¡Y cómo había crecido! Si parecía mentira que<br />
el día de Todos los Santos cumpliese apenas<br />
diez y seis años! No era ya aquella muchacha<br />
zancona y descuidada, que traveseaba todo el<br />
santo día en la casa y, jinete en briosos potros,<br />
ponía el Jesús en la boca con sus audacias a los<br />
rancheros.<br />
Habíase vuelto muy aseñoradita y muy mona;<br />
se había estirado, cuando menos, cuatro dedos.<br />
Sus formas redondeábanse graciosamente, y la<br />
enagua de percal floreado, sobre la que caía albeante<br />
delantal de lino, dejaba ver el nacimiento<br />
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