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Marvin Guerra,<br />
escritor<br />
Lo que escuché, me <strong>de</strong>jó<br />
sin habla.<br />
—Lo mejor don<br />
Lucio es que no haga<br />
esfuerzo por escribir,<br />
eso le causa una serie <strong>de</strong><br />
transmisiones sinápticas<br />
en el cerebro, que provocan que el área <strong>de</strong><br />
memoria <strong>de</strong>l hipocampo... —eso dijo, o al<br />
menos fue lo que entendí, mientras la cara<br />
mustia <strong>de</strong> aquel jovencito enfundado en la<br />
ropa <strong>de</strong> Médico se estiraba y <strong>de</strong>formaba a<br />
cada mueca con que articulaba las palabras.<br />
Era el momento en que me preparaban<br />
para ingresar a un pabellón <strong>de</strong>l manicomio<br />
nacional.<br />
Me pusieron un pijama <strong>de</strong> manta,<br />
clavaron una aguja en mi brazo y me<br />
encerraron en aquel lugar con rejas, don<strong>de</strong><br />
todos vivíamos en un mundo <strong>de</strong> fantasías.<br />
Mi pecado para estar ahí era escribir,<br />
hacerlo a cada momento y hasta en los<br />
lugares menos apropiados, con aquella<br />
pasión que me superaba.<br />
Y como no tenerla, si empecé<br />
con eso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy pequeño. Primero<br />
como amanuense en mi propia escuela,<br />
<strong>de</strong>spués como planillero en las fincas <strong>de</strong><br />
café, y más a<strong>de</strong>lante como escribiente <strong>de</strong><br />
la Guardia Nacional. Ahí fui secretario <strong>de</strong>l<br />
director y tuve que escribir cartas y poemas<br />
<strong>de</strong> amor, para algunas señoritas <strong>de</strong> moral<br />
distraída, que habían enredado a mi jefe<br />
en aquellos <strong>de</strong>vaneos y que tenían su turno<br />
contado como días tiene una semana. Sin<br />
duda aquello fue el inicio <strong>de</strong> esto, y ahora a<br />
mis ochenta y seis años no puedo parar <strong>de</strong><br />
hacerlo.<br />
Aquel <strong>de</strong>safortunado día, mi nieta<br />
Gabriela entró en mi pieza encontrando<br />
mis papeles, y ante la imposibilidad <strong>de</strong><br />
enten<strong>de</strong>rlos <strong>de</strong>sató el rumor <strong>de</strong> que quizá<br />
yo estaba loco. Cuando mi hijo entró sin<br />
permiso y encontró regados los retazos<br />
<strong>de</strong> mi imaginación, se asustó al verlos.<br />
Me pidió que los leyera, al verme tan<br />
concentrado y leerlos con tanta facilidad,<br />
puso una cara <strong>de</strong> angustia, y soltó en<br />
llanto, aún sigo sin enten<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong><br />
aquella reacción, si lo que estaba contando<br />
en aquella historia era una aventura <strong>de</strong> mi<br />
infancia, <strong>de</strong> inmediato tomó las cuartillas,<br />
salió <strong>de</strong>l lugar y le dijo a su hija, “tenías<br />
razón, el abuelo está irremediablemente<br />
loco”, mientras me quedaba con la duda <strong>de</strong>l<br />
¿porqué <strong>de</strong> aquella acusación? Si estaba<br />
claro en mis escritos cada una <strong>de</strong> las líneas,<br />
¿será que en el tiempo me perdí algún salto<br />
semántico y lo que yo escribo es imposible<br />
<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r para ellos?, o ¿quizá quieran<br />
culparme por no saber leer?<br />
Con engaños me llevaron a ese sitio.<br />
| Cuento |<br />
EN LA SANGRE<br />
No esperaba eso, cuando llegamos unos<br />
jovencitos me interrogaron por una hora,<br />
preguntándome todo sobre mi vida, al<br />
momento que mi hijo les mostró mis<br />
cua<strong>de</strong>rnos, ellos sin disimulo se asombraron.<br />
Me hicieron leer <strong>de</strong> nuevo uno <strong>de</strong> mis<br />
escritos, y su cara <strong>de</strong> incredulidad ante mi<br />
soltura me puso sobre aviso. Me hicieron<br />
múltiples pruebas y al fin concluyeron que<br />
lo mejor era hospitalizarme. Me aislaron <strong>de</strong>l<br />
papel y la tinta, no me <strong>de</strong>jaron ni siquiera<br />
tener mis cuartillas, y la espina <strong>de</strong> la escritura<br />
que pica el corazón me empezaba a moler<br />
por <strong>de</strong>ntro.<br />
No podía más con eso, y<br />
<strong>de</strong>ambulando distraído y obnubilado por<br />
los remedios que me obligaban a engullir,<br />
<strong>de</strong>scubrí la pequeña oficina don<strong>de</strong> los<br />
practicantes hacían sus reportes, la tinta y el<br />
papel estaban esparcidos por los escritorios.<br />
Sin duda era el lugar perfecto para ocuparme<br />
<strong>de</strong> mi asunto y sacarme por fin el gusano que<br />
me carcomía las entrañas.<br />
Me aproveché <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scuido<br />
<strong>de</strong>l enfermero, quien atendía a uno <strong>de</strong> mis<br />
compañeros <strong>de</strong> prisión, porque eso es lo que<br />
más parecía ese lugar con barrotes, cuerpos<br />
amarrados a las camas, sanitarios que eran<br />
más bien porquerizas, sobras <strong>de</strong> comida en<br />
viandas metálicas regadas por el piso.<br />
Los aullidos <strong>de</strong> un gordo que<br />
exasperado suplicaba por ayuda, para que<br />
alguien tuviera la caridad <strong>de</strong> preservar su<br />
virginidad, fueron la oportunidad perfecta<br />
para entrar en la pieza, mientras un soplón que<br />
no hablaba más que incoherencias empezó<br />
el escándalo a mis espaldas, <strong>de</strong>latando mi<br />
incursión. Claro alcancé a escuchar cuando<br />
en tropel se arrojaban sobre la puerta, que en<br />
un movimiento audaz y haciendo uso <strong>de</strong> mis<br />
pocos reflejos, logré cerrar <strong>de</strong> golpe.<br />
Tras <strong>de</strong> mí se formó tal alboroto,<br />
que bien podía <strong>de</strong>cirse que estábamos en el<br />
centro <strong>de</strong> la ciudad, con todos sus ven<strong>de</strong>dores<br />
y el barullo propio <strong>de</strong>l lugar. Escuché frases<br />
primero <strong>de</strong> conciliación, luego <strong>de</strong> amenazas<br />
y por último aquellas tan propias que incluían<br />
hasta a mi madre, acompañadas todas <strong>de</strong><br />
“¡Abrí ya!”.<br />
Me concentraba en revolver<br />
cajones <strong>de</strong> escritorio semivacíos en los<br />
que encontraba hasta preservativos usados,<br />
pero nada <strong>de</strong> tinta. En el revuelo que se<br />
armó y <strong>de</strong>bido a mis movimientos bruscos,<br />
la aguja salió <strong>de</strong> mi piel y la sangre empezó<br />
a gotear, en mi ofuscación, no me había<br />
dado cuenta que tenía uno <strong>de</strong> los mejores<br />
pigmentos naturales con tan buenos<br />
caracteres, difícil <strong>de</strong> borrar cuando se seca,<br />
es fluida y una pequeña gota es suficiente<br />
para varias palabras, ante la ausencia <strong>de</strong><br />
papel, el lienzo blanco <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s fue<br />
útil a mis propósitos, y usando la aguja<br />
como estilete, me concentré en la tarea <strong>de</strong><br />
escribir.<br />
Una enorme paz empezó a<br />
apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> mí, tanto que cuando ya<br />
estaba acabando la segunda pared contando<br />
la historia <strong>de</strong> los muchachos aplastados por<br />
las tanquetas <strong>de</strong>l treinta <strong>de</strong> julio, no me di<br />
cuenta que habían por fin roto la puerta.<br />
Entraron en tropel, me sometieron sin<br />
piedad dos diminutos hombres <strong>de</strong> uniforme<br />
café, que me aplicaron una llave rumana y<br />
en un segundo me enrollaron en una cobija<br />
que me <strong>de</strong>jó sin la más mínima posibilidad<br />
<strong>de</strong> moverme. El enfermero que se distrajo<br />
cuando me introduje aquí, se acercó jeringa<br />
en mano y sin <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za atravezó mi<br />
brazo inyectando un líquido translúcido<br />
y aceitoso, logré distinguir a un hombre<br />
mayor que tendría una edad cercana a la<br />
mía, al entrar al cuarto y ver mi escritura<br />
en las pare<strong>de</strong>s dijo con admiración:<br />
¬—Taquigrafía —fue lo último<br />
que escuché, mientras el potente hipnótico<br />
que me aplicaron hizo su efecto.<br />
Cuando <strong>de</strong>sperté en una sala<br />
parecida a las otras, pero acondicionada<br />
con mo<strong>de</strong>rnos equipos, el médico se me<br />
acercó con una sonrisa. En tanto, explicaba<br />
el resultado <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> estudios<br />
que realizaron mientras dormía, por fin<br />
concluyeron que no estoy loco, al parecer<br />
en algún momento tuve un ataque cerebral<br />
y eso me trastocó el área <strong>de</strong> la memoria,<br />
en palabras <strong>de</strong>l Doctor viejo: “mi cerebro<br />
reconoce la taquigrafía como única forma<br />
<strong>de</strong> lenguaje escrito”. Después <strong>de</strong> ese<br />
episodio, soy libre <strong>de</strong> escribir, aunque han<br />
tenido en mi casa que comprar algunos<br />
manuales para enten<strong>de</strong>r y no espantarse<br />
con los signos que ven en el papel.<br />
Es toda una aventura<br />
reencontrarme con mis cua<strong>de</strong>rnos y<br />
cuartillas. Creo que nadie sospecha que<br />
escribo así para hacerlo más rápido, los<br />
viejos no estamos para per<strong>de</strong>r el tiempo,<br />
sé que esto causa confusión, pero como<br />
me gusta el trato que me dan creyéndome<br />
enfermo, sigo disfrutando <strong>de</strong> atenciones.<br />
Mientras no me obliguen a usar letras.<br />
Sábado <strong>12</strong> / <strong>enero</strong> / <strong>2019</strong> TRESMIL 5