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Edicion 30 de marzo de 2019

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Viene <strong>de</strong> portada<br />

El abuelo sí sabía abrazar. Era tierno y<br />

muy suave, como <strong>de</strong> algodón. Me gustaba<br />

agarrarle las arrugas y <strong>de</strong>sarreglarle sus<br />

bigotes blancos. Algunas veces mi abuelo<br />

se sacaba la <strong>de</strong>ntadura postiza y me<br />

asustaba con ella —¡Buh…! —me <strong>de</strong>cía.<br />

Yo ya no me asustaba, pero fingía<br />

hacerlo, para verlo feliz.<br />

El día que ya no volví a ver al abuelo ya<br />

ni siquiera me acordaba <strong>de</strong> mi padre. Los<br />

años habían pasado y con ellos el poco<br />

contacto que yo recordaba haber tenido<br />

con él. Recuerdo que era martes y que<br />

cuando volví <strong>de</strong> la escuela la casa estaba<br />

llena <strong>de</strong> gente que hablaba en voz baja y<br />

tenía cara <strong>de</strong> que algo había pasado.<br />

Mi abuela con los ojos enrojecidos,<br />

como los tienen algunos conejitos al<br />

nacer, le dijo a Estefanía que me llevara<br />

a dar una vuelta por el pueblo. Yo no<br />

quería irme, <strong>de</strong>seaba más que todo saber<br />

lo que pasaba, pero mi abuela me miró<br />

como acostumbraba mirarme cuando su<br />

voluntad <strong>de</strong>bía ser obe<strong>de</strong>cida sin chistar.<br />

Estefanía me tomó <strong>de</strong> las manos y<br />

me llevó al parque. De allí fuimos a una<br />

fonda y me compró una hamburguesa y<br />

unas papas fritas. Después caminamos<br />

sin prisa, tomadas <strong>de</strong> las manos, hasta la<br />

casa <strong>de</strong> Julieta y <strong>de</strong> Roxana, hijas <strong>de</strong> la<br />

mejor amiga <strong>de</strong> mi madre. Estefanía se<br />

sentó a hablar con la mamá <strong>de</strong> aquellas<br />

niñas mientras nosotras jugábamos a<br />

las muñecas sobre el piso <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />

la sala <strong>de</strong> costura. Casi al anochecer<br />

regresamos a casa. Ya no había nadie.<br />

Sólo estaban las sillas en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Los<br />

trastos sucios, las tazas <strong>de</strong> café con el<br />

fondo oscuro don<strong>de</strong> Estefanía solía leerle<br />

el <strong>de</strong>stino a las vecinas.<br />

— Acuéstate —me dijo Estefanía, y me<br />

condujo hasta mi cuarto, hasta mi cama.<br />

Allí me ayudó a <strong>de</strong>svestir, a ponerme la<br />

pijama, y me besó en la frente.<br />

Sentí bonito. Entonces recordé que mi<br />

padre también me había besado la frente<br />

antes <strong>de</strong> irse para la guerra. Pero su beso<br />

fue muy frío, como si hubiese tenido un<br />

invierno entre los labios.<br />

Des<strong>de</strong> ese día en que salí a pasear<br />

con Estefanía el abuelo se hizo invisible.<br />

La casa estaba llena <strong>de</strong> su aroma, pero no<br />

podía verlo, ni tocarlo, ni asustarme con<br />

su <strong>de</strong>ntadura postiza que se movía entre<br />

sus manos como si hiciera mucho frío.<br />

También el vaso <strong>de</strong> agua en que guardaba<br />

el abuelo su <strong>de</strong>ntadura durante las noches<br />

<strong>de</strong>sapareció, y toda su ropa. Sólo quedó<br />

su retrato sobre la repisa <strong>de</strong> la sala,<br />

con una veladora encendida a un lado<br />

suyo que hacía que sus ojos parecieran<br />

moverse mientras las llamas bailaban<br />

sobre el reflejo <strong>de</strong>l vidrio.<br />

Le pregunté a mi abuela por mi abuelo.<br />

Pero me dijo que estaba en el ático, que<br />

se había mudado allí para <strong>de</strong>scansar,<br />

para que no lo molestaran. Dijo que<br />

allí leía y veía televisión y me miraba<br />

por la ventanita cada vez que yo salía y<br />

regresaba <strong>de</strong> la escuela.<br />

Siempre que yo subía al camión escolar<br />

miraba hacia allí, a ver si podía <strong>de</strong>scubrir<br />

a mi abuelo tras las celosías, espiándome.<br />

Cuando jugaba con mis amiguitas en<br />

la casa, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho las tareas,<br />

siempre les <strong>de</strong>cía que no hicieran mucho<br />

ruido para no molestar al abuelo que<br />

estaba en el piso <strong>de</strong> arriba, <strong>de</strong>scansando.<br />

Me miraban y se reían por lo bajo, lo<br />

2 TRESMIL Sábado <strong>30</strong> / <strong>marzo</strong> / <strong>2019</strong><br />

Cuando estuve<br />

frente a la puerta<br />

cerrada, empecé a<br />

temblar. No sabía<br />

si el abuelo se<br />

enojaría conmigo<br />

por visitarlo o si<br />

estaría feliz <strong>de</strong><br />

verme. De todas<br />

maneras, eran sus<br />

ór<strong>de</strong>nes las que<br />

normaban mi vida.<br />

que indicaba que les importaba un pepino<br />

molestar a mi abuelo. Cuando me portaba<br />

mal, mi abuelita me amenazaba con subir<br />

y contárselo al abuelo. Por supuesto que<br />

yo le suplicaba que no lo hiciera y me<br />

doblaba ante sus requerimientos y sus<br />

condiciones.<br />

Cuando ya se acercaban las navida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>cidí contravenir las ór<strong>de</strong>nes expresas<br />

<strong>de</strong> la abuela, que era la única que podía<br />

entrar y salir <strong>de</strong>l ático don<strong>de</strong> vivía mi<br />

abuelo, y con pasos felinos subí las<br />

escaleras a la hora <strong>de</strong> la siesta, cuando mi<br />

abuela dormía con la boca abierta, en una<br />

<strong>de</strong> las mecedoras <strong>de</strong> la terraza.<br />

Cuando estuve frente a la puerta cerrada,<br />

empecé a temblar. No sabía si el abuelo se<br />

enojaría conmigo por visitarlo o si estaría<br />

feliz <strong>de</strong> verme. De todas maneras, eran<br />

sus ór<strong>de</strong>nes las que normaban mi vida.<br />

Mi abuela <strong>de</strong>cía —tu abuelo quiere que<br />

hagas esto o que no hagas lo otro. Y su<br />

voluntad era ley. Así que empujé la puerta<br />

<strong>de</strong>l ático con suavidad y entré sin hacer<br />

ruido.<br />

Contrario a lo que había esperado, en<br />

el cuarto no habían más que cajas viejas<br />

colocadas en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. En una mesita<br />

<strong>de</strong> hierro había un retrato más reciente<br />

<strong>de</strong>l abuelo, cinco veladoras encendidas,<br />

un crucifijo y el vaso <strong>de</strong> agua don<strong>de</strong> el<br />

abuelo guardaba su <strong>de</strong>ntadura postiza. Un<br />

poco más allá, sus lentes bifocales y su<br />

bastón, acostado sobre la mesa.<br />

Saqué la <strong>de</strong>ntadura postiza <strong>de</strong>l agua, la<br />

moví entre mis manos como el abuelo la<br />

movía para asustarme o para hacerme reír<br />

y acunándola contra mi pecho, me senté<br />

a llorar en medio <strong>de</strong> todas aquellas cajas<br />

viejas, llenas <strong>de</strong> polvo y <strong>de</strong> recuerdos.<br />

Antes <strong>de</strong> que cayera la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> aquel<br />

mismo día mi abuela, que colocaba las<br />

tazas <strong>de</strong> porcelana china <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

alacena, me dijo que el abuelo quería que<br />

me bañara temprano e hiciera las tareas<br />

antes <strong>de</strong> sentarme a la mesa. Yo iba para<br />

el jardín. Des<strong>de</strong> la ventanita <strong>de</strong>l ático<br />

había visto un pájaro tirado a los pies <strong>de</strong>l<br />

árbol <strong>de</strong> tamarindo, pensaba recogerlo y<br />

hacerle un funeral digno, pues empezaba<br />

a enten<strong>de</strong>r qué era la muerte.<br />

Miré a mi abuela <strong>de</strong> soslayo y le dije<br />

que el abuelo me había dado permiso <strong>de</strong><br />

jugar en el jardín todo lo que quisiera. En<br />

ese momento no supo qué contestarme.<br />

En cambio yo me sentí libre por primera<br />

vez en mi vida. El césped que pisaba<br />

ahora, mientras corría hacia el árbol<br />

<strong>de</strong> tamarindo, al fondo <strong>de</strong>l jardín, era<br />

inusitadamente más gran<strong>de</strong> y más ver<strong>de</strong><br />

que nunca.<br />

| Cuento |<br />

EL REFLEJO DEL ESPEJO<br />

LUIS LÓPEZ,<br />

cuentista<br />

Hacía frío. La luz <strong>de</strong>l alba se sumerge por las ventanas <strong>de</strong> la sala. Don Pablo Uzquiano se preparaba para<br />

salir, iniciaba la rutina <strong>de</strong> un nuevo día, las próximas horas las pasaría atendiendo su <strong>de</strong>spacho. “Sería<br />

incorrecto si un cliente llega y encuentra cerrado en horas laborales”, pensaba el hombre a sus noventa y<br />

cinco años aún fiel a su promesa <strong>de</strong> trabajar hasta el último día <strong>de</strong> su vida.<br />

Frente al espejo se irguió y posó para sí mismo <strong>de</strong> un lado y <strong>de</strong> otro su traje ver<strong>de</strong> oscuro estaba<br />

planchado a la perfección. Debía aten<strong>de</strong>r su negocio, como lo hizo por casi sesenta años en una sencilla<br />

oficina para dirigir su mo<strong>de</strong>sta empresa <strong>de</strong> construcción.<br />

Sacó <strong>de</strong> la bolsa un diminuto peine, lo hizo recorrer su calva, acomodando los raquiticos<br />

mechones <strong>de</strong> cabello planteado que aún coronaban su cabeza. Suspiró y observó el grueso marco <strong>de</strong>l<br />

espejo. Se fijó en los cuidados <strong>de</strong>talles tallados en la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> sequoia, la única pieza <strong>de</strong> valor en aquella<br />

casa que como su dueño, ahora asiste al ocaso <strong>de</strong> su existencia.<br />

—Le quedó <strong>de</strong>masiado ácido el café a Elenita —se dijo mientras se relamía los <strong>de</strong>lgados labios,<br />

con una discreta mueca <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagrado. Ese día amaneció con poca hambre, se forzó a comer aunque sea un<br />

huevo duro con café preparado por su sobrina. Des<strong>de</strong> hace quince años, al enviudar, llegaba para ayudarle<br />

con algunas cosas, siempre y cuando los turnos en el hospital lo permitían. Nunca se le dio la cocina a la<br />

hija <strong>de</strong> Pedrito, su hermano, pero en el ocaso <strong>de</strong> sus días era su única familia. Se <strong>de</strong>tuvo frente al espejo y<br />

practicó su sonrisa para asegurarse que su <strong>de</strong>ntadura postiza estuviera en su lugar.<br />

—Doña Vilmita —susurró con una sonrisa, durante años no había pensado en la que fuera su pareja por<br />

cincuenta y cinco años, y cuyo reflejo vio por un momento frente a él.<br />

Tomó su corbatín negro y trató <strong>de</strong> acomodarlo en su cuello, vuelta a la <strong>de</strong>recha, luego a la<br />

izquierda, arriba, abajo ¿O era al revés? Esa mañana le resultaba muy difícil ponérselo, mismo que había<br />

usado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nació el primero <strong>de</strong> sus cinco hijos. Gotas <strong>de</strong> sudor comenzaban a recorrer su cabeza. El<br />

corbatín le estaba dando más guerra <strong>de</strong> lo usual. Por un breve momento, observó el reflejo <strong>de</strong> Pedro en el<br />

espejo<br />

—¡Por supuesto que sí Pedrito, no te preocupes, te voy a prestar la plata que haga falta para pagarle al<br />

abogado y que te saque <strong>de</strong> aquí! —sonaba el eco <strong>de</strong> sus memorias.<br />

Por fin recordó cómo hacer el con<strong>de</strong>nado nudo en su cuello, en su mente continuaban las<br />

imágenes, su última plática con su hermano antes <strong>de</strong> ser encontrado ahorcado en la celda que compartía<br />

con veinte tipos. Elenita era una niña entonces.<br />

Deslizó su pañuelo blanco sobre su calva para secar el sudor. En el reflejo apareció la imagen<br />

<strong>de</strong> su madrina, una <strong>de</strong>lgada mujer <strong>de</strong> apellido Aberman, pudo distinguir su rostro con gran claridad. Su<br />

corazón se aceleró y empezó a golpear su pecho con violencia. Recordó la vergüenza que le ha seguido<br />

por haberse negado a visitarla en su lecho <strong>de</strong> muerte, por tres días mandó a llamarlo, esos días no tuvo el<br />

valor <strong>de</strong> entrar a su casa. Cuando las llamadas cesaron rompió a llorar como un niño frente al zaguán <strong>de</strong> su<br />

benefactora.<br />

—Esto me está ahorcando— se frotaba el cuello buscando la cinta <strong>de</strong>l corbatín para aflojarlo un<br />

poco. Con su madrina murió también el amor que lo unía a su familia. El testamento <strong>de</strong> la señora Aberman,<br />

fue impugnado trece veces. Salieron ahijados hasta <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las piedras, incluso sus hermanos salieron a<br />

reclamar su <strong>de</strong>recho. Y es que en el pueblo, todos sabían que la consi<strong>de</strong>rable fortuna <strong>de</strong> la anciana no se<br />

comparaba con el invaluable espejo, <strong>de</strong>l que <strong>de</strong>cía que había sido un regalo <strong>de</strong>l mismísimo emperador <strong>de</strong><br />

Alemania a algún lejano ancestro <strong>de</strong> la difunta.<br />

Se llevó la mano al estómago mientras le pasaba un agudo cólico. En la vela <strong>de</strong> la venerable<br />

anciana, dos <strong>de</strong> sus “ahijados” se agarraron a machetazos por ver quién era su favorito, cada uno juraba<br />

por lo sagrado que su madrina le había prometido el espejo. Pedro terminó preso por la acusación <strong>de</strong> Doña<br />

Hortensia, la maestra <strong>de</strong>l pueblo, trató <strong>de</strong> violarla, aseguraba. Aunque el relato <strong>de</strong>l crimen <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong><br />

quién le había preguntado a la señora, porque tenía una historia diferente para cada habitante.<br />

Levantó la vista, y en el espejo vio el reflejo <strong>de</strong> incontables rostros, que en lugar <strong>de</strong> ojos tenían<br />

cuencas vacías; sus caras impasibles lo habían esperado largo tiempo. Sus piernas se hacían como <strong>de</strong> agua<br />

y <strong>de</strong> forma pesada cayó sentado sobre la silla que estaba tras él, misma que había puesto para pasar horas<br />

contemplando su reflejo frente al espejo en tanto meditaba las noticias que recibió conforme pasaban los<br />

años: los ahijados macheteados, el ahorcamiento <strong>de</strong> Pedro, el súbito acci<strong>de</strong>nte que acabó con la vida <strong>de</strong><br />

Hortensia. Los here<strong>de</strong>ros fueron <strong>de</strong>sapareciendo con la misma rapi<strong>de</strong>z con que surgieron. Después <strong>de</strong> todo,<br />

él único ahijado real fue él. A ningún otro llamó con tanta <strong>de</strong>sesperación la amable anciana, a nadie más<br />

le preparó para asumir su negocio en la constructora, a nadie más lo había presentado con los abogados,<br />

jueces y policías, que tan útiles le fueron.<br />

Trató <strong>de</strong> pedirle ayuda a Elena, pero no tenía voz. Sus últimas décadas habían sido <strong>de</strong> una<br />

lenta agonía, cada proyecto que iniciaba lo terminaba en<strong>de</strong>udado y sus sobrinos más ricos. El dinero se<br />

evaporaba. Dejó <strong>de</strong> cumplir sus plazos y los clientes <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> buscarlo. Vendía sus propieda<strong>de</strong>s en la<br />

mañana y se en<strong>de</strong>udaba por la tar<strong>de</strong>; Vilma murió <strong>de</strong> una gripe mal cuidada, porque no tenía para pagar la<br />

medicina.<br />

—¿Por qué tarda tanto? Se suponía que estaría listo en cosa <strong>de</strong> quince minutos, pero lleva ya<br />

casi una hora —pensaba Elena y limpiaba la cocina. La sobrina recordó que hace unos meses, al cambiar<br />

los vendajes <strong>de</strong> un paciente escuchó la confesión <strong>de</strong> Ramón Torres, el mecánico:<br />

—Con un cincho ahorqué a un hombre, un preso que compartía mi celda —narraba el<br />

moribundo con los ojos <strong>de</strong>sencajados y voz tenue —¡era inocente Padre y yo lo maté! —Las lágrimas<br />

brotaban <strong>de</strong> sus ojos.<br />

—A las doce, con el cambio <strong>de</strong> guardia vas a ahorcar al violador <strong>de</strong> Hortensia, y mañana a<br />

esta hora estarás libre y con tus <strong>de</strong>udas pagadas me dijo el hombre <strong>de</strong>l traje ver<strong>de</strong>, con una sonrisa que<br />

parecía una mueca <strong>de</strong> burla —El cura asistía asombrado a aquella insólita confesión, pero cuando le<br />

preguntó quién le había pedido semejante cosa, el pobre mecánico solo alcanzó a <strong>de</strong>cir que nunca le había<br />

preguntado su nombre, sólo sabía que era el ahijado <strong>de</strong> una vieja rica.<br />

La respiración se volvió más pesada cada momento para Don Pablo. El espejo que se mantenía<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él se llenaba <strong>de</strong> rostros, observando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus ojos vacíos e inexpresivos. Han esperado largo<br />

tiempo por él, pero ahora un nueva cara se ha sumado a los fantasmas <strong>de</strong> su pasado, pero este tiene ojos<br />

vivos y lo observa, es Elena.

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