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Edición 5 de junio de 2021

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| Artículo |

condición física y espiritual, aunque esta

última parece fortalecerse con el tiempo.

Lo físico decrece y el alma se entrena en

el error, también la observación y es ahí

donde se hace una cierta consideración a

la vida y a lo que falta por vivir siendo

optimistas con el futuro, ese, con el que

uno hace cuentas como se hace cuentas

con el cheque que uno no ha recibido.

Cuando digo que no somos los de antes,

hago inventario de lo sucedido, no por

ponerme lúgubre, ni ser titular en la

alineación de los incomprendidos, es

por algo más, es por saber entender el

presente y por agotar las etapas que cada

uno malvive y vive a su manera. Basta

volver al pasado, mirar fotografías, jugar

algún deporte, pasar por ciertas calles y

afinar la mirada en la recreación de los

años, ojalá que en ese tropiezo de la

vejez tengamos a nuestro lado el abrazo

de nuestro legado. Tampoco hablo de

salir de puntitas de esas experiencias

ni acudir al presente de manera hostil.

Me gustaría ocupar una frase trillada

y suponer “hacer las pases con uno

mismo” y en la conversación entre el

espejo y uno, o con la almohada y las

palabras hacer un acuerdo de caballeros,

sabernos aceptar en la pasividad del

tiempo.

Ni un día sin meditar, en el bus, en la

noche (en su inicio, en su fin) la magia de

los inicios y los finales. En la espera, en

el silencio imponente que queda después

de la lluvia. Quizá no somos los de antes,

pero en nosotros están todas aquellas

cosas por las cuales hoy somos lo que

somos. Cicatrices, arrugas, olvidos,

aciertos, fallos, lucidez, desvaríos… una

nueva mirada que responde cada día más

a saber acercarnos a la verdad, procurar

estar lo más cerca posible propondrá una

nueva aventura. No solo cumplir años

también sumar experiencia, el título de

la vejez lo otorga el respeto que nos

tienen los demás. ¿Seremos digno de

ello?

Con olor a Cafetales

Marlon Chicas,

El tecleño memorioso

No somos los

de antes

06

Wilfredo Arriola ,

Escritor

Las cosas que perdemos ocupan

un lugar, muchas veces

sagrado, otras veces en un

lugar sin asignar y por esa

situación ocupan demasiado porque lo

podemos encontrar en cualquier parte de

nuestro recuerdo. Nos tropezamos con

él, no llamar a las cosas por su nombre

hará que nos grite cuando se le dé la

gana. El recuerdo es el recuerdo, el duelo

es el duelo, y la inaceptación será eso, un

tormento que tardará en apagarse.

No somos los de antes y quien lo afirma,

abusa de la melancolía. Como dijo el

poeta: la melancolía es la envidia que se

tiene a uno mismo, el de otro tiempo, no

el actual. La vida va presentando nuevas

oportunidades de cambio, de interacción,

es ahí cuando nos abren las puertas

para dejar el pasado y reinventarnos

en lo venidero. Y muchas veces no es

opcional. Sucede entre dos alternativas:

o lo haces o te obligas hacerlo, y en ese

camino, sufrimos el desprendernos del

pasado, luego entendemos que hace

bien. Aportamos a la melancolía con la

simpleza del abandono.

Dejamos libros, amistades, trabajos,

aficiones, comidas, lugares, amores,

aunque todo lo anterior pueda resumirse

en amor. A pesar de eso, quedan ahí,

aguardando el regreso, haciendo trabajo

en la espera y revivir esa parte de

nosotros que quedó en aparente reposo.

Muchas veces necesitamos descansar

nuestras inclinaciones, descansar de

la emoción, incluso de las fechas.

Apostar por un cambio de mirada, en

la provisional de los días, aunque sea

por renovar el amor que le tenemos a

nuestras practicas anteriores.

Los años nos cobran factura, en

Edición Extra | 05 de Junio de 2021 |

Aún está presente en mi retina, las infantiles incursiones a las fincas

tecleñas de mi Barrio El Calvario, disfrutando la sombra de árboles

frondosos, devorando suculentos mangos rosa, pepetos, guayabas,

arrayanes, caimitos y alguna fruta de temporada, cosechados por

sus colonos, viviendo al acecho del caporal, quien alguna vez nos

propinó un par de chilillazos, nalgadas, cuerazos, o guindas (carrera)

acompañado de sus perros de afilados colmillos, ávidos de morder nuestras tiernas

posaderas, o sendos balazos por los pies, ordenando abandonar el lugar.

Recordando a doña Alicia de Quiteño, profesora de sexto grado en la Escuela

Centroamérica, visitando la Finca San Rafael en 1979, propiedad de don Rafael Guirola,

en la actualidad un centro comercial, llenos de alegría y emoción incursionando a tal

lugar, con sus míticas historias contadas mil veces por sus pobladores, caminando entre

cafetales y árboles de sombra, guiados por un colono que ante nuestro temor nos contó la

existencia del hombre mono, generando en la cipotada ojos de asombro y exclamaciones,

lo cual era una vil mentira, sin embargo algunos creyeron dicha historia jurando ver

cosas sobrenaturales, entre tanto mi hermano menor y un servidor sin despegarnos ni a

sol ni sombra de nuestra maestra.

Ascendiendo junto a mi hermano mayor Adrián Ricardo (+), y algunos amigos a las faldas

de la Finca La Gloria propiedad de don Miguel Ángel Gallardo, atravesando la Finca

Irlanda del caballero Gerard Coughlin (+), quien fuera presidente de la Orden de Malta,

recorriendo entre frutales y árboles de cafeto, hasta las famosas Catacumbas, que según

el cronista y escritor tecleño Rafael Ruíz Blanco (+), en su obra “Estampas Tecleñas”,

fue una cantera de arena abandonada antes de 1940, nido de murciélagos sobrevolando

por nuestras cabezas a causa del humo y calor de los mecheros, obligados a sujetarnos

con lazos, afín de no perdernos en su interior, dichas excavaciones inexistentes al paso

del tiempo y terremotos de 2001, culminando nuestra aventura con sendas andaduras

hasta Las Piletas, solicitando aventón a buen samaritano que venía a Santa Tecla.

Y que decir, si Santa Tecla tiene impresionantes parajes al estilo de National Geographic,

de la cual sentirse orgullosa, como la espectacular vivencia en 1989 en compañía

de don Héctor “Yeto” Vega (+), colono de la extinta Finca Buenavista y sus fieles

guardianes Solín y Cepillo, junto a estudiantes de la UCA, aún convaleciente por una

fuerte calentura, no impidió sumarme a la expedición, de dos horas de camino entre

veredas y quebradas, admirando infinidad de pájaros de variopintos colores y trinos,

orquídeas silvestres sobre las faldas del Boquerón, cocinando huevos en pequeños

géiser en fracción de segundos, entre otras bellezas naturales, llegando por fin a Cantón

Álvarez, donde urgidos por la sed, consultamos a un parroquiano la tienda más cercana,

respondiendo - “Ahí a la vuelta está”, lo que se tradujo en un kilómetro, convirtiéndose

la misma en un oasis para todos.

Esta crónica busca concienciar a la población tecleña, en el Día Mundial del Medio

Ambiente, la necesidad y responsabilidad de los ciudadanos al rescate, restauración y

defensa de los recursos naturales, que caracterizó alguna vez a nuestra Ciudad de las

Colinas, con su otrora clima gélido e inolvidable neblina, obligando a sus habitantes al

uso de suéteres a toda hora del día, del que solo queda el recuerdo, de igual manera evoca

en mi corazón el vuelo a la eternidad de mis queridas hermana Doris (+) y Mercy (+), a

quienes dedicó esta memoria de Santa Tecla del ayer.

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