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Quentin-Tarantino-Cine-de-reescritura

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Thierry Jousse tiene razón en pensar que un cine así no puede ser medido con la vara de

un André Bazin y menos que menos de un Serge Daney, pero quizás habría que leer

ciertas películas corriéndose de la vara de unos críticos y utilizar a otros. Si hay un

crítico que podría adaptar perfectamente su visión a la de A prueba de muerte, ese es

justamente Manny Farber, acaso el más importante (y decididamente el más creativo) de

los críticos americanos. Puede que A prueba de muerte sea la película que mejor encaja

en la descripción que Farber daba del “cine arte termita”, un cine que no busca ir hacia

un concepto ni privilegiar unas escenas por sobre otras. El cine arte termita, por el

contrario, parece ir construyéndose en la medida en que avanza la película y no tiene el

interés de generar un tono coherente y armónico sino ir experimentando con las formas

sobre la marcha.

Susan Sontag, gran admiradora de Farber, también creía en la posibilidad de un arte que

exponga su estilo antes que cualquier otra cosa, y creía también firmemente que en el

fondo, y más allá de cualquier concepto que pueda extraerse de una película, eran sus

superficies las que terminaban importando. A prueba de muerte, está bastante claro, es

ante todo y sobre todo una celebración de la forma, aunque sospecho también (si se me

permite la sobreinterpretación) que hay una reflexión sobre la angustia de la forma por

la forma en sí. Seré más claro: A prueba de muerte es un festejo del placer de filmar

conversaciones, cuerpos femeninos, persecuciones y choques. Es una película sobre la

libertad de un artista de poder frenar o frustrar una historia cuando lo que quiere es, en

suma, una celebración hedonista en la que no por nada se incluyen regodeos en las

bebidas y comidas (sin ir más lejos, se puede pensar en ese plano detalle en el que se ve

a Stuntman Mike chupándose los dedos en los que quedaron rastros de alimento) y

largos comentarios sobre sexo. El problema es que con este mismo regodeo se

evidencian los propios límites del artista de no poder extender ese relato para siempre y

de tener que frenar la película en algún momento. Por decirlo de un modo sencillo,

Tarantino es amo y señor de A prueba de muerte, hasta que el propio tiempo lo obliga a

salirse de ahí y pasar otra cosa.

Esta es una película con vocación de eternidad. Después de todo, ante un verosímil

como el que construyó, nada le impediría volver a contar otra historia, con otras chicas

que son asediadas por otro asesino que, a su vez, puede funcionar como el doble de

Stuntman Mike. Sin embargo, hacia el final se choca con la realidad del tiempo. Cuando

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