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Quentin-Tarantino-Cine-de-reescritura

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destrozar todo lo que tiene enfrente. Quizás era un modo de decir que Perros de la calle

no era su película más elaborada, sino una carta de presentación, un modo de hacerle

ver al espectador que él era alguien dispuesto a no pasar desapercibido. Tarantino se

hizo notar, y lo hizo con tal fuerza que se transformó de inmediato en una promesa para

el cine americano. Contar con eso es empezar con el pie derecho, pero también es estar

en una situación de presión importante: si su primera película había sido tan impactante,

su segunda película tenía que mostrar que él tenía la capacidad de seguir sorprendiendo,

de empezar a construir un universo sin que esto implicara hacer algo similar a lo

anterior. El proyecto cinematográfico en el que participó Tarantino posteriormente no

parecía augurar eso. Se trató de la producción de Killing Zoe, film dirigido por su amigo

Roger Avary, antiguo compañero de trabajo del Video Archives del Manhattan Beach y

luego coguionista de Tiempos violentos. Killing Zoe es una película sobre un asalto a un

banco cuya mayor parte transcurre en esa misma entidad bancaria y en la que se desata

una masacre de características mayores gracias a un psicótico desagradable y

fuertemente autodestructivo (digamos, una suerte de versión ultracelerada del Mr.

Blonde de Perros de la calle). Si bien en esa película tan violenta y con varios

momentos incómodos se terminaba formando una suerte de cuento de hadas oscuro en

el que un único ladrón sobrevivía a la masacre y terminaba con una linda chica, los

paralelos que podían trazarse entre Killing Zoe y Perros de la calle (además del hecho

de que Avary haya dicho una y mil veces que la ópera prima de Tarantino había sido

tomada como marco de referencia) hacían pensar que el film de delincuentes metidos en

garajes era el techo de ideas que QT podía llegar a alcanzar, un one hit wonder de un

chico que tuvo suerte.

Consciente de esto, y sintiendo la necesidad de hacer algo sorprendente, QT se

“autoexilió” en Holanda durante un año, y tras mucho escribir y reescribir volvió de

Europa ya no con una, sino con decenas de historias, metidas en un conjunto de

ficciones disparatadas e irresistibles. Estas historias provocaron el interés de una

productora que estaba pisando cada vez más fuerte, comandada por dos productores

hermanos dueños de una habilidad gigantesca —más que nada por su capacidad de

lobby— y de métodos en la exhibición y la distribución por demás cuestionables. Este

guion brillante y la habilidad de estos hermanos fue lo que terminó asentando la

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